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Nuevos valores de la pintura dominicana (1-2)

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Me propongo exponer algunos rasgos fundamentales de la pintura dominicana, con especial referencia a las dos últimas generaciones (2000-2024), con la obligada brevedad que impone citar a más de una veintena de artistas plásticos.

Más de una vez he escrito que cada artista lleva en sí el peso de una tradición, y que el acento misterioso de su obra es el tono que la hace diferente desde el punto de vista de las actitudes reflexivas e interpretativas. Por ello, creo pertinente y es preciso puntualizar que cada artista prefigura su propio sello y registro y, por tanto, revela su independencia y su manera de ser en sí mismo.

El hecho es que dos artistas no pueden crear el mismo cuadro porque cada uno pone de manifiesto la identidad de su acento particular, de tal manera que el ritmo interior de su respectiva contiene algún hilo conductor de su parto creativo y estilístico. Cada artista delinea su huella invisible y crea diferentes tendencias estéticas. En este aspecto, su influjo es inimaginable por la ruta que preconiza su expresión vital, donde están en primer plano la belleza y la sensibilidad.

De hecho, toda obra diseña su camino propio sin que su creador se lo proponga. Eso corresponde al misterio de la vida. Y es que, cuando se habla de una obra de arte, debemos partir de la idea de que esta tiene un origen y un ideal que se abrazan a una simbiosis en que la forma y el simbolismo expresan el mundo de lo desconocido sin importar que la misma sea romántica o abstracta.

El virtuosismo denota el eco de las invenciones estéticas de milenio en milenio que permiten, sobremanera, apreciar el arte más allá de sus estructuras cognitivas y técnicas a través de sus signos y símbolos que revelan los secretos de una caligrafía y sensibilidad muy singular y que alude a la espiritualidad en el sentido más amplio del discurso pictórico. De modo y manera que la subjetividad imaginativa resulta edificante en el contexto de las realizaciones que permiten descubrir los secretos que todo buen arte revela.

En la mayoría de los casos, los artistas de grandes vuelos técnicos e imaginativos tienden a construir una morfología de expresión personal que permite descifrar sus respectivos códices. Con ello, el vigor de las pinceladas adquiere una configuración automática debido a las formulaciones de las composiciones. De manera que la premisa de la belleza produce efectos sorprendentes debido a los cánones del lenguaje estilístico y a las formas meditativas que esbozan las figuras. Así también por su limpia y magnífica técnica, la amalgama de tonos subliminales y la analogía potenciada de sus símbolos donde aflora la perfecta expresión.

A partir de la década de 2020 emerge un conjunto de artistas que se destacan en diversos estilos, técnicas y temas muy alegóricos, convirtiéndose en referentes de un arte pujante y de mucho calado. En esa amplia cartografía vale destacar las obras de Tania Marmolejo, cuyas realizaciones pictóricas son objeto de exquisitas miradas en galerías y museos importantes de Nueva York. Su éxito personal y la resonancia de su arte resultan sorprendentes.

En ese orden, la crítica debe valorar la concreta calidad estética de Firilei Báez, José Pelletier, Fermín Ceballos, Hulda Guzmán, Mirna Ledesma, Thelma Leonor, Manuel Nina Cisneros, Luis Reyes Guzmán, Samuel Priego, Watson Pablov, Alejandro Asencio, Remy Ulloa, Oscar Abreu, Ana María Dotel, Gerard Ellis Ruiz, Soraya Abu Nab´a, Rafaela Luna, (Nueva York), Lucía Méndez, Julieta Pérez (Prissell) (Chicago) y Yubo Fernández, entre otros.

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