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Un análisis acerca de las antigüedades de los indios de Fray Ramón Pané

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Mucho antes de proclamada la independencia del hogar que hoy conocemos como nuestro país, mucho antes de las ideas libertarias y luchas sociales para conseguir la soberanía, mucho antes de que nuestra gente fuera producto de una confluencia de continentes y mucho antes de que Colón, Vespucio o quien fuese pisara el suelo de nuestra isla, vivían aquí los originales de esta tierra que hoy llamamos República. Un grupo cohesionado, organizado, identificables y, sobre todo, con sus propias ideas del mundo que le rodeaba.

Contrario a la idea popular de que los indígenas eran simplemente salvajes pertenecientes al Nuevo Mundo colonizado hace unos siglos, alimentada por la poca información que la historia trajo a la escena por muchos años, nuestros ancestros eran gentes de una cultura rica, curiosa y que, de alguna forma, nos ha influenciado hoy, muchos siglos después. Somos lo que somos por quienes estuvieron antes que nosotros, es importante recordar eso. Es cierto que, nosotros dominicanos, no somos únicamente indígenas, africanos o españoles, sino indígenas, africanos y españoles. Esas tres son nuestras raíces.

Mas hay una cuestión desatendida por muchos años: conocer todo lo que conformaba el imaginario de nuestro pueblo original. No se trata de reconocer ese tercio de nuestra identidad étnica, pues en definitiva se reconoce. Pero pasa que mucho sabemos de las creencias provenientes de España por ser un país dominante, con el que compartimos uno de los instrumentos más poderosos de la sociedad: la lengua, y mucho sabemos de las raíces africanas, principalmente por la tendencia afrocentrista de los últimos años. De lo que existe desconocimiento es de las otrora creencias, ideas e imágenes que circulaban por los aires que hoy rodean y refrescan nuestro caribeño pedazo de mundo.

Para nuestra suerte y tras una encomienda evangelizadora, hegemónica en aquellos primeros años de conquista, apareció un hombre que rompió con la barrera idiomática, aprendiendo el lenguaje de los pueblos originarios y pasando al español todo lo referente a las creencias de los pueblos colonizados. Así llega a nosotros Relación acerca de las antigüedades de los indios de Fray Ramón Pané que, tal cual versa en sus páginas, «es la única fuente directa que nos queda sobre los mitos y ceremonias de los primitivos moradores de las Antillas».

La obra no está exenta de la visión religiosa de su escritor, por lo que el retrato de las creencias indígenas no se escribe de forma aislada. A veces es observable cómo se describe desde el señalamiento de una cosa extraña, inusual y pagana. Por supuesto, situándonos históricamente es un hecho lógico, incluso comprensible. Además, la forma no nubla la esencia que, en este caso, son las particularidades relatadas en el manuscrito de Pané.

Para hablar de cómo estas comunidades tenían una identidad bien definida es preciso hacer mención de su origen, del cual estos tienen una interpretación completa y sostenida en su actividades regulares. Su génesis viene desde lo alto, de dos curvas pertenecientes a una montaña llamada Cauta. Además, mencionan en qué provincia se encuentra la montaña. Los detalles de esta historia se construyen por medio de elementos de la naturaleza, hablándonos del sol, la luna, la noche, los árboles. También se alude a la pesca, lo cual será un elemento recurrente en los relatos indios, por ser este un medio vital y de subsistencia para ellos. No es solo que el pueblo da sentido a su origen, sino que lo hace a través de elementos tangentes y comprobables: puntos geográficos, topográficos, elementos naturales. Más allá de la simpleza que supone la población de su comunidad, los indios tienen una justificación para su existencia, cosa que apoya su sentido de unidad, de entenderse a sí mismos, de identificarse como un núcleo con identidad.

Y es que el hecho se superpone a dejar una historia que cuente o justifique quiénes son. Desde siempre, todas las comunidades han dado explicación a su origen, como un requisito tácito para adquirir el derecho de ser parte de este mundo. Los indios, a pesar de no tener contacto con el exterior, a pesar de no ser relativos a una potencia histórica, a pesar de ser considerados como una etnia sin estructura, se muestran en la historia como una comunidad de humanos como cualquier otra, como gente diferente, pero no inferior.

Su comprensión del mundo va en coherencia con todos los elementos del quehacer imaginativo. Resulta literariamente interesante cómo entienden el mundo. Para ellos, el Sol se llevaba a la gente, por lo que no era recomendable salir tras su partida (en la noche) o hacerlo solos. El día, con su radiante sol, era su amigo. La noche, por otro lado, era solo un peligro. Claro, en el día podían realizar sus actividades productivas; había luz para buscar comida, para cazar, para pescar, para cultivar… Sin embargo, en las tinieblas de la noche no había mucho que hacer por la ausencia de luz. Aunado a esta falta de claridad, era muy fácil perderse, salir y no encontrar rumbo, y de seguro muy fácil perder la vida debido a las condiciones de inhospitalidad que los rodeaban. Por eso hablaban de que el Sol se lleva a la gente.

Lo más recomendable era no andar las noches en soledad pues, además de los peligros que acechaban en las negras fauces de la noche, era casi seguro un encuentro con espíritus y entidades, personas muertas que deambulan en la noche. Los indios explican que en el día se encuentran recluidos, pero que las noches son su hora de andanzas. Curiosamente, hoy sostenemos la misma creencia: los peligros existen en las noches. No recorremos un camino tan tranquilos en la luz del día como en la oscuridad de la noche. Es como si no cuestionáramos este hecho y diéramos por cierto que el mal y el peligro son hermanos que salen a jugar únicamente en el patio de la noche. Un aspecto icónico del imaginativo dominicano, del cual nacen muchos mitos, es una herencia que dejaron ellos, los dueños de esta isla.

La visión paradigmática del mundo por parte de los indios, como los llama Pané, es atinada en los detalles que ofrece. El autor despliega una serie de narraciones que dan cuenta de movimientos o conflictos sociales (como la vez que las mujeres se van de la comunidad, aunque luego vuelven) o explicaciones de fenómenos naturales. En cuanto a esto último, interesa ahondar un poco. Los indios explican, según lo contenido en el libro, que el mar se creó de los huesos que un padre guardó de su hijo en una calabaza. Los huesos, tras un tiempo, se convirtieron en peces que los familiares usaron posteriormente para comer. Luego de un tiempo, unos cuatrillizos volcaron la calabaza de la que empezó a fluir agua y peces descomunalmente. Y así explican la creación del mar.

Aunque resulte atípica esta narración, pues hoy tenemos hechos que, si bien no determinan a ciencia cierta cómo el mundo se creó —por consecuencia, el mar—, sí confirman que no fue de esta manera. Para los indios, sin embargo, resulta muy lógico relacionar la creación del mar con lo que obtienen de él: los peces. Representaban una fuente primaria de alimento para las comunidades que habitaban islas, así que realizar una relación de esta magnitud, finalmente, luce más lógico si nos situamos en el contexto de los primeros pobladores de América.

La explicación del mar como los razonamientos respecto al entendimiento del cuerpo humano dejan en evidencia una cosa: el limitado conocimiento. Aunque ante nuestros ojos esta afirmación es más que lógica, hay otros aspectos contenidos en el libro que pueden tener sentido o se nos hacen relacionables. Ciertamente, entender que se podría ponerle órgano sexual a un ser humano haciéndole un agujero en la zona púbica con una especie de pájaro carpintero es una cosa disparatada. Tal vez por esto Pané lo relataba sin más, exponer las creencias erróneas de los indios era una meta implícita, puesto que también quería evangelizarlos y cristianizarlos, cosa imposible partiendo de sus creencias. Si los exponía, nadie cuestionaría el propósito moralizante.

Comulgar con las ideas del pueblo primario de nuestra isla no es empresa posible hoy día. Ya hemos establecido mucha distancia cronológica, intelectual, de desarrollo humano y creencias espirituales y éticas. Además, somos una mezcla de culturas, así nos ha tocado por la historia, de modo que reclamar una raíz u otra, o poner una por sobre las otras, sería faltarle a nuestra propia identidad. Es menester abrazar todo lo que somos. Y para llegar ahí hay que conocer, hay que ir más allá. Con esto comprenderemos lo que en nuestra cultura se ha conversado desde su establecimiento, que data de mucho tiempo antes que la declaración independentista. Lo que es ineludible es que para lograr esto hay que ir hacia atrás, tumbar las paredes de las creencias erróneas y quitar los cerrojos del sesgo y la ignorancia. Más que nada, hay que acercarse, observar y comprender a los primeros de nuestra tierra.

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