De ningún viaje se vuelve, de Adalber Salas Hernández
Robin Myers ha escrito sobre este libro: “leer a Adalber Salas Hernández [Caracas, 1987] es caminar sobre una línea (aunque ‘prefiera llamarse horizonte / tránsito / olvido’) que cambia constantemente de lugar. Los poemas aquí reunidos nos ofrecen una visión tanto de la vida como del lenguaje en que la norma, la realidad, es el limbo: es lo extranjero, lo exilado, lo suturado, lo vivido para despedirse de él. Pero el recorrido, lejos de ser jamás una marcha fúnebre, es un baile. A veces cómico, a veces elegíaco, a veces lírico, a veces tan lúdicamente íntimo como una conversación escuchada al pasar. De ningún viaje se vuelve es una celebración incluso de lo que se pierde: del hecho de que ‘la tierra no fue dibujada / para nuestros ojos // pero sí / nuestros ojos para la tierra’”.
(Nana para Malena) Duerme, hija, para que contigo duerman todas las balas perdidas del mundo. Que se aquieten por hoy los huesos desteñidos de la tierra, que se detenga el cielo brusco que cuelga sobre nosotros. El cuerpo te pide esta paz a cambio de aguantar la voracidad de tus manos, el peso en hambre de todas tus preguntas –a cambio de tu estatura impaciente bajo el sol–. Duerme por quienes no pueden descansar, contando las gotas de sudor frío que la noche deja en las ventanas. Que el terror pase a tu lado apenas como un murmullo, como el cuerpo de una yegua adivinado en la oscuridad. Que repose tu carne aturdida por el sonido que producen los árboles al crecer. Duerme en la otra orilla de estas palabras con las que te arrullo, menos pesadas que tu sombra, palabras que no te enseñé sino a medias y que nada más sirven para hacerse invisible poco a poco. Lejos de ti quienes siembran dientes de rata en el suelo húmedo. Que las patas de tu cama sean tan altas que no la roce el mar; que los perros no vengan a salmodiar junto a la puerta de tu cuarto. Que el espacio te sea infiel, inagotable. Y que todos los paraísos estén ya perdidos o por perder. Puse en tu almohada raíces blancas, hilos que bajan hasta el penúltimo aliento de la infancia. Duerme tu cansancio liso; en tu frente queda inmóvil la piedra blanda de tu risa.