La guerra entre la luz y las supuestas tinieblas
La disputa por temas triviales es tiempo perdido. La religión y sus dogmas parecen un deporte extremo en una sociedad hipócrita
La creencia en Dios es el motor de vida para los que consideran la divina perfección como un ser intangible, que paródicamente se siente en el momento más solitario y melancólico, pero también para los agradecidos en la felicidad y el éxito.
La fe y su creencia son principios correctos. Pero de ahí a tener la valentía de cuestionar y ejercer el “libre albedrío”, (algo que el mismo Dios concedió a través de las santas escrituras, que transcribieron unas manos con intenciones desconocidas), será un delito letal.
Adversar el libro sagrado no es el camino.
Cuestionar si crees o no, es un irrespeto, más allá cuando la respuesta esté basada en las convicciones propias. Y Juzgan... y pecan y, contradictoriamente, faltan a uno de los mandamientos.
La disputa por temas triviales es tiempo perdido. La religión y sus dogmas parecen un deporte extremo en una sociedad hipócrita; no se aplica lo que predica, pero sí tiene la desfachatez del señalamiento acusatorio con el índice embarrado de estiércol, ese estiércol que manchó las consecuencias de sus actos. Esto sí que está sujeto a objeción.
Los creyentes son más aunque viven en guerras silenciadas por criticar o competir; en algunos casos se dan cuenta de que las ovejas no solo comen pasto, sino también carne. Sin embargo, entre hermanos, no se pisan la cola.
Parece que el mutismo es el pecado colectivo, entre los piadosos.
Es un estado de doble moral: ensucian y hacen creer que eres responsable por cuestionar, lo que evidentemente se dice y contradice en uno y otros, como si fuera un pecado mirar las manecillas del reloj.
¿De quién será el error, de Dios o del hombre? Esa peligrosa contradicción hoy desata un mundo de guerras.
Esta reflexión puede refutarse, pero antes de, el fanatismo se dobla y se guarda en una gaveta donde permence vivo hasta que alguien lo vuelve a sacar. Y lo pasado se repite.
No existe verdad absoluta y si recaemos en la relatividad, que se supone es lo que prosigue, el tema se sale del criterio de un ser mortal que cree en Dios firmemente, pero entendió el mensaje a su forma, no a la que impone el mundo a su conveniencia. Y probablemente viva y muera en el eterno pecado.
El artículo publicado por estas teclas hace unos quince días atrás, dejó claro desde la tolerancia, entender la diversidad que regala la vida. Sin embargo, en tópicos como estos, muchos prefieren no opinar o simplemente rechazar.
Visitar diferentes religiones en un porciento en cifras decimales con cero delante, a lo mejor no es suficiente, pero valida la exponencia de las costumbres de cada una de estas: Desde competir entre los visitantes del templo por quien tenga la mejor vestimenta, como si el camino al altar fuese una pasarela que termina en contienda, a escuchar cómo murmuran contra otras religiones y también cómo fingen “sentir la presencia de Dios” en un ritual donde todos caen al piso como el drama que caracteriza a las telenovelas turcas.
Un amigo contó una vez su descenso porque su madre le imponía participar en el acto aparentemente coordinado y premeditado sin un verdadero sentir.
Una iglesia del Reino de los Testigos de Jehová, ubicada en el centro de la calle Hermanas Mirabal, que divide al sector Cancino del populoso, Los Mina, en Santo Domingo Este, era un templo grande y en sus actividades se abarrotaba de peregrinos, tanto así que ocupaban sillas a las afueras, en las aceras de lado y lado. ¡Algo increíble!
El detalle era que al costado izquierdo había un colmado y los fines de semanas ambos lugares coincidían en sus fiestas particulares. “La guerra entre la luz y la tiniebla”. Pero ninguno de los dos cedía ante la petición del reducir o eliminar el bullicio que interfería entre sus eventos.
Los dos apelaban por tener la razón mientras, simultáneamente, participaban en la contaminación acústica. En un momento determinado, el comerciante tuvo que rendirse ante el poderío de la iglesia.
¿Dónde quedó la justicia de la que predican?