Ventana

Peregrinos, de Juan Manuel Ponce

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Ya en el # 121 de Gozar Leyendo registré el libro Amistad de árbol, del tulueño Juan Manuel Ponce (1949). No existe ruptura formal entre ese libro y el último publicado por él, Peregrinos, pero sí temas nuevos, como unas muy sentidas elegías. La de su amigo, el artista Antonio Caro, termina diciendo: “Maestro Caro, vete al cielo / de los que no conocieron la codicia / y fueron siempre libres”. Y la de Raúl Gómez Jattin –de quien Ponce fue su primer editor– llega a decir: “tuvo fama y las alabanzas / fueron un bálsamo / de corta duración. / La soledad de la locura lo esperaba en la puerta. / Destino raro el suyo / morir mientras vivía / y vivir después de muerto / con tantas personas que lo aman”. Ponce parece conversar en susurros, comunica sus confidencias, que son las de un hombre que tiene la lucidez de un hombre honesto, la trasparencia de un hombre amable.

  • La soledad es callada
  • casi no es justo hablar de ella.
  • Rodea como un manto las horas
  • los días, cada minuto.
  • Se hace querer algunas veces
  • por último, fatiga.
  • Luchamos por quitarnos su frío ropaje
  • pero está pegado a la piel
  • y se resiste.
  • Ya que persiste, hay que hacer
  • tratos con ella: no dictes su voluntad
  • a mis sueños.
  • Pon tu mejor cara cuando estemos solos
  • no pretendía instalarte
  • entre el amor y yo.
  • Eres un don y un infierno
  • igual que el mundo.

***

  • La cadencia secreta de la vida
  • está en el llanto del recién nacido
  • en el jadeo del amor
  • en el ritmo del corazón que ama.
  • El origen del universo
  • es la atracción de la materia
  • urgida por el amor.
  • El espacio infinito y el mar
  • caben en un beso.
  • Toda la eternidad, tu casa blanca
  • la cordillera, las hortensias del jardín
  • la luna y las lagunas
  • celebran este día, ese instante
  • en que sonríes
  • como un dios.
  • Lo grande habla en lo pequeño.

***

  • Entre las piedras grises de Monte Albán
  • ordenadas hace siglos por pueblos
  • sapientes y sensibles
  • honra de dioses desaparecidos
  • reemplazados por otros
  • palabras.
  • Testigos de la vida
  • y se respira en la gran plaza
  • una luz de eternidad.

***

  • Hace ya tiempo que la muerte
  • tomó tu lugar, madre.
  • El patio donde el guayabo no descansa
  • de ofrecer sus frutos
  • me trae tu voz, tu dulce voz
  • hasta el corazón.
  • ¿Y qué fue de nosotros sin tu luz y tus regaños?
  • Aquí en la vida repitiendo
  • lo que parecen vidas únicas
  • y son en realidad la simple vida.
  • Ya nuestros nietos saben cantar.
  • Ha pasado casi toda el agua bajo nuestras vidas.
  • Pero tu recuerdo sigue joven
  • como si la muerte fuera
  • un refugio de la belleza y la ternura
  • para siempre.

***

  • Tras una bella lectura
  • quedan volando las palabras en desorden
  • como una bandada de pájaros
  • espantada del árbol en que reposan.
  • Giran unos minutos azarosos
  • y regresan a sus ramas
  • en un orden nuevo que es
  • sin saber
  • otro poema.

***

  • La lluvia de la noche
  • no se desprende de los árboles.
  • A cuentagotas desciende de los techos
  • no quiere irse y el cielo ya la abandonó.
  • La lluvia de anoche
  • como un amor caído
  • llora ya de no ser.
  • Demos al sol su merecida bienvenida.
  • Él dará cuenta de las viejas lágrimas.

JUAN MANUEL PONCE

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