Ventana

El libro del duelo, de Ricardo Silva Romero.

Tomado del blog “Gozar Leyendo”

Ricardo Silva Romero

Ricardo Silva Romero (Bogotá, 1975) es uno de los más notables narradores colombianos del presente y El libro del duelo un texto conmovedor, fuerte y magníficamente bien escrito. En entrevista en El Tiempo, Silva declara que cree que es una novela “pero, como se puede decir que su género es el homenaje, y está bien llamarlo biografía, crónica o fábula ejemplar, me parece que lo más preciso es llamarlo libro y sumarle la palabra ‘duelo’: es un libro que, palabra por palabra, trata de responderle a una pérdida”.

La pérdida es la de Raúl Antonio Carvajal, un cabo del ejército colombiano. El día 20 de septiembre de 2006 a las 8:38 a.m. llamó a su padre y le dijo: “esto por aquí está muy feo”. Don Raúl, el héroe de este libro, le preguntó por qué y su hijo contestó: “porque me mandaron a matar dos muchachos para hacerlos pasar por guerrilleros muertos en combate y yo dije que no”. Y advirtió: “yo creo que me tienen echado el ojo y que me miran mal y que me hacen cara de ‘usted pa’ qué se puso de sapo’, pero qué más podía hacer yo si esos no son los principios míos”.

Era la época de los falsos positivos. ¿Falsos positivos? Sí, este es el eufemismo que disfraza uno de los asuntos más repugnantes que hayan ocurrido en Colombia. El presidente les pidió a los militares que intensificaran la guerra contra las guerrillas. Y comenzó a medir el mayor o menor éxito de las operaciones según la cantidad de muertes que produjeran en las fuerzas enemigas.

Entonces algunos oficiales de alto rango, generales incluidos, comenzaron a fabricar muertos: secuestraban jóvenes, los asesinaban, los disfrazaban de guerrilleros y los presentaban como muertos en combate. Cuando el escándalo estalló, el ejército declaró que ningún oficial de alto rango estaba vinculado con el asunto y en 2016, un general, el comandante del ejército, tuiteó lo siguiente: “Somos soldados del ejército colombiano y no nos dejaremos vencer por más víboras venenosas y perversas que quieran atacarnos, señalarnos o debilitarnos. Oficiales, suboficiales y soldados, no nos rendimos, no desfallecemos, siempre fuertes con la cabeza en alto. Dios está con nosotros”. Esa actitud, inmodificable, conduce a que cualquier crítica sobra, cualquier crítica te convierte en enemigo de la impertérrita institución socia de Dios: históricamente, por más de un siglo, los civiles son seres inferiores que no comprenden la majestad del destino de la institución armada, y los civiles que interlocutan con los uniformados no se atreven a la menor crítica, así ellos sean los comandantes de la fuerza por mandato.

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