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Gloria, de Andrés Felipe Solano

Gloria, de Andrés Felipe Solano

Gloria, de Andrés Felipe Solano

Gozar Leyendo recomendó antes dos libros de Andrés Felipe Solano (Bogotá, 1977), Corea: apuntes desde la cuerda floja (Gozar Leyendo # 18, ver aquí) y la novela Los hermanos Cuervo (Gozar Leyendo # 35, ver aquí), magníficos ejemplos de calidad narrativa, que se corroboran ahora con esta novela/crónica, de ambas tiene, Gloria.

En la literatura colombiana –reflejando una tendencia actual– abundan las narraciones alrededor de los parientes más cercanos. Hijo o hija escriben sobre padre o madre y, viceversa, madre o padre escriben sobre hija o hijo. Hasta la página 46, casi la mitad de esta breve novela, el cuento se refiere a Gloria, una chica colombiana de veinte años de edad, que emigra a Nueva York. Y la anécdota principal, hasta aquí, digo, es que esa noche de 1970, por primera vez en la vida va a un concierto, el primer artista latinoamericano que canta en el Madison Square Garden, Sandro de América. Es en la página 47, cuando Solano da un salto hasta 1983, que el lector se entera de que Gloria, “además de estar casada, se han sumado a su vida dos hijos, mi hermano y yo”. Sí, Gloria es la mamá de Andrés Felipe Solano.

No hay en Gloria una continuidad cronológica. La narración es un vértigo de tiempos en los que un pequeño detalle de hoy hace explotar un cuento del pasado y el libro entero es la vida de Gloria en Estados Unidos, principalmente Nueva York, salvo unos años en Bogotá, como empleada de las Aduanas. Y si en toda familia hay hechos trágicos, acaso el mérito principal de esta Gloria es que el gran esfuerzo de su autor es hallar –verbalizar– las emociones que Gloria tiene a lo largo de la vida. Nada trascendental, o sí, cuando se encuentra la situación límite de la euforia que alcanza esa mujer en algo tan simple, y no tanto, como montar en una motocicleta, una Indian Centennial: “aprendió a identificar el momento en que podía soltar las manos de su barriga y dejarlas colgando un par de segundos, al lado de las piernas para sentir el viento entre sus dedos, entre avergonzada y eufórica. Jeans viejos y una chaqueta militar revestida es el atuendo de Gloria cada vez que salen de paseo en la moto. Le agradece (gracias, gracias, susurra a menudo dentro de su casco) por haberle mostrado esa forma de la libertad que jamás se le pasó por la cabeza conocer, tan de anuncio televisivo, aunque no por eso menos definitiva. Un verdadero milagro venirlo a descubrir a sus ya casi sesenta años, tres hijos y un divorcio firmado en notaría meses atrás”.

Un libro excelente que uno se devora entero sin poder detenerse sino hasta terminarlo.

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