Ventana

Un acto de arqueología

Un acto de arqueología

Después de tanto, por fin me encontraba allí, en casa de mamá, empaquetando todos los libros y objetos personales que tanto tiempo llevaban esperando para ser trasladados a Madrid, la ciudad que es mi hogar desde hace más de una década.

Revolviendo entre aquellas cajas, encontré mi diario de cuando tenía diez u once años. Un diario que escribí durante una temporada en una agenda del año anterior. También encontré algunos cuadernos de apuntes de 2006 o 2007. Aunque fue inevitable abrirlos, pasé casi de largo porque no tenía tiempo para demorarme: “ya habrá, ya habrá tiempo para demorarse».

En el fondo, todo esto de buscar las cosas propias en la casa de mi madre, no fue, sino una tarea de arqueología. Una indagación en mi propio pasado, en mi persona de hace quince, de hace veintiocho años. Es una suerte y supongo que casi un milagro que mi diario de la niñez haya sobrevivido todos estos años. Pero ahí está. Puede que en el fondo, ya entonces, con la escritura de aquel diario, se prefigurara que al final iba a terminar juntando palabras como forma de vida, o puede que solo fuese una idea de la niñez, sin más, y que busque un significado más allá de lo que realmente es. Pero en cualquier caso, es una de las ventajas de escribir, que se puede retornar a esos años, después de tanto. Cuando ya todo se ha olvidado y solo quedan un puñado de recuerdos, de recuerdos que recuerdan recuerdos de lo que una vez pasó. ¿Realmente fui aquel niño fantasioso que se perdía en su imaginación? ¿Verdaderamente existió? Todo parece como un sueño, como una de esas tantas historias con las que nos cruzamos en la vida, una de esas historias que construyen a las personas.

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Pero ahí está la evidencia, el registro de lo que sucedió aquellos días a través de la mirada de un preadolescente. Es una de las grandes ecuaciones del acto de escribir: le da forma a todos esos vestigios de lo que una vez sucedió.

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