Bug-Jargal, de Víctor Hugo

  • Y, como lo demuestra Bug-Jargal, Victor Hugo nació aprendido. La historia de este texto la contó la mujer del escritor
Bug-Jargal, de Víctor Hugo

Bug-Jargal, de Víctor Hugo

Puede hacerse una historia secreta de la literatura con libros que, por razones que simplemente no se explican, pasan olvidados hasta que llegan a manos del lector vicioso que los conserva como una delicia para adictos. Al parecer es un efecto de iluminación: le caen tan duro, tan directamente los reflectores a, por ejemplo, Nuestra Señora de París o a Los miserables,que los demás libros de su autor quedan a la sombra, aparentemente olvidados.

Particularmente con Victor Hugo, esa omisión es siempre un error del lector vicioso. Victor Hugo no tiene presa mala. A estas alturas, siempre parece que el calificativo de ‘genio’ lo inventaron los habitantes del siglo XIX para su uso exclusivo, hasta llegar a la frase de Cocteau: “Victor Hugo era un loco que se creía Victor Hugo”.

Y, como lo demuestra Bug-Jargal, Victor Hugo nació aprendido. La historia de este texto la contó la mujer del escritor y así la resume su traductor, Matías Battistón: “a fines de 1818 [Victor Hugo] se había reunido con sus hermanos y amigos en una de sus tertulias mensuales, cuando a uno de ellos se le ocurrió la idea de publicar un ‘libro colectivo’. Cada uno de los presentes escribiría un relato distinto, con una premisa en común: los protagonistas serían soldados que, mientras hacían guardia o descansaban en su tienda de campaña, se turnaban para relatar sus aventuras en el frente. Todos estuvieron de acuerdo. Victor Hugo, para no ser menos, propuso escribirlos en dos semanas, apuesta de por medio. Fue el único que cumplió el plazo”.

En ese momento, nuestro genio tenía dieciséis años y la historia es magnífica, con un inesperado protagonista, un héroe romántico, un esclavo que, antes de ser capturado para llevarlo a los cañaduzales de Santo Domingo, era hijo de un rey en su originaria África y que se hace amigo del oficial francés que cuenta el cuento. Una amistad a distancia con unas hermosas claves para garantizar la lealtad entre ambos: “un día entré sin que él pareciera darse cuenta de mi presencia. Le daba la espalda a la puerta del calabozo y cantaba, con aire melancólico, una canción española: yo que soy contrabandista.Cuando terminó, se dio vuelta bruscamente y me gritó: ‘¡Hermano, prométeme que si alguna vez dudas de mí, olvidarás todas mis sospechas al oírme cantar esta canción!’”.

Vendrá el recrudecimiento de la guerra de liberación contra los ocupantes franceses y vendrá también el encuentro de ese par de amigos enfrentados por pertenecer a ejércitos enemigos… ¿se oirá la canción?

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