“En las montañas altas”, de Emilio Salgari
El libro es entretenidísimo. Pasan toda clase de cosas. Todo el tiempo nos mantiene en suspenso. La pasé maravillosamente. No les voy a contar el final.
Al leer esta espléndida novela, En las montañas del Atlas, recordé unas frases que escribió Emilio Salgari (1862-1911) en Mis memorias. Me puse a la búsqueda de ese libro y hallé en mi biblioteca, primero, una edición del Centro Editor de América Latina en 1977, traducida por Gonzalo Calvo y subrayado por mí hace más de cuarenta años; y luego, encontré otra edición de Renacimiento en 2012, traducida por Vicente Corbi y con un muy lúcido prólogo de Fernando Savater, también con subrayados míos mucho más recientes. Al comparar los textos de las dos traducciones, la de Calvo y la de Corbi, pude comprobar que son absolutamente idénticas. Es imposible que esto suceda, de lo que deduzco que, una de dos: o Calvo es un pseudónimo de Corbi o Corbi es un pseudónimo de Calvo.
Muy al comienzo de sus memorias, Salgari dice que escribía “por la necesidad de desprenderme, por así decirlo, del frenesí de aventuras que todavía me poseía, la que guió mi pluma: y así encontré, en el desarrollo novelesco de sucesos que verdaderamente sucedieron, una compensación a mi forzada inmovilidad. No pudiendo ya correr por mares y continentes lancé sobre el globo terráqueo a mis héroes y a mis heroínas; y escribí, escribí, escribí hasta el punto en que el escribir, de remedio liberador se convirtió en una profesión. Peor: en una dolorosa profesión”. Y es que Savater cuenta que “Salgari vivía acosado por la penuria, trabajando por un forzado de la pluma para editores que lo estafaban a él con impávida constancia”. Las cuentas no están claras, pero en todo caso fueron más de ochenta las novelas que salieron de la pluma del escritor veronés. Y, desde cuando aparecieron hasta hoy, siguen leyéndose con pasión.
Sin embargo, si uno mira los resúmenes de doña Wikipedia sobre novela italiana del siglo XIX, su nombre ni siquiera aparece y continúa relegado a una categoría que, sin más razón que la estulticia, no reconoce ni la narrativa para jóvenes, ni las novelas de aventuras por donde tantos hemos entrado a la literatura. Personalmente, estoy en disposición de firmar las frases de Savater en el prólogo de la traducción firmada por Corbi: “siempre he sentido gran admiración por quienes proclaman que su afición a la lectura se despertó a los siete años, cuando una tía les regaló el día de su santo La montaña mágica, para confirmarse a los nueve, cuando acabaron En busca del tiempo perdido.
Confieso que mi vocación tiene orígenes más modestos: me convirtieron en lector los relatos de aventuras y muy especialmente las novelas de Emilio Salgari”. Hay más: ciertos autores que me sirvieron de iniciación sigo leyéndolos y releyéndolos con pasión, mucho más, sigo abordándolos con la convicción de que son clásicos inmortales. Me refiero a tipos como Robert Louis Stevenson, Mark Twain, Julio Verne, Rudyard Kipling y Emilio Salgari, autores que me llevaría a una isla desierta. No fue ni Hollywood ni fueron las productoras de televisión quienes dieron con esa infalible fórmula de suspenso que es el relato de una persecución. La fórmula venía de antes, de la literatura, ya perfeccionada de un modo en que los lectores no podemos, simplemente no podemos, abandonar el texto ante la intriga de lo que seguirá, que siempre es una nueva situación que empeora las cosas y mantiene nuestra atención en vilo hasta la página final.
En eso, Salgari era un artista como lo demuestra la novela que reseño, En las montañas del Atlas, de la que no había traducción hasta ahora que Ático de los Libros la emprendió con ese especial olfato literario que, antes, los llevó a editar El mundo en que vivimos de Anthony Trollope. La traducción de En las montañas del Atlas se debe a Elena Rodríguez. Con Salgari uno está acostumbrado a los escenarios marinos y a los piratas. Pero no es el caso de En las montañas del Atlas, que transcurre en el desierto africano: una persecución a través del desierto, convirtiendo en ficción una institución real, la legendaria Legión Extranjera fundada por Francia en 1831 “para completar la conquista de Argelia”, precisa el mismo Salgari añadiendo que esa milicia es “llamada con razón ‘la milicia de los desesperados’ (…). Vienen de todas las naciones de Europa: son nobles arruinados, militares degradados, abogados sin pleitos, marineros, amantes desgraciados, perdidos de la vida que un día se reúnen en Marsella y se embarcan para Argelia”.