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Minucias, de Darío Rodríguez

Minucias, de Darío Rodríguez

Minucias, de Darío Rodríguez

El aforista ama el silencio y sólo sale de él a la fuerza y marcado por la brevedad. Y va lento porque el aforismo, oculto entre más silencio, tarda en madurar. Nadie, y Rodríguez lo sabe, lo ha vivido, es aforista por oficio; sólo lo es por necesidad y muy ocasionalmente. Si es previsivo, y nadie es previsivo siempre, irá reuniendo esas filosas frases cortas para tener, al cabo del tiempo, contado en años, un cuaderno con sus silencios hechos de palabras, con sus palabras hechas de silencios. Como Minucias, este concentrado tesoro de Darío Rodríguez que, fiel a la timidez del aforismo, elude su propio nombre.

Ya se sabe: Gómez de la Serna no quería llamarlo aforismo y por eso inventó la palabra ‘greguería’; igual Canetti, que nombra a los suyos como ‘apuntes’; o Rafael Cadenas que les dice ‘dichos’; o Antonio Porchia que escogió ‘voces’. Así Rodríguez, que se apropia de ‘minucias’ para bautizar sus muy selectos aforismos. Enseguida va una muestra de Minucias:

-Muchas veces se llega a la libertad porque se estaba luchando por algo muy diferente de ella.

-Los funerales de la novela son, en realidad, la celebración de su bautismo.

-La atención desmedida a un teléfono móvil, o a cualquier pantalla, es una forma de arrobamiento místico.

-Cierto libro de poemas leído como si fuera una colección de aforismos. Cierto libro de aforismos leído como si se tratara de un compendio poético.

-La única ventaja de un artista desconocido es que no se le impone ser heraldo ni vocero de nadie ni de nada.

-Las peores brechas generacionales se presentan entre personas que tienen idéntica edad.

-Para ejercer influencia en los rebeldes nadie más óptimo que quienes no parecen rebeldes: Emily Dickinson, San Juan de la Cruz, Jane Austen.

-Existen mitologías de ciertas colectividades que explican las de otras.

-Los seres humanos se sienten libres porque pueden hablar. Quién sabe si esa capacidad no es, justamente, la más abyecta esclavitud.

-El amor es un arte de la repetición.

-Quien anhela regresar a la soledad nunca la ha experimentado.

-La máscara no anhela identidad sino redención.

-La nostalgia suele confundirse con el entusiasmo.

-La realidad miente. Ese es su trabajo.

-Políticos ingenuos que consideran inofensivas las bibliotecas públicas.

-Cada reunión burocrática nos recuerda el necesario, y justo, sinsentido de la existencia.

-Escribir es un aterrizaje forzoso.

-Nadie es su propio jefe.

-La corbata es lazo de ahorcado, no tenso hacia arriba sino hacia abajo.

-Una mística –incluso una ascética– pagana.

-El mundo nos habla mediante palabras pero suponemos que ese lenguaje es de señas.

-El asombro que no proviene de experimentarse diferente de los demás sino precisamente igual a todos. Es todo.

-Llevar la existencia del destinatario al que nunca le escribieron una carta.

-La crítica literaria suele parecerse a una discusión enardecida entre dos personas acerca de un libro que ninguna de ellas ha leído.

-Todos los Doctores de la Ley como cazadores de cabezas.

-La noche nunca es joven.

-Una sola plegaria para pedir que llueva y que cese la lluvia.

-Uno de los ardides maestros de William Shakespeare fue hacerles creer a algunos que él no escribió sus obras. A fin de pervivir como conjetura.

-La lucidez llega caminando hacia atrás. Y nunca se queda.

-Quedarse gracias al afán de querer irse.

-El país es un alma en pena.

-Desamor de sí mismo.

-A veces observamos solamente con las cejas.

-Abundancia de flores en la nación. Pero solo dispuestas para tumbas.

-Palabras tan endebles que nunca lograron salir de sus páginas.

-Los árboles son caballos detenidos.

-Un insecto con alma de ave.

-Un movimiento de vanguardia compuesto únicamente por críticos.

-Llanuras y cordilleras son opiniones del océano.

-Quien va a la cabeza de la multitud en realidad le está dando, literalmente, la espalda.

-La elegancia es propia de las almas en pena.

-El gato que levanta una pata para agarrar a la luna. Así el oficio literario.

-El automóvil fue inventado para el cazador que subyace en nosotros. El centro comercial fue inventado para el recolector.

-¿Qué isla desierta llevaríamos a un libro?

-Algunos que parecen gritar solo bostezan.

-Leer como si estuviéramos despiertos.

-En ciertos sentidos, todo poeta es maldito.

-Las historias inician donde no hay palabras para contarlas.

-Todavía existen palabras que andan en busca de su definición y significado.

-Ninguna melancolía es excesiva.

-Quizá todo destino es vulgar. La gracia reside en simular que no.

-Desearle suerte a alguien es, en el fondo, suplicarle que se quede quieto.

-Periodistas, políticos, publicistas se disputan las oportunidades de inutilizar y pulverizar las palabras.

-Sacar a pasear el perro puede ser una de nuestras últimas experiencias espirituales.

-Pensar como quien deja escrituras sobre la superficie de un vidrio empañado.

-Tener un método, una metodología, implica ensanchar el problema, no empezar a solucionarlo.

-Todo amor nace muerto. Lo único que cambia es el momento en que lo notamos.

-Una experiencia sagrada no siempre es teológica. Por fortuna. O gracias a Dios mismo.

-Pleno de artificios, como todo lo natural.

-Peligroso como un anciano sin nostalgia.

-El éxtasis místico también se alcanza viendo televisión.

-Descripción completa de un país en una sola frase: “Se emborrachó la policía”.

-La nueva santa inquisición finca su fuerza en el idioma. Cree, ciega, que las palabras cambian la realidad.

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