Ventana

Cangrejos antillanos, de Marielys Duluc

Cangrejos antillanos

«Y en el exilio, nada es lo que fue. No hay mentiras ni verdades, solo distancia y entonces, te vuelves esa que escribe para no extrañar su Caribe» (pág. 71).

En una entrevista para este mismo medio se preguntaba la poeta Marielys Duluc: «¿Cómo un maestro de artes puede decirle a una niña que no puede escribir poesía, porque eso no era lo que él estaba enseñando en la clase?» Una pregunta que indaga en las inquietudes que arrastramos desde pequeños, un reflejo de esa importancia que tienen los profesores para la infancia y cómo pueden determinar el futuro de la persona. Afortunadamente, esto no sería un impedimento para que la autora continuase escribiendo y creciendo como artista. Creando con los años una poesía íntima, que navega a ambos lados del océano Atlántico.

La nostalgia por el país que se ha dejado atrás, la familia, el amor o las pasiones son algunos de los temas que la autora dominicana aborda en «Cangrejos antillanos» (Huerga y Fierro editores, 2016). Un poemario breve y de gran intensidad, que se estructura en un solo bloque, del que emerge cada poema como pieza independiente pero como parte de un todo que le da constancia y firmeza.

La obra arranca con el poema «Cangrejos», una evocación a medio camino entre la nostalgia y la idealización, contando con la lucidez que da la adultez: esos intentos a medias o casi intentos, esas cosas que funcionan más o menos, que son así, que por supuesto podrían haber sido de otra forma pero que no queda más remedio que aceptar como son:

«Extraño ser pequeña

jugando a los cangrejos

en una media isla

que juega a ser país» (pág. 9)

Esa evocación se repite en varias ocasiones con diferentes discursos. Hacia el final, lo retoma en un poema que ensalza la distancia a la que vive de su madre, lo lejos que se ha quedado, con un océano que las separa y que no obstante, contrasta con la cercanía de los sentimientos entre ellas y como en su relación se abarca los mismos temas que cuando se veían todos los días, haciendo por momentos, que la distancia sea mínima, a pesar de no poderse abrazar:

«mi madre

habla mi

mi madre

          habla

y me enseña que la vida pasa sin mí

la distancia no amortigua el tiempo» (pág. 69)

Sus raíces, las costumbres y la cultura con la que se crió, surgen en ocasiones. En «Hermanas» se acuerda además del otro país que ocupa la isla, de esa inexorable hermana con la que conviven: Haití. País con el que la República Dominicana comparte muchas diferencias pero sobre todo, incontables similitudes:

Autora

«Hermana

te duele el masacre y a mí el recuerdo

hemos sido títeres, aún somos

hilos de Europa, presa de América

hijas de África, puerto de Asia

y el caribe nos llora, te lo juro» (pág. 18)

Lo cotidiano también se manifiesta en el poemario, sobre todo en los aspectos de las relaciones entre las personas: la dificultad de la convivencia, los reproches, la problemática del individuo a veces demasiado encerrado en su propio ego, temas que aparecen en poemas como «Te cuento»:

«las mariposas crecieron y ahora son murciélagos

sus alas sobre mi cabeza se escuchaban como tu voz

quejándote por todo

por nada

ya no hay cielo» (pág. 27)

El poema «Afro» se lo dedica al cabello. A su cabello. Un cabello fuerte, ondulado, característico, que ha sido castigado, no obstante, por una cultura que define la calidad del pelo según su forma, convirtiendo tradicionalmente en una suerte de estigma poseer un tipo de pelo en concreto, como si no fuera una obra de la madre naturaleza:

«Que dance tu mano en mi afro

Siente mi negro sabor

Palmeras llevo en el pelo

Hebras que bailan al sol» (pág. 43)

Y por supuesto, también hay mucho de la poeta entre los versos que componen el poemario, de su esencia, de sus pasiones e imperfecciones, porque si de algo estamos hechos los seres humanos, es de la pasiones e imperfecciones que nos construyen y que nos hacen únicos:

«ya recé 3 aves María

ya fui hombre y mujer

ya fui romana y atea

comunista, consumista

beata, atea» («Ay papi», pág. 33)

La poesía de Duluc se erige desde lo más adentro, desde donde observa el mundo que la rodea, las experiencias, las sensaciones, las costumbres, la vida… toda esta lírica se encuentra mucho más cercana al corazón que al intelecto, es poesía de los sentimientos. De una poeta apasionada que crea desde su concepción del mundo, desde sus motivaciones, sus experiencias y sus incertidumbres. Y «Cangrejos antillanos» es una obra que nos acerca a todas esas sensaciones, a la magia de esa media isla que «se encuentra en el mismo trayecto del sol», a la dificultad y las complejidades que tiene emigrar y estar lejos, muy lejos de los tuyos. Trata de la vida, al fin y al cabo.

Otras obras de la autora son: «De la mano del tiempo» (Ediciones Santuario, 2012) y «Fuimos papel y ardimos» (Huerga y Fierro editores, 2019).

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