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Sumario de plantas oficiosas, de Efrén Giraldo

Sumario de plantas oficiosas

El segundo párrafo de la ‘nota aclaratoria’ inicial de este libro dice que “el ensayo es libro monstruoso, y en este sentido contiene la anécdota, la crítica, el diario, la nota y todos sus géneros marginales. Es a la vez su ejemplo y su promesa, su proyecto y su diseño”: buena definición del texto que seguirá. El autor no excluye nada. Se diría que no tacha. Dice que lo escribió durante el encierro de la pandemia del Covid-19 y cuenta su vida, sus orígenes campesinos, habla de su abuelo y de su padre, de su madre, de su abuela (que tejía flores imaginarias), de su tía Ana (con una admirable historia de heroísmo), de su esposa, de su hijo. Por supuesto, no faltaba más, también dedica muchas líneas a hablar de sí mismo.

Efrén Giraldo (Medellín, 1975) es profesor universitario graduado en historia del arte, apasionado por el arte contemporáneo, también tiene un título en literatura y lleva ya recorrido editorial como cuentista y, obvio, como ensayista. De todo esto nos habla en este texto, y también, lo digo de último para destacarlo como principal, nos habla de su oficio de jardinero, de su pasión por las plantas. Y nos habla del mundo vegetal combinando sus especialidades, las plantas, los árboles y la poesía; las plantas, los árboles y el arte. Ah, y las plantas, los árboles y él.

Fiel a su oficio profesoral, al principio hace una síntesis de lo que viene: “en el primer texto se narra el encuentro aplazado con el hijo de un árbol sobreviviente de la guerra. El segundo evoca el herbario de Emily Dickinson. El tercero habla de dos botánicas ficcionales: el famoso manuscrito Voynich,de autoría desconocida, y el Codex seraphinianus, la gran obra de Luigi Serafini, junto con otros casos de vegetación en el cine, la ilustración y la literatura. El tercero se ocupa de algunos momentos significativos de historia cultural de la flora colombiana: la Real Expedición Botánica, la Comisión Corográfica, la orquideomanía europea y la lucha contra las drogas. Se detallan viajes imaginarios y reales, de menor o mayor escala, que ayudan a entender el desplazamiento, ya no como asunto de animales y humanos adaptables, sino de plantas inteligentes. En la cuarta sección aparece un recorrido personal por la botánica literaria, plantas narradas y ensayadas, y alguna flora poética (…). El último texto recurre a ejemplos de la creatividad reciente para defender la capacidad que estética y ficción tienen a la hora de esperar el alivio que una ética amable con las plantas podría prometernos”.

Cita a Nabokov –“todos los árboles son peregrinos”– para contradecir la idea de que “construcciones, personas e incluso animales no tienen por qué ser de un sitio específico. Pero las plantas en su mayoría sí, a pesar de que se hayan aclimatado y alcanzado espacios desconocidos (…). Los animales hemos llevado plantas de un lugar a otro, contribuyendo así a la transformación del mundo ‘primario’”. A veces, el traslado de una planta de un lugar a otro adquiere las características de invasión, como es el caso del “avance marcial del ojo de poeta” (Thunbergia alata) en el territorio colombiano, una planta que puede tener más de mil semillas viables por cada metro cuadrado que ocupa: “veo a mis vecinos de la vereda con tapabocas haciendo periódicamente la poda y la incineración de las plantas que en una semana son capaces de coronar las cercas y el árbol de mediano tamaño que cubre la entrada de su casa”. La pesadilla que le produce la veloz propagación del ojo de poeta lleva a Giraldo a recordar En el lento morir de la tierra, la novela de Brian Aldiss, que “especula con un futuro apocalíptico donde el reino vegetal domina al planeta y reduce a los humanos a su mínima expresión”.

Como para establecer un contrapunto que normalice la agitación producida por la invasión vegetal, Giraldo se refiere enseguida al herbario de una niña llamada Emily Dickinson, que describe cuatrocientas veinticuatro plantas y que ella empezó a confeccionar “muy probablemente entre 1839 y 1846, al parecer siguiendo lo que era un entretenimiento corriente de niñas y adolescentes de la época": “cada página es una pieza independiente, una composición donde la línea, las masas cromáticas y el diseño estructuran una realidad autónoma. Son pequeños universos plásticos, de manera similar a lo que ocurre con sus poemas”.

De la doméstica y muy lírica Emily Dickinson se puede saltar a un manuscrito de plantas fantásticas “probablemente elaborado a finales de la Edad Media”, el manuscrito Voynich: “salvo por dos especies de nuestro mundo (…), todas las plantas del Voynich son enteramente imaginarias”, lo que lleva a Giraldo a pensar que “se trata, muchas veces, de ficciones y teorías sobre la legibilidad de lo inexistente, que es a la vez pariente lejano de la ilegibilidad de lo conocido (…). Las plantas fantásticas nos ayudan a relacionarnos mejor con las plantas reales, pues la fantasía es la única que nos convence de que ellas tienen vida y debemos tenerles respeto. Una planta vive doblemente en un relato, el lugar donde podemos superar las limitaciones de lo humano”.

Esta línea de pensamiento la remató Stefano Mancuso cuando dice “que si los extraterrestres nos visitaran buscarían a las plantas como interlocutores, no a los humanos”.

Extendiendo la idea a la historia del arte, el autor escribe: “tengo una idea casi indefendible en el sacrosanto panteón instaurado por Vasari, pues creo que, en las miles de ilustraciones humildes, muchas de ellas anónimas, está el culmen de la mímesis occidental, más que en el relato de progreso que empieza con Giotto y culmina con Courbet, y donde el éxito se mide por la capacidad de representar la figura humana. La deposición del hombre como el centro de la aventura de la mímesis y la aparición de las plantas como protagonistas no es más que el retorno a la conciencia de esa autonomía de la forma que no estaba en el ser humano, sino en la flora. La página del Jardín Botánico de Madrid permite ver la excelencia de las acuarelas y descubrir el mundo de los ilustradores”.

Muy merecidamente, Giraldo rinde homenaje a Joaquín Antonio Uribe, que empezó en 1912 a publicar sus Cuadros de la naturaleza, y trae una cita memorable que repito incompleta: “Hoy todavía, el tuareg habitador del Sahara respeta con religioso instinto las palmeras de sus oasis, y asegura que cuando el hacha del extranjero abate uno de esos árboles venerables y desgarra sus tejidos ricos en savia, delicados e intactos, el tronco lanza gritos como un niño que llora de dolor, lamentos que conmueven al verdugo y espantan al hijo del desierto. El ilustre Laplace escribió: ‘aunque exista una gran analogía entre la organización de las plantas y de los animales, no parece suficiente para considerar a las plantas como dotadas de la facultad de sentir, pero nada autoriza a negarles esa cualidad’. Los botánicos del día (…) con taimada seriedad, niegan que el sueño de algunas plantas y los movimientos especiales de sus hojas o de ciertos órganos florales sean muestra de verdadera sensibilidad. Mas, ¿cómo saben ellos experimentalmente eso que nos enseñan tan orondos y tan graves? ¿Han interrogado eficazmente al trébol que engalana los prados, al espino de oro de las cordilleras, a las batatillas de los campos? ¿Qué han contestado ellos? ¿Cómo saben que la oruga, que vegeta inmóvil en una roca, siente y no siente la mimosa pudica? (…). Consideremos la dormidera de nuestros campos, de la familia de las mimóseas. Es una tarde serena de verano; ya se hundió el sol en el ocaso, los céfidos retozan en los matorrales, reina el silencio propio de esa hora melancólica de recogimiento y meditación. De repente crujen las hojas secas en el suelo al paso de los lagartos que buscan los agujeros de las peñas; zumban las abejas que vuelven a su casa después de la ruda lucha en las colinas; se estremecen a intervalos los ramajes con la llegada de los pájaros al nido; la dormidera cierra castamente sus hojas que se inclinan en silencio sobre el tallo. Y todos, insectos, reptiles, aves, mimosas, se duermen hasta que luce la aurora el siguiente día. ¿Por qué se entregan esos seres al sueño reparador, espontáneamente? Yo lo interpreto con toda claridad. Porque sintieron la aproximación de la noche con sus sombras negras y sus vientos fríos; el apagamiento del sol; el cansancio por el enérgico trabajo de sus órganos. ¿Quién lo duda? Pero hay más: si durante el día, algún animal pisa o sacude nuestra primorosa dormidera; si un insecto o un volátil cualquiera que ronda entre las malezas roza con su follaje delicado, si pasa una nube y se obscurece transitoriamente el cielo, entonces ‘la hermana mimosa’ se conmueve, se resiente del ultraje de los agentes exteriores, deja caer sus hojas ruborizadas, se entristece, se marchita, parece que se muere”.

Dice Giraldo que “las plantas pintadas difieren de las plantas escritas. Si en las primeras existe la posibilidad permanente de comparar el resultado creativo con lo real (…) el referente está sustraído en las segundas y el objeto es reemplazado por el instrumento hasta cierto punto empobrecido del lenguaje. La prerrogativa de pintores, dibujantes y fotógrafos es darnos la opción de una segunda flor o de un segundo árbol, mientras que poetas, ensayistas y novelistas nos dan sólo simulacros (…). Una planta consigue florecer más fácilmente en la pintura que en el poema”. Enseguida, Giraldo hace un recorrido vegetal por la literatura que incluye nombres como los de William Blake, Walt Withman, Antonio Machado, Álvaro Mutis, Clarice Lispector, Eliot, Eugenio Montejo, Emerson y Jean Giono, entre otros. Y, después de una evocación autobiográfica sobre los álbumes de chocolatinas Jet, termina con un acercamiento al arte colombiano, mencionando, entre otros, a Carlos Uribe, Bernardo Salcedo, Alicia Barney, Antonio Caro, Miguel Ángel Rojas, Juan Fernando Herrán, María Fernanda Cardoso, José Alejandro Restrepo y la infaltable Doris Salcedo.

Con este Sumario de plantas oficiosas, Giraldo ganó el Premio de No Ficción Latinoamérica Independiente, organizado por nueve editoriales de diferentes países del continente: Criatura (Uruguay), El Cuervo (Bolivia), Elefanta (México), El Fakir (Ecuador), Fósforo (Brasil), Godot (Argentina), Libros del Fuego (Venezuela), Trabalis (Puerto Rico) y Luna Libros (Colombia)

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