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El triunfo de la vida, de Percy Bysshe Shelley

El triunfo de la vida, de Percy Bysshe Shelley

“La belleza de la visión y el lenguaje de Shelley hacen de este uno de los grandes poemas del romanticismo inglés. No es casual que T. S. Eliot –cuya Tierra baldía, exactamente un siglo después de El triunfo de la vida es igual de distópica– considerara este texto el mejor de Shelley. Es una obra que deslumbra por su originalidad asombrosa, poder imaginativo, intensidad verbal y calidad visionaria. Es, en definitiva, una explosión de creatividad detonada en las dos últimas semanas de la tormentosa vida de Shelley”. Con estas palabras termina el iluminante prólogo de Prue Shaw a esta traducción de Luis Castellví Laukamp.

Shaw comienza por situar a Percy Bysshe Shelley (1792, Reino Unido-1822, Italia) como una de las notabilidades de la segunda generación romántica de la poesía inglesa al lado de Byron y Keats: “Los tres nacieron a finales del siglo XVIII; los tres murieron jóvenes a principios de la misma década. John Keats, a los veinticinco años en 1821. Percy Bysshe Shelley, a menos de un mes de cumplir treinta, en 1822. Lord Byron, a los treinta y cuatro en 1824”.

Shelley “fue un estudiante brillante, con un don para los idiomas (griego y latín; también francés y alemán) y un interés notable por la ciencia (…). Cuando llegó a Oxford a los dieciocho años, en una época de ampulosa conformidad religiosa y gran agitación social y política, ya era ateo y escribía prosa y poesías (…). En su segundo trimestre de carrera, Shelley escribió y publicó un panfleto titulado La necesidad del ateísmo (1811) (…). La necesidad del ateísmo fue la primera declaración pública de ateísmo publicada en Inglaterra: un acto de valor, pero también una temeridad. Sobra decir que Shelley fue expulsado de Oxford”.

Toda la vida fue un contestatario, un rebelde absoluto. “Llegó a escribir que ‘es imposible imaginar una institución más contraria a la felicidad humana que el matrimonio’. A pesar de su firme oposición a esta institución, el poeta se casó dos veces”.

“Nuestro poeta también escribió un apasionado ensayo sobre la naturaleza y el valor de la poesía: Una defensa de la poesía (1821), publicado póstumamente como gran parte de su obra. Visto en retrospectiva, este ensayo se ha erigido como un documento definitorio de las ideas románticas sobre la inspiración poética”, en el que precisa que “la poesía no es como la razón, un poder que se ejerce a voluntad. Un hombre no puede decir: ‘voy a componer poesía’. Ni siquiera el más grande de los poetas podría decirlo, pues la mente creativa es como un carbón que se debilita, y en el que alguna influencia invisible, como un viento inconstante despierta un brillo transitorio; este poder surge del interior, como el color de una flor que se debilita y cambia a medida que se desarrolla, y cuya irrupción o desaparición no puede ser vaticinada por la parte consciente de nuestra naturaleza”.

Como ha visto, ésta, diferente de una reseña, es un altavoz para dar noticia de un clásico a través de las palabras de su prologuista. Shaw cuenta que “la literatura y la navegación fueron sus dos grandes pasiones. Siempre le gustaron los barcos (…). En sus últimos meses de vida, se hizo construir su propio barco. Mostró un gran interés por el diseño, pues modificó detalles para optimizar la velocidad y el manejo de la embarcación (…), cuando el barco llegó por fin el 12 de mayo de 1822, Shelley estaba ansioso por probarlo y añadirle velas y aparejos. ‘Me sirve de despacho y de carruaje’, le escribió a un amigo. Estas son las semanas (a finales de mayo y, tras una interrupción, a finales de junio) en las que escribió El triunfo de la vida. Como explicó Mary cuando el poema se publicó póstumamente en 1824, ‘Shelley llevaba sus papeles a bordo’; y gran parte de El triunfo de la vida fue escrito mientras navegaba por ese mar que pronto lo engulliría”.

“El título del poema [El triunfo de la vida] evoca las procesiones de los emperadores romanos tras vencer en una batalla, desfilaban por Roma en un carro triunfal para exhibir el botín y a los prisioneros de guerra”.

“Un precursor literario importante de Shelley es Petrarca, cuyos Trionfi son una serie de seis poemas en terza rima o tercetos encadenados que celebran los sucesivos triunfos del Amor, la Castidad, la Muerte, la Fama, el Tiempo y la Eternidad (…). Sin embargo, El triunfo de la vida es muy diferente a los Trionfi petrarquistas; su inspiración más profunda procede de Dante. Shelley frecuentó a Dante toda su vida (…). Shelley probó los tercetos encadenados tanto en sus traducciones como en sus composiciones originales”.

“Otro modelo clave es Milton, un poeta al que Shelley siempre admiró. Al servirse de la terza rima, Dante tiende a hacer coincidir la unidad sintáctica con la unidad métrica: sus tercetos suelen acabar con una pausa al final del tercer verso, marcada por un punto o un punto y coma. Shelley hace todo lo contrario: sus tercetos fluyen hacia delante, con frases conectadas por fuertes encabalgamientos que se extienden verso a verso, a lo largo de muchos tercetos”.

“La obra comienza con un preámbulo de cuarenta versos de extraordinaria vitalidad. Shelley describe el amanecer y el efecto del sol naciente sobre el mundo natural (la Tierra, los Océanos, los seres vivos…), dinamizado por el retorno de la luz. La belleza y la grandeza del paisaje, vistas con esa perspectiva cósmica, constituyen una introducción apropiada, y ofrecen un notable contraste respecto al resto del poema. La Creación despierta, pero el poeta-personaje no ha dormido; mientras se desentumece bajo un viejo castaño, en una ladera de los montes Apeninos, un extraño trance se apodera de él. El rapto de Shelley ocupa el resto del poema: una experiencia visionaria colmada de extrañeza y de horror. El poeta está sentado junto a un camino público. Una gran corriente de gente, de todas las edades y condiciones, circula a toda prisa. Sin embargo, nadie parece saber adónde va ni por qué. Forman un torrente humano, ciego a la belleza del mundo natural que los rodea, que desemboca en una danza macabra. Mientras el poeta mira a su alrededor y la muchedumbre se vuelve cada vez más salvaje, un carro irrumpe en la escena. En su interior, agazapada, viaja una forma encapuchada. El carro lo dirige una sombra con cuatro caras, como el dios Juno, que va con los ojos vendados y es incapaz de dominar el vehículo”.

Lo que sigue es un desfile de celebridades y de una honda visión de la condición humana.

Para continuar con los puentes que Shelley tiende hacia el Dante, así como en la Divina Comedia el poeta narrador es Virgilio, analógicamente, en El triunfo de la vida ese papel lo lleva Rousseau.

Sobre la forma, parece muy afortunada la decisión del traductor al español de presentar el poema en tercetos endecasílabos, libres de rima porque la rima obliga a ajustar con ripios. Castellví consideró verter el poema en alejandrinos, pero lo descartó por “su ritmo lento”, que sólo funciona “para traducir poemas breves”. Ya es hora de presentar una muestra de los primeros versos del poema, el amanecer.

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