En memoria de Vicente Pimentel, grande entre los grandes de Europa y América Latina

Vicente-Pimentel

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En el año 1975, mientras caminábamos por la calle El Conde, el poeta Luis Alfredo Torres (Canto a Proserpina), uno de los textos antológicos de la literatura dominicana, y quien suscribe, nos topamos con el reconocido artista Vicente Pimentel.

Como Torres le conocía y admiraba su arte, no vaciló en invitarle a tomar un café, y Pimentel aceptó muy cortésmente. Recuerdo que nos sentamos en una mesa ubicada al fondo de La Cafetera, como le llamaban escritores, intelectuales y artistas que allí se reunían a menudo.

En el transcurso de la conversación, Pimentel se sentía feliz porque en unos meses viajaría a París, donde ya había estado antes y había obtenido un título en Arte en Luminy, en Marsella, si mal no recuerdo.

En 1993 me tocó viajar a París, con el fin de ver a Claude Couffon, decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Sorbona y traductor de varios premios nobeles, y, mientras estaba en la ciudad de la luz, decidí llamar a Pimentel por medio de la consagrada maestra y compañera suya de estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes, Rosa Tavárez, quien me facilitó su dirección y número telefónico.

Mi llamada le alegró mucho y al día siguiente se presentó en el hotel Select (Barrio Latino) en donde me encontraba hospedado y me invitó a visitar su taller y a conocer su familia. Me llamó poderosamente la atención la cantidad de dibujos y pinturas amontonados.

Recuerdo que al ver esto, le dije: --Maestro, usted es un monstruo de la imaginación.

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En esa oportunidad me llevó al Louvre, al museo de los impresionistas, a los de Picasso y Dalí y me paseó por lugares cuyas imágenes todavía hoy conservo frescas en la memoria. Un año después regresé a París, investido de embajador extraordinario y plenipotenciario en ese maravilloso país. Nuestra amistad se intensificó aún más.

Con frecuencia lo visitaba los sábados en su taller. Ese día, él cocinaba y pintaba y me narraba cosas hermosas de su arte. Tengo algunos óleos y dibujos que me obsequió y que siempre he conservado pues sabía que llegaría muy lejos en el arte. Y así ha sucedido. Al sufrir una prolongada situación de salud, la cual no daba señal de superación, el Senado de Francia lo condecoró, y una comisión del Gobierno francés realizó un fideicomiso con tal de que su arte forme parte del patrimonio cultural de Francia.

La nación dominicana debe estar regocijada con esta determinación del Gobierno francés, pues no hay duda de que con ello resguarda su legado y pone a disposición de los ciudadanos franceses y del mundo su considerable calidad plástica. Y es que su obra se basa en criterios estéticos indispensables, asistida de un lenguaje sin fronteras, y cuya apuesta en toda su estructura fenomenológica consiste, en definitiva, en una fuerza creativa básica y rigurosa.

Hasta el punto que su enjundia está avalada por un marco conceptual y antropológico que esboza y promueve procedimientos iconográficos que impulsan y dan sentido a la intuición certera. Lo vi dibujar en su taller en París de manera apasionada, siempre tratando de encontrar el misterio de la belleza para transformar en luz, conocimiento y humanidad.

Es, desde luego, un caso sorprendente el de Vicente Pimentel, pues supo evaluar de manera impecable los menesteres estéticos desde una perspectiva de ámbitos y del ángel que lo acompañaba al momento de la creación. Eso me dijo más de una vez. No hay duda de que Pimentel creía en los demiurgos de la imaginación, y por esa razón hundía con deleite sus pinceles en el lienzo y los lápices que utilizaba, con los cuales creaba pinturas y dibujos impresionantes, matizados de una factura sintáctica de luminosa metáfora.

La cercanía con esta gloria del arte contemporáneo francés y dominicano me llevó a escribir numerosos trabajos sobre su obra plástica, calificada de un nivel de transferencia universal por su identidad, autonomía y por la competencia obtenida en base al talento y las técnicas adquiridas por este singular artista.

Lo hemos dicho más de una vez: el arte de Vicente Pimentel contiene una fuerza cognitiva en la imaginación creadora que denota una contextualidad pictórica y un lenguaje afirmativo en cuanto al dominio de la composición, de la arquitectura y la expresión artística.

Se trata de un arte novedoso y de estrictas nociones estilísticas por su manera de reflejar la realidad del mundo.

En Pimentel, el arte fue una virtud y un destino entrañable que le permitió descifrar sus enunciados estéticos y metafísicos. Su arte, repito, se incorporó a todas las vanguardias y su fuerza, en ese sentido, se convirtió en un espíritu auténticamente muy particular por la expresión artística que caracterizaba su estilo inconfundible. De manera que debemos celebrar el destino final de Vicente Pimentel, porque la muerte, en vez de apagar su luz, la ilumina aún más con el legado artístico que deja a la humanidad.

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