Ventana

Obstinación, escritos autobiográficos, de Hermann Hesse

La obra está cargada de la experiencia vital del propio Hermann Hesse, de sus impresiones, pensamientos y experiencias

«El que es obstinado obedece a otra ley, a una sola, absolutamente sagrada, a la ley que lleva en sí mismo, al “propio sentido”»

Ante una mirada periférica, se podría afirmar que «Obstinación, escritos autobiográficos» de Hermann Hesse (Alianza editorial, 1977), es una obra que se publicó aprovechando las posibilidades de un autor conocido internacionalmente que, además de cosechar éxito de ventas en vida, obtuvo los más prestigiosos premios, convirtiéndose en uno de los autores más leídos y traducidos de Alemania en el siglo XX. Sin embargo, al comenzar a leer el compendio de textos seleccionados por el editor Siegfried Unseld, se evidencia que va más allá del simple hecho de hacer caja aprovechando la notable celeridad del autor.

La obra, traducida por Anton Dietrich, está cargada de la experiencia vital del propio Hesse, de sus impresiones, pensamientos y experiencias. En ese sentido, acerca a los lectores aspectos de la vida del autor, relatando partes del camino que recorrió, los momentos álgidos y también los decadentes, pero principalmente trata de su pensamiento, el contraste del autor con su época, la vinculación entre vida y obra, y revela ciertos aspectos que complementan la lectura. Como anexo a la obra, se acompaña un epílogo a cargo del propio Unseld y una carta que le envió la esposa del premio Nobel tras su fallecimiento, en la que le detalla algunos aspectos de sus últimos días.

Obra del autor Hermann Hesse

Sobre el autor

Hermann Hesse nació en Calw (Alemania) el 2 de junio de 1877. Fue hijo de una pareja de misioneros en la sociedad protestante: La Misión de Basilea, que se conocieron en Calw, donde su abuelo materno dirigía una institución de caridad.

Desde muy joven supo que quería ser escritor y a lo largo de su vida (principalmente ya en la madurez) cosechó algunos de los premios más prestigiosos de la literatura, como el Premio Goethe (1946), el Premio Nobel de Literatura (1946), el Premio Wilhelm-Raabe-Preis (1950) o el premio de la Paz del Comercio Librero Alemán (1955) y también fue investido como Doctor honoris causa por la Universidad de Berna (1947).

Algunas de sus obras más relevantes son: «Bajo las ruedas» (1906), «Demian» (1919), «Siddharta» (1922), «El lobo estepario» (1927) y «El juego de los abalorios» (1943).

Murió el 9 de agosto de 1962 en Montagnola (Suiza).

Las cuatro autobiografías

Las cuatro autobiografías que abren el volumen fueron escritas en diferentes épocas de la vida del escritor. Difieren en tamaño, desde unas pocas páginas hasta una veintena y aunque coinciden en algunos aspectos, hay grandes diferencias, sobre todo debido al tiempo transcurrido entre la redacción de una y otra, por la extensión del texto o por alguna otra determinación debida a la propia edad y a la experiencia. La primera de ellas se remonta a 1903. Un joven Hesse la envía a un destinatario junto con su primer libro, «Escritos póstumos y poesías de Hermann Lauscher», escrito entre 1986 y 1989, y publicado en 1900 con un número muy reducido de ejemplares: «Le envío este librito, en vez de una fotografía, que mi pobreza me prohíbe» (pág. 11). En ese momento todavía trabajaba como librero de un anticuario en Basilea, actividad que compaginaba con la escritura para unos periódicos.

A esta autobiografía le sucederán otras, la primera fechada en 1907 y las posteriores ya fechadas tras la primera guerra mundial: 1923 y 1925, autobiografías en las que se concibe, inexorablemente, las huellas que el trágico acontecimiento, junto con algunos hechos drásticos en su propia vida, habían infligido en él.

«Otra vez entré en conflicto con un mundo que hasta entonces había vivido en paz. De nuevo me salía todo mal, de nuevo estaba solo y era desgraciado, de nuevo todo lo que hacía era interpretado mal y hostilmente por los demás. De nuevo veía abrirse un abismo sin esperanza entre la realidad y lo que me parecía deseable, razonable y bueno» (pág. 27).

Diarios y textos retrospectivos

La primera mitad del siglo XX, brillante para las artes y las ciencias, pero trágica en cuanto a los sucesos políticos y sociales, también es abordada en algunos de los textos incluidos, donde aparecen extractos de su diario y en los que habla de su propia experiencia en la primera guerra mundial, del auge del nazismo y de la hecatombe humana que esto finalmente fue. Algunos extractos de diarios donde Hermann Hesse reflexiona sobre estos y otros aspectos. Los que aparecen en la obra son: «Fragmentos del Diario 1900», «Del diario de Martin», «Diario 1919-1920», «De un diario de julio de 1933» y «Del diario de Rigi». Como en otros textos, aquí puede observarse la evolución individual del escritor frente a los hechos que suceden a su alrededor y el modo en que cambia su visión, sobre todo a raíz de la primera guerra mundial, cuando a la catástrofe colectiva se le unen tragedias privadas: la enfermedad de su hijo Martin y de su mujer.

En «Del diario de Martin», aún inmersos en la primera guerra mundial, escribe lo siguiente:

«El hombre que por amor a sí mismo no debe violar el más mínimo mandamiento ético, puede hacer todo para la comunidad, el pueblo y la patria, incluso lo más terrible; y todo impulso condenado normalmente se convierte en deber y heroicidad. Hasta aquí ha llegado la humanidad hoy» (pág. 88). De nuevo, poniendo en relevancia el acto individual frente al colectivo, y como a la vez puede ser censurada la postura heterodoxa de un individuo frente a su comunidad, y como esta, ante un pretexto que utiliza como justificación, es capaz de acometer atrocidades sin juicio y sin siquiera una mínima autocrítica. Una doble moral que censura visiones independientes y a la vez es capaz de mirar a otro lado, o incluso ser partícipe de todo tipo de actos de una crueldad inhumana. Este es un aspecto al que vuelve una y otra vez, del que le es difícil desprenderse hasta que a cierta edad lo asume, lo acepta como parte de la propia existencia.

El auge del Nazismo le preocupa sobremanera. Al ser consciente de su avance inexorable, de su radicalidad y la multitudinaria aceptación que tiene, se siente atormentado, consciente de la realidad del terror que se está imponiendo: «presiento en la cruz gamada y en el ambiente fanático del pogromo del Reich fuerzas que no pueden rebatirse con la razón, y como puedo sentirlas, pero no aprobarlas ni aceptarlas, me atormentan» (pág. 165). De algún modo, siente venir la catástrofe que se avecina y de la que escribirá en años posteriores. Aborda también el tema literario, con este auge, escritores y artistas afines al régimen cobran especial relevancia, otros inevitablemente caen en desgracia o en el olvido. La obra de Hermann Hesse se sume en la indiferencia. Observa como algunos escritores a los que conoce desde hace mucho tiempo, se alían con el régimen totalitario, forman parte de él, convirtiéndose, además, en autoridades en cuanto a lo literario. En referencia a estos aspectos, escribe sobre unas recomendaciones de escritores y obras que aparecieron en Alemania, un listado en el que ni siquiera es mencionado. No se encuentra entre los recomendados pero tampoco entre los censurados, cayendo en una especie de desaparición, en una ausencia total en un país que ha dado un giro radical en poco tiempo. De pronto, todo el trabajo realizado durante tantos años, queda relegado a la indiferencia. Esto es algo que le causa desazón, el pasar desapercibido en su totalidad por autores que además conoce desde hace muchos años. No entiende el motivo de ello, aunque sabe que esa nueva situación como autor, está estrechamente relacionada con su posición tomada ante la situación política del país.

Credo alamánico

Credo alamánico, tal y como el propio título avecina, es un canto al lugar que ha habitado durante, básicamente, toda su vida. «Fui a parar, en grave perjuicio mío sobre todo en tiempos de guerra, al campo de los ilusos para los que patria significa más que nación, Humanidad y Naturaleza más que fronteras, uniformes, aduanas, guerras y cosas por el estilo» (pág. 99). Una región que abarca desde Zúrich y el lago Constanza hasta los Vosgos, atravesada por una frontera entre Alemania y Suiza. Defiende en ello su posición frente al de la raza, a las marcas fronterizas que crecen o disminuyen dependiendo de la época, a los nacionalismos: «con el paso de los años me vi impulsado cada vez con mayor fuerza a valorar mucho más las cosas que unen a los hombres y las naciones que las que los separan» (pág. 98). Un pensamiento que le crea problemas, en tiempos de guerra no hay fórmulas, no hay espacio para la consideración ni para la empatía, son tiempos de extremos. Y él, que habita un lugar entre fronteras, observa la catástrofe mundial (el texto es escrito en 1919), el lamentable estado en el que ha quedado la situación de un país (Alemania) frente al otro (Suiza), y se pregunta, pese a que para otros su pensamiento es reprobable, si acaso, en realidad, la traición a la patria no será abandonar la tierra, a la familia y el hogar, para abandonarse en la locura generalizada de una guerra absurda: «me parece como un soldado que dispara sobre su madre porque considera la obediencia más importante que el amor» (pág. 99).

En torno a la vejez

Consciente de que se encuentra en una edad avanzada y que su cuerpo ya no responde como en otro tiempo, en el texto «Sobre la edad» se sume en reflexiones y pensamientos en torno al acto del envejecer: «Todo el mundo sabe que la vejez trae fatigas y que al final está la muerte. Año tras año, hay que hacer sacrificios y renuncias. Hay que aprender a desconfiar de los sentidos y de las fuerzas. El camino que hasta hacía poco era un pequeño paseo se hace largo y fatigoso y un día ya no lo podemos recorrer» (pág. 180). El hecho de que Hesse fuera un hombre muy prolífico tanto en la creación como en la comunicación en sí, da lugar a la dificultad que encuentra en ello con la edad: no solo a verse sumido a no poder realizar todo lo que se propone sino ya de por sí, verse imposibilitado a realizar las tareas que hacía en otro tiempo de forma habitual. Pero no solo este hecho se manifiesta en la actividad física e intelectual, también a un nivel más instintivo, también se ve obligado a renunciar a alimentos y otros placeres porque ya su cuerpo no los soporta. Y la renuncia siempre da de sí a esa reflexión, a esa consciencia de la decadencia del cuerpo, a ese darse cuenta de que somos finitos y la fragilidad, por más robusto y sano que se haya sido en la juventud, se impone finalmente, transfigurando el día a día.

En otra parte de la obra aparece otro texto que también gira alrededor de la vejez, en «Apuntes de Pascua», donde reflexiona en torno a la situación: el futuro ya no es importante, lo es el pasado; al que se vuelve una y otra vez con el recuerdo, desde un cuerpo ya frágil y marchito. El presente, como regalo de poder encontrarte todavía ahí, pero la realidad, ya es algo aparente, no conecta, o no termina de conectar con ella. A los setenta y siete años sabe que se encuentra en el trayecto final de su vida, y pese a que cada día sigue adelante, todo depende del ánimo con que se va encontrando, así el mundo, la vida, gira en torno a cómo se encuentre en un momento determinado.

En la carta incluida en el anexo a la obra, en la que Ninon Hesse escribe a Siegfried Unseld sobre el fallecimiento de Hermann y de sus últimos días, le habla precisamente de esos días previos al fallecimiento en los que: «De vez en cuando charlábamos y contemplábamos el paisaje. Veía con una intensidad y precisión que yo admiraba -el juego del viento en las ramas del abedul, las nubes del atardecer, los cambios que sufrían las hortensias -alababa el adelfo, los cipreses, saludaba la salida de la luna, del lucero vespertino, y yo volvía a pensar en lo apegado que estaba a la vida, más que en años anteriores. Pero ahora yo creo que su actitud era así porque se despedía y porque en el fondo conocía su situación» (pág. 204). Tan cerca del final, y aún así, conservar la capacidad de maravillarse de las cosas más pequeñas que se revelan ante sí, evidenciando una vez más, el milagro de la vida, el acto de seguir vivo. Mientras tenemos salud y rebosamos juventud, corremos despavoridos tras todas esas ambiciones, esas metas, y el porvenir marcado por una civilización abocada a una existencia en torno a la materialidad. Sin embargo, al final, inexorablemente, la vida se revela incondicional, y solo permanece lo que es verdaderamente importante, como aquel verso que, en sus últimos días (o tal vez el último), Antonio Machado escribiría en un trozo de papel, en Collioure, y que reflejaba toda esa esencia: «estos días azules y este sol de la infancia».

En torno a la vida de un autor

La obra también recoge otros textos, extractos de cartas y curiosidades, como una recopilación de telegramas enviados desde Maulbronn y cartas enviadas por el profesor W. Paulus durante el espacio de tiempo en el que Hesse permaneció desaparecido tras su fuga del colegio y su posterior localización, donde además le remitía al padre los costes del asunto, así como la invitación a que el joven abandonara la institución académica para evitar futuros altercados.

Nos podríamos preguntar qué buscamos en este tipo de obras que reúnen extractos de diarios, cartas, artículos, incluso varias breves autobiografías… ¿No es acaso un intento de intrusión en la vida del hombre, del Hermann Hesse como persona más allá de como autor? Tal vez, pero también es cierto que no es el acercamiento hacia una persona común, sino a uno de los autores más importantes de la literatura alemana del siglo XX, con una visión profunda de la existencia y una vida inabarcable, que además tuvo lugar en una de las épocas más complejas de la historia humana. Y sobre todo, cualquiera que lo lea, puede apreciar que su obra (notablemente autobiográfica) va más allá del simple espectáculo y la persecución del entretenimiento, obras que hoy siguen publicándose en todo tipo de formatos y, lo más importante: son lecturas que permanecen en el recuerdo y que a veces nos tocas

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