Ventana

“Entrena como bestia, pelea como salvaje”, de John Galán Casanova

Excelete librosobre un luchador incansable que lo daba todo dentro y fuera de las cuerdas.

Darío Jaramillo AgudeloTomadon del Blog “Gozar leyendo”

Escribí esto: “Aquí me volvió a suceder lo mismo que hace más de veinte años con Juan Belmonte, matador de toros de Manuel Chaves Nogales; entonces fue una amiga que me dijo que, aunque yo fuera ajeno a la tauromaquia, tenía que leer esa biografía. Ahora la cosa me pasó con la cetrería, un universo desconocido, al cual llego gracias al excelente H de halcón de Helen Macdonald”.

Ahora es la tercera vez, en esta ocasión con la lucha libre, que es para mí la especialidad de unos canales de TV que siempre me salto, sobre la que John Galán (Bogotá, 1970) ha escrito un libro interesantísimo, Entrena como bestia, pelea como salvaje, la biografía de El Tigre Colombiano, el luchador más legendario del país en un espectáculo, la lucha libre, que durante los mejores años de la leyenda, formaba colas hasta la calle 24 para entrar a las funciones que se hacían a más de dos cuadras al norte, con llenos completos en la Plaza La Santamaría. Bill Martínez es el nombre que figura en el pasaporte de “el ‘hombre de las mil llaves’. El hombre de los muchos nombres –por exigencia de los promotores–. El Tigre Colombiano aquí, en México y en casi toda Latinoamérica; Volante Bill en Venezuela; Bill Patiño en España y África; en los Estados Unidos, Pedro Patino y Pistol Pete Patino, sin la ñ; en Alemania Tiger Boy; en Austria, Mr.

Tiger; Patino Martinez (sic), alguna vez en Bélgica; Tijger Columbia, en Holanda; King Tiger en Japón; y Billy Martin en Puerto Rico, el Salvador y República Dominicana…”. Y añade Galán: “Bill Martínez: el hombre de las mil llaves, de los cien golpes, de los mil atuendos –butargas, batas y capas satinadas, botas y calzones atigrados–, de los mil domicilios: Nueva York, Barranquilla, Bogotá, Cáqueza, Cachipay, Guateque, Caracas, Santiago de Chile, París, Múnich, Barcelona, Madrid, Amberes, Londres, Texas, Los Ángeles, Ciudad de México, San Juan, Moca, Mayagüez y San Sebastián de Las Vegas de Pepino”. Estrella indiscutible de los cuadriláteros, su fama y su especialidad le dieron para aparecer en la película Cleopatra y para ser guardaespaldas de los Rolling Stones “durante un tour de la banda por Bélgica y Holanda, mientras él se reponía de una lesión”. Esto ocurrió alrededor de 1975. “La noche del primer concierto lo ubicaron en la entrada de los camerinos con la orden de no dejar pasar a nadie”. Bill cumplió con las instrucciones a rajatabla. “Entonces aparecieron dos mechudos con los jeans raídos y camisetas recortadas queriendo seguir. ‘Aquí no pasa nadie’, replicó Bill. Los tipos se retiraron y volvieron con el mánager, que le dijo al Tigre: ‘Mick y Keith hacen parte del grupo, ¿podrías dejarlos seguir?’”. Desde niño mostró signos de este nomadismo: vivía en Guateque, era un preadolescente y “lo que más le gustaba era irse por los campos a aventurar. Alistaba una bolsa con comida, salía de su casa y agarraba camino hasta donde las fuerzas le alcanzaran. Eran fugas de hasta tres o cuatro días, durmiendo bajo las estrellas, comiendo frutas, pidiendo ayuda en algún rancho.

Salomón [su padre] les rogaba a los choferes que si lo veían le echaran mano. Cuando esto ocurría, su retorno al pueblo era un acontecimiento: el bus llegaba a la plaza principal pitando, la gente salía de las casas, Salomón esperaba a Bill en la puerta, y Ana se lo llevaba para bañarlo con estropajo y jabón de tierra”. Muy joven, ya viviendo en Bogotá, aprendió a jugar billar hasta cuando “ya hilvanaba series de cincuenta carambolas estilo libre y su dominio de la modalidad de tres bandas le permitió asumir el rol de tahúr”. Vivió de hacer apuestas de billar, por las noches, muy muy joven, en los cafés bogotanos. “Una noche, ya de madrugada, mientras disputaba una partida, el Tigre se enredó en una riña y por casualidad lanzó un puñetazo voleado y noqueó a alguno. Un hombre al que siempre veían tomando trago se acercó y ayudó a parar la pelea. Llegó la policía, Bill fue arrestado y pagó veinticuatro horas”. ¿Por qué me detengo en este hecho tan nimio? Porque la persona que “siempre veían tomando trago” volvió a los pocos días y le propuso que entrenara boxeo. Era un excampeón llamado Rafael Tanco, dueño de un gimnasio. A los pocos días, andando por Chapinero, Bill visitó el gimnasio “y le impactó la efervescencia del lugar”, de modo que aceptó la oferta de Tanco, lo que significó un cambio trascendental en su vida: “desde un principio se amoldó al gimnasio como al espacio que en adelante habría de ser su guarida, templo, oficina y aula vitalicia”. Después de iniciarse en el boxeo decidió también tomar lecciones de lucha olímpica: “se dedicó a alternar un deporte que consistía en dar puños y no agarrar, con otro donde no se podía golpear y sí sujetar al adversario”. Poco tiempo después, a esos saberes –boxeo y lucha olímpica– Bill añadió el jiu-jitsu, gracias a un japonés que llegó a Bogotá, el profesor Tanaka, que le daba lecciones de lucha japonesa a cambio de que nuestro protagonista fuera instructor de boxeo en su academia. En 1951 llegó a Bogotá el luchador Iván Tarowski, “promocionado por la prensa como ‘el terror ruso’ (…). El Tigre se acercó a preguntarle qué técnica de combate entrenaba y Tarowski le respondió que vale todo –un antecedente de las actuales artes marciales mixtas–. Cuando el ruso le devolvió la pregunta, Bill contestó muy ufano que era boxeador, luchador olímpico, practicante de jiu-jitsu y pesista. Tarowski lo invitó a subir a la colchoneta y Bill lo hizo confiado, seguro de vencer sin dificultad a ‘ese viejito’”. Lo que sigue es el testimonio de Bill: “… me dio una soberana paliza. Me golpeó por todas partes, me estranguló varias veces, me pateó cuanto quiso. Fueron largos minutos de castigo. Al terminar, me dijo que descansara y volviera al otro día. Salí avergonzado, jamás me habían revolcado así”. Cuando volvieron a encontrarse, Tarowski le ofreció al Tigre “entrenarlo durante su estadía en Colombia. ‘Y así fue. Comenzó a enseñarme: ¡qué prácticas tan maravillosas, qué entrenamientos!’. Yo pensé: ‘¡ahora es que estoy aprendiendo a pelear!’ (…). Bill considera a Tarowski como su principal mentor, quien con su ejemplo y consejos marcó el norte de su vida. Un ideario estructurado a partir de seis premisas: amor sin límite al deporte, superentrenamiento, superalimentación, conducta irreprochable dentro y fuera del ring, desconfianza extrema ante cualquier adversario y, por último, respeto absoluto por la afición”. El 18 de abril de 1951 Martínez debutó como luchador en la Plaza La Santamaría venciendo al Sultán. Tras giras por varias ciudades del país y de otras actuaciones en Bogotá, El Tigre Colombiano se convirtió en una estrella de la lucha libre. A partir de 1954, con viajes a Cuba y Venezuela –donde la recién inaugurada TV trasmitía en directo las peleas– nuestro protagonista comenzó a rodar por el mundo ejerciendo su oficio de luchador, con tanta aceptación que puede hacerse un ramillete de elogios. En Santiago de Chile dice un periódico que “rapidísimo y de gran destreza, dueño de una técnica admirable, el más completo de los luchadores colombianos que ha venido al país”. También allí fue contratado como modelo y él mismo puso esas fotos en su página con el siguiente comentario: “me llamaron para posar. Este no es mi fuerte pero acepté. Tenía 26 años y una cintura de avispa. Ahora tengo 85 y una cintura de obispo”. En 1957 regresó a Colombia poco después de la huida del presidente Rojas Pinilla ocurrida el 10 de mayo. Ya en junio estaba involucrado en la temporada local de lucha con una pelea que creó una rivalidad de mucho éxito taquillero. Su adversario fue Renato el Hermoso: “al igual que el valluno Mocambo, quien solía subir al ring luciendo pendientes, escoltado por dos asistentes encargados de maquillarlo y acicalarlo, Renato el Hermoso tenía una entrada en escena muy glamurosa. Se hacía acompañar de una pareja de edecanes que le levantaban el ruedo de la capa, peinaban los rizos de su larga cabellera y le rociaban perfume con un atomizador de pera, mientras él recorría el ringside y subía al cuadrilátero como si se tratara de una diva (…). El comportamiento afeminado de estos luchadores era una impostura que desaparecía en cuanto sonaba la campana y se transformaban en máquinas de repartir golpes. Bill probó en cuatro combates las ásperas caricias del Hermoso, dividiendo por igual las victorias y las derrotas”. En 1960 viajó a Europa por primera vez. Por la lesión de un colega amigo suyo pudo ocupar la vacante que este dejó en el campeonato mundial de lucha libre que se realizaría en Múnich. “Ni en sus cálculos más optimistas imaginó que con un trimestre en Europa alcanzaría un título mundial”.

Campeón de lucha profesional consagrado por las asociaciones de Suiza y de Estados Unidos, organizadores del torneo. A fines de 1963 era activo participante en las temporadas de lucha de Estados Unidos. Entró por Dallas, donde se enfrentó a una leyenda, el Toro Salvaje Curry, “precursor del estilo hardcore, caracterizado por recurrir a objetos como escaleras, mesas, sillas, palas, bates de béisbol, martillos, hachas, sogas, cadenas, tachuelas, pinzas y alambre de púas dentro del ring”. También peleó con Danny Hodge, medallista olímpico en Melbourne, que “reventaba manzanas con las manos, hecho que se atribuía a tener dobles tendones en las manos (…). Expuesto a los dobles tendones del campeón, Bill ahondó en el significado de verbos como dañar, ablandar y castigar, pues era justo esto lo que hacía Hodge con los alicates de sus dedos: moler, magullar, triturar los músculos y los nervios”. También tuvo una rivalidad muy fuerte con “el terrible Danny McShain. La tercera de sus peleas, el 15 de enero del 64, calificada como un ajuste de cuentas, generó gran expectativa”. En el segundo enfrentamiento, McShain había usado un protector de la cabeza con el que descalabró al Tigre y, entonces, el comisionado le prohibió su uso en esta pelea. McShain, antes de empezar la pelea, se dedicó a las bravuconadas: “le rompió la bata a Bill y protestó alegando que las botas tigrescas no eran reglamentarias”. Ya en la pelea “McShain recurrió a una treta desconcertante: se cortó la frente con una cuchilla y empezó a beber su sangre para adquirir más ferocidad”. Galán cuenta que McShain era “boquisuelto, atorrante, presumido (…). No se andaba con miramientos: dos de sus adversarios murieron a causa de las lesiones recibidas al enfentarlo. Uno de sus cuñados, el también luchador Donn Lewin, decía que el tipo era tan arrogante, y se daba tales aires de grandeza, que daban ganas de matarlo”. Y su esposa “lo retrató como un caballero tranquilo en la intimidad de su hogar, un tanto solitario, que amaba sus tabacos, no bebía ni era mujeriego, lavaba los platos después de la cena y se ocupaba de cuidar los perros”.

En su regreso a Colombia tuvo varios desafíos que llenaron La Santamaría. Crear estas rivalidades era casi una rutina entre los empresarios. Fueron varias a lo largo de los años, pero acaso la más notable fue contra La Momia, en 1971. Anticipándose a las liturgias que usan ahora los luchadores en la TV, “La Momia no ingresaba al ring por sus propios medios. Con las luces del coliseo apagadas, mientras retumbaban los compases iniciales de Así habló Zaratustra –popularizados por Kubrick en 2001: odisea del espacio– seis encapuchados provistos de antorchas se encargaban de transportarla en un ataúd. La tapa del féretro se abría lentamente, y de su interior, retorciéndose y gimiendo, con todo su cuerpo vendado, emergía su espectral figura.

Ante los 130 kilogramos y los 2,10 metros de estatura del gigante, los demás luchadores parecían un juguete”. Les ganó a todos y “el recurso de oponerle dos luchadores al mismo tiempo no funcionó”; dejó varios lesionados, uno la mandíbula, otro dos costillas, otro estómago y otro rotura de nariz; y hubo más: el hermano del Tigre, conmoción cerebral y el Tigre mismo, un fuerte trauma lumbar. La Momia se quedó sin rivales; entonces aceptó darle revancha al único que “había logrado ganarle una y sacarla fuera del ring”, es decir, al Tigre Colombiano. Apareció un aviso promoviendo la pelea: “el desafío más espectacular en la historia de la lucha en Colombia. La Momia expone su identidad tan celosamente guardada por su horripilante máscara durante quince años. ¿Será monstruo? ¿Será humano? No habrá clemencia en esta pelea, el vencido, el derrotado, sufrirá las consecuencias de su osadía: la Momia por proponer, y el Tigre por aceptar tan tremendo compromiso”. “La táctica de atacar las rodillas y la espalda como puntos débiles dio resultado. Ante un coliseo repleto, según lo registró El Espacio, la pelea fue ganada sorpresivamente por el Tigre”.

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