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Dime cómo lees un libro y te diré si es bueno o malo

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Tino PertierraTomado de La Información

C.S. Lewis: todos en pie. El reputado profesor de literatura, el brillante ensayista religioso, el cartógrafo del dolor por la muerte de su mujer (“Una pena en observación”), el fantástico narrador de las “Crónicas de Narnia”, el crítico literario erudito e innovador. De esta última faceta surge “ La experiencia de leer”, un corto estudio de largo recorrido convertido en un clásico desde su publicación en 1961, y que ahora recupera Alba editorial en su colección “Tránsitos” con una traducción de Amado Diéguez. Una obra cargada de lucidez y sabiduría que conserva su vigencia y expone reflexiones perfectamente aplicables a la actualidad literaria.

Lewis (Belfast, 1898-The Kilns, 1963) propone un experimento: “Normalmente y por tradición, la crítica literaria se dedica a juzgar libros. Su opinión sobre la forma o las formas en que los lectores leen un libro en particular no es más que un corolario de su juicio por ese libro. Así pues, y casi por definición, tener mal gusto sería lo mismo que gustar de la mala literatura”. Y el autor invierte el proceso: “Que la división entre lectores o formas de leer sea nuestro punto de partida y la distinción entre libros el corolario”. Objetivo: descubrir en qué medida es plausible definir un buen libro porque se lee de determinada manera y mal libro porque se lee de otra muy distinta”.

Mayoría y minoría. Áreas distantes. “En primer lugar, la mayoría nunca lee nada dos veces”. En cambio, “a lo largo de la vida, los aficionados a las grandes obras las pueden diez, veinte y hasta treinta veces”. La mayoría “no concede gran valor a la lectura. La considera más bien un último recurso. La abandona alegremente tan pronto como surge un pasatiempo alternativo”. La gente “letrada”, por el contrario, “anda siempre en busca de un momento de silencio y sosiego para leer y poder hacerlo prestando toda su atención”. Y quien gusta de la literatura vive la primera lectura de una obra como una experiencia intensa. Lo que no les pasa a los otros lectores de paso. Claro: las personas “literarias” tienen siempre presente lo que han leído.

Las cifras no cuentan: “Lo importante es que los unos no leen de la misma manera que los otros. Hay críticos que miran por encima del hombro a la mayoría: iletrados, bárbaros con reacciones burdas, ordinarias y vulgares. Un “peligro permanente para la civilización”. Como si leer literatura popular fuera “una infamia moral”. Lewis lo descarta: “En esa mayoría hay ciertas personas iguales o superiores a algunos miembros de la minoría en salud mental, virtud moral, prudencia práctica, buenos modales y capacidad de adaptación”. Y cuidado: “Todos los aficionados a la literatura somos conscientes de que entre nosotros no es pequeño el porcentaje de ignorantes y canallas, de personas mezquinas, retorcidas y violentas”. Mejor olvidarse de quienes practican ese apartheid.

¿Y los esnobs? Qué peligro: “Están por completo sometidos a la influencia de las modas”. El devoto de la cultura, por el contrario, “vale como persona mucho más que el esnob”. Vayamos a la universidad. Sostiene Lewis que “una triste consecuencia de convertir la literatura inglesa en ‘asignatura’ tanto en los colegios como en las universidades es que, desde los cursos iniciales, en la cabeza de esos niños y jóvenes tan obedientes y concienzudos, la lectura de los grandes autores queda ligada a la noción de “mérito”.

Atención: “El verdadero lector siempre se toma en serio sus lecturas, porque él si lee con entrega y dedicación, y tan desprejuiciadamente como es capaz. Pero por esa misma razón es imposible que lea con solemnidad o gravedad todos los libros que lee. Leerá con el mismo ánimo con que el autor los escribió”.

Y ahí es donde los puritanos fracasan estrepitosamente: “Son demasiado serios para tomarse la lectura con la seriedad debida”. Lewis ahonda en las diferencias de los hábitos de lectura y los prejuicios derivados de ellos, las formas diversas de leer y las satisfacciones distintas que cada uno obtiene de la experiencia. Hay lectores que critican la lentitud, otros buscan verdades como puños sobre la vida, y no falta quien lee para darse un barniz de prestigio. Todo vale, todo informa. Como era de esperar viniendo de un escritor que huye del envaramiento y la solemnidad la obra rezuma humor, da un trato preciso y elegante a la palabra y expone sus pensamientos con claridad amena.

La experiencia de la literatura, sentencia Lewis, “sana de la herida de la individualidad sin minar sus privilegios. Hay emociones colectivas que también sanan esa herida, pero destruyen los privilegios”. En la literatura, “como en la fe, en el amor, en la acción moral y en el conocimiento, me trasciendo a mí mismo, nunca soy más que yo cuando lo hago”. Toda una declaración de grandes principios propios de un gran creador.

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