Poesía reunida, de Cristina Toro
Según la solapa de esta Poesía reunida, a partir de 1995 Cristina Toro (Medellín, 1960) ha publicado ocho libros que han circulado, muy por fuera de los circuitos de librerías, desde la sede de El Águila Descalza, la compañía de teatro que dirige con Carlos Mario Aguirre.
Ella misma ha sido marginal en la república poética, sin participar en festivales, en antologías, en premios, en becas, en lecturas, en jurados, en fin, sin figurar para nada en el mapa de la poesía colombiana, con las excepciones, –ahora lo descubro porque figuran en esta edición de poesía reunida– de Juan José Hoyos (“con la lectura de estos poemas bellos y azarosos, uno se convence de que las amazonas, después de tantos siglos, todavía existen.
Y también aman, y también sufren”) y de Juan Diego Mejía (“celebramos la continuidad de Cristina en su trabajo, la permanencia de la búsqueda de su propia voz, el valor de nombrar lo que parece innombrable, la palabra espontánea que describe el amor como lo haría un adolescente asombrado y también el lenguaje reposado de quien ha vivido mucho”).
Ahora, con la publicación de su poesía reunida en una muy limpia edición ilustrada con óleos del mismo Carlos Mario Aguirre, se hace evidente que, sin incluir la obra de Cristina Toro, el panorama de la poesía colombiana está incompleto; que su omisión, por cualesquiera causas que sean, ha sido una injusticia; que su voz es única y que aporta todo un universo poético muy personal, muy valioso, lleno de calidad. Ahora, la lista de poetas colombianos nacidos en el decenio de los sesenta, en el que figuran, entre otros, Juan Felipe Robledo, Fernando Molano, Jorge Cadavid, Joaquín Mattos Omar, Yirama Castaño, Juan José Narváez, Gabriel Arturo Castro, Nelson Romero, Hugo Chaparro, Jorge Mario Echeverri, Ramón Cote, Rafael del Castillo, Óscar Torres Duque, Pablo Montoya, Jorge García Usta, Héctor Ignacio Rodríguez, Luis Mizar, Francia Elena Goenaga, Carlos Framb, Luisa Fernanda Trujillo, Fredy Chikangana, Gustavo Tatis, John Fitzgerald Torres, Samuel Serrano, Carlos Patiño y José Zuleta, nunca estará completa si no se añade a Cristina Toro. En la obra de Cristina Toro no hay un desdoblamiento del poeta, no hay un yo poético distinto al yo real que vive y supervive cada día con sus rutinas, sus asombros, sus frustraciones y sus dichas. Ese yo es directo, sincero, sin fingimientos ni eufemismos: es alguien que testimonia su realidad sin disimulos. Y que posee –acaso por obra y gracia de la práctica teatral– el don del ritmo verbal, la virtud de la precisión, el sentido musical de las palabras. Antes que argumentos, antes que análisis, antes que demostrar, es mejor mostrar su calidad con una antología de esta excepcional Poesía reunida.