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Desde La Última Butaca

La esclava Isaura

En las noches de mi juventud “botaba el golpe” con las telenovelas brasileñas. Los cubanos las amaban.

No había mucho más que ver en una te­levisión nacional teledirigida.

Ella estaba para manipular la mente y simplificar el conocimiento cultural.

Aquellas proyecciones significaron una dosis nece­saria de relax emocional para una sociedad que iba tomando, sin darnos cuenta, una peligrosa incerti­dumbre.

En 1976, comenzo a difundirse la teleserie “La es­clava Isaura” precedida de una propaganda dirigida a despertar el apetito chismográfico, aunque pronto Cuba se dio cuenta de la necesidad de incluirse en aquella ola comercial populista.

Protagonizada por la actriz carioca Lucélia Santos, “La esclava Isaura” alcanzó una audiencia nunca antes vista en la mayor de las Antillas.

El lagrimeo nocturno era constante frente a los tele­visores en blanco y negro fabricados en la entonces “Unión Soviética”.

Años después, cuando redactaba para el periódico “La Nueva Gaceta”, me encomendaron entrevistar al elenco de la famosa producción que llegaría a La Habana invitado por las autoridades.

En aquella ocasión, Lucélia Santos no concurrió por otros compromisos fílmicos, Gracias al amigo Jesús Rodríguez, la tropa de coprotagonistas sudameri­canos llegó a la sede de la Unión de Escritores y Ar­tistas de Cuba, directamene desde el aeropuerto in­ternacional “José Martí”. Estaba encabezada por el actor Rubens de Falco, el principal rostro negativo del reparto.

Los esperaba una numerosa concurrencia debido a que se había anunciado por la prensa que esa tarde ellos compartirían sus experiencias y responderían preguntas en español. La jornada fue inolvidable y todavía algunos quedamos vivos para contarla, Mi entrevista con los brasileños se publicó a la semana siguiente, y la revista literaria se agotó a pesar de su tirada especial.

La televisora de Brasil “O´Globo” realizó varias ver­siones de aquella teleserie, pero ninguna superó en popularidad a la incial. Su fama nos tomó por sor­presa.

“La esclava Isaura” contribuyó a la cerrazón intelec­tual. Nos hizo creer por muchos años que aquello era lo máximo, la aspiración de todo espectador pa­ra enriquecer sus horizontes. Pero, con la paso del tiempo se olvidó, como un camisón viejo y estruja­do.

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