Evelyna Rodríguez
La auténtica amistad solo se conoce cuando alguien cae enfermo, o preso. Nunca se avisa porque conserva su raíz solo para los momentos trágicos. Es el despertar de la memoria hacia un ser que simboliza algo más que afecto.
Mi persona se ha visto favorecida por quien fue mi compañera durante varios años en el Listín, Evelyna Rodríguez. En aquel tiempo, ella todavía no llevaba en su interior la convicción del protagonismo histriónico. Era, por así decirlo, una maeña, alegre, divertida, incansable bailadora, desenvuelta sobre las tablas y con deseos de triunfar. Un día abandonó su profesión de periodista. Se marchó a conquistar el mundo. Solo volví a verla detrás de la pantalla o en el escenario teatral, encarnando a diversos personajes, siempre con altitud y disciplina. Nunca se le subieron los humos. Cada vez que un servidor requería su presencia para conversar con los pasantes de la que fue su empresa, nunca me falló. Siempre puntual, atenta, rigurosa, sin temblarle la voz, respondía las inquietudes de esa juventud que la admiraba. Requería mi presencia en sus estrenos cinematográficos aunque casi no asistí a ninguno. Ella sabe las causas. Lo que pienso de ella y de su cine no ha sido susurrado a sus oídos: Ha quedado escrito en alguno de mis libros.
Recientemente me recluyeron en un centro asistencial. Fui sometido a un procedimiento riesgoso que me mantuvo hospitalizado por varios días. Una de las jornadas posteriores a mi alta médica, un correo suyo me recordó a la amiga que siempre fue de mí. Lo único que ella tenía a mano para aliviar mi enfermedad era su más reciente filme, y me lo quiso remitir para mi disfrute personal. No lo acepté y ella lo entendió. Mis ánimos no se correspondían mis deseos y prerrogativas cinematográficas. Y le hice una confesión: “Tengo abandonada la literatura y es hora de que vuelva sobre ella. Debo estar atento a la palabra escrita con humildad e inteligencia, sin vomitar sabiduría, tal y como acostumbran los pedantes. No puedo ser el “socio” que glorifica”.
La volveré a ver porque ella está donde debe por sus propios méritos y aunque no asista al cine, siempre seré su espectador disciplinado.