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Sombras de espejos y relojes

¿Quiénes sobrevivirán a esta historia de alacranes esparcidos en la memoria ajena? ¿Cuántos de los golpeados en el pecho se quedarán varados en la tierra prometida y cuántos de los dóciles saldrán rotos a buscar lo que no existe? ¿Quedará en la carrera el animal civil, el condenado que llenó las plazas de sofismas, y saldrá de su escondite el cantor que en lugar de bajar el rostro salió a compartir su arca vacía?

Veremos el trasfondo del sillón, el defensor de las picadas el infeliz que por salir a cazar en una noche de lluvia, regresó baleado.

¿Vendrán los devoradores de espejos, los que creen mentir cuando escriben el reverso de la foto?

No faltarán los que no miran de frente, los que punzan el ritual de las espaldas. No saldrán de su celda los que caminan hacia atrás, los que intentan encerrar a los sembradores perdidos.

Las sombras limpian su altar de estatuas transparentes y tatuajes peligrosos: no vale la pena pensar en culpables, ni en preparar el ahorcamiento del amanecer, porque nunca enfrentarían los rituales de la espada.

No será jamás un altar rodante el que adornan las sombras, aunque pase como altar. No quisiera estar en el pellejo del hacedor de sus relojes; del puntual colorador de íconos partidos; del que curte el barro; del que cuenta las estrellas con los dedos de sus manos mientras sangra por los pies.

Caerán todos, como ratas, y no habrá piedad: han levantado su castillo en contra de la magia. Saltarán a las puntas de la luz sobre la marca del diluvio cuando no quede selva por cortar, ni bosques por vender.

Todo será como entrar en el juego de escribir la historia que no existe y, después de escrita, que alguien rasgue la conciencia del autor en mil pedazos, no sólo para que jamás vuelva a reescribirse, sino para que no tenga espacio de reabrir sus ojos mientras viaja hacia el vacío.

Pero antes de ese sacrificio, hay que caminar sobre la asfixia y mirar a los demonios cómo doblan tu rostro, tu paz, tu vida y te llevan al nidal de los insectos.

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