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Cine

La vida ajusticia lo posible. Sin avisos, enciende la magia agazapada, el sonido de los muros desahuciados. Lo que importa a la hora de limpiar las extrañezas es la locura del espíritu.

Siempre la vida caerá como carroña vaporsa contra el pecho amanecido. No importan el cuerpo, ni la piel sobresaltada: sólo el ardor llegará a la posteridad para volver en forma irreverente.

Lo vivido no reconstruye la meditación, sino simbólicas certezas: la memoria engendra espacios subversivos. La función termina y los espectadores permanecen en sus butacas como ilusoria aventura. No invocan terquedad, sino una clara relación de cercanía: cuando la palabra fin remuerde la pantalla, el pulso pierde su ánimo libresco: unos pocos no aceptan el final o no se aceptan. Gritan y e insisten en una sala vacía.

La reinvención tiene el precio de los árboles sagrados, pero la cabellera no busca la paz. Crecen sus barbas, y sus ojos desprendidos no salen del fondo del corral. Vuela la historia idolatrada con nombres y retratos cercenados. Saben de cumbres intimistas y creen que no va a morir.

Tras el árbol renacido se esconde el peor descubridor: no corren las aguas por el pecho tatuado, sino por el signo del cantor que no sabe si dormir como profeta o sacar los brazos del olvido en forma de pistola.

La soledad navega en contra de la nube desprendida y la función no vuelve a comenzar. Piedras como alfombra llenan la pantalla, pero ellos sólo descubren señales eternas.

La vida rasga la cúpula del traje, y el espíritu se rompe. En otra función retornan a su vieja mitad. Ríen y disfrutan el eco sin contrapartida: la sala se ha llenado de gentes que saben que van a morir, pero ellos insisten en la dicha no contaminada.

Entre el aire retraído y la lluvia gratuita regresa el perdedor: el espíritu salta de su goce porque no será la materia su suicidio. Ellos no soportan la piel por la que sudan y vuelven a quedarse en la sala después del nuevo fin.

Las luces no quieren un disfraz: volverán al diafragma no inventado. Afuera no deja de llover y las personas hacen fila para una nueva función, con el pecho estrujado de señales. Dentro, el espacio de las balas se ha perdido: sólo extraña el arco en su íntima mitad.

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