Narrativa Ciudad Trujillo
Gran sorpresa fue recibir su llamada con tal prontitud. El director de una reconocida casa editorial, justo dos días después de haber sometido varios cuentos y otros apuntes, daría su juicio sobre mi futuro como cuentista. A él no lo conozco, pero sí a las letras que arden en mi corazón. Debo admitirlo, le doy culto, la literatura para mí es como el primer amor que nunca se olvida; quedo atrapado en sus laberintos, pero al mismo tiempo me siento libre, soy yo mismo y otros; entre sus caminos intrincados fantaseo. Es la amante a quien no escondo sentimientos, con quien evito el flagelo de la rutina.
De ida a su despacho distinguía uno a uno los títulos categorizándolos según la técnica, el tema, sus posibles influencias, los tipos de lectores, en fin, anticipar cualquier cuestionamiento intempestivo que pudiera socavar la oportunidad de su publicación. “A estos locos se les caen todas las verdades”, sí, es mi mejor cuento. No, “El visitante”, o … mejor, “El banquete”, sin dudas. Y me enredaba en tantas cavilaciones y supersticiones posibles. De eso, seguro, hablaríamos. -Gracias por venir. Podrás tener un futuro con nosotros, lo respiramos sin arbitrariedad. Hemos leído tus papeles de trabajo, el cuidadoso empeño en cada línea, como de bisturí de cirujano, cómo yuxtapones los sustantivos, cómo abordas con seriedad el inicio de cada uno de tus cuentos; también tus influencias …un poco …se percibe.
-Hay que despertar el interés del lector en las primeras líneas, dije en baja voz y un poco nervioso. -Cierto, confundir al lector, obligarlo a la lectura atenta, dar finales abiertos, todo lo que cabe, de lo cual no tengo dudas, te has preocupado en estos años por estudiar y aprender, fórmulas de éxito. -Dígame una cosa (elevó el tono): ¿Es usted anti-trujillista?, ¿Por qué menosprecia la figura de Trujillo? - ¿Cómo dice, señor?, respondí perplejo, mientras un sudor tibio empezaba a brotar. - Intuyo, pero no justifico la razón de sus exclusiones. No dedica un cuento en particular, ni menciona siquiera al “jefe” y en tantas páginas, algo, hasta cierto punto, ¿original? en algún aspecto… ¿le parece? Podrá argumentar que ya es suficiente, que sobreabundan los autores y miles de cientos de artículos, escritos sobre el Benefactor.
-Me confunde…me interrumpió como quien pone un cuchillo en la garganta y dijo con rigor: -Escuche, es importante, sin embargo, que comprenda que el jefe en nuestra literatura es el recurrente-atrayente de lectores. Es la luz más potente que se arroja sobre el presente, y mi historia y la suya, ¿dominicano, ¿no? Mire, -continuó enérgico-en este justo instante, tengo tres borradores listos para imprenta, claro, sabemos que prefiere temas universales, como la locura, el tiempo, la soledad, la libertad. pero ¿acaso no es el “jefe” el inmortal más importante sobre la tierra? Tenga –continuó más enérgico y casi no sostengo la mirada-, mientras me pasaba unos fardos pesados de papeles: “Trujillo y la miel de abeja”, “Trujillo y los peces del río Ozama”, “El Benefactor y las damas de la sociedad”. Usted es el artista. Sabrá qué hacer. No será su primera ni última vez. Al menos….
Entonces un temor excepcional había cobrado en el sudoroso cuerpo. Se confundieron mis nociones de espacio-temporalidad, sin comprenderlo me sentí cortesano y víctima de aquella época singular. Aparecía tras el sillón del director un cuadro del dictador, con la frase “en esta casa el jefe es Trujillo” en la pared. Me sorprendí brindando por la larga vida del jefe, escribiendo novelas, fantasías, ensalzando la trascendental arquitectura de sus obras, besando aquellas virgencitas de belleza tropical, y de pronto …las arrastraba, les hablaba con bofetadas, las escupía, las castigaba. Sí, se asomaba el fantasma con la severidad de su carcajada dando latigazos, los gritos de ignominia sacudían mi cabeza, la sangre de sus manos salpicaba mis papeles, en la espalda sentía la tortura de sus verdugos de, orejas grandes, uno que otro calié me escuchaba, era víctima y cortesano.
No sé si respondí o no al director de la casa editorial. Lo último que recuerdo, fue el sonido de una sirena antes de cruzar el puente Ramfis, y un letrero grande que decía “Bienvenido a Ciudad Trujillo