Tercera parte

Las aventuras del doctor Alquitrán

Doctor Alquitrán

Doctor Alquitrán

Resultó ser que la flaca visitante vestida de blanco con el rostro cubierto por unas enormes gafas negras era Madamoiselle Lanuí, a quien en lo adelante por comodidad llamaré la banileja, pieza que faltaba al Dr Alquitrán para acabar de armar el rompecabezas en que venía trabajando desde hace tiempo, con motivo de casos perdidos, que últimamente sobraban.

La banileja era la propietaria de una cadena de colmadones y bancas de apuesta de toda la zona Sur del país -lo que confirmaba mi observación previa sobre su procedencia-, que producía tanto dinero como los chinos producen plástico. Ella, buscando asesoramiento, había llegado en busca del doctor Alquitrán.

Tomamos las cervezas en el bunker casi con placer, a no ser por ese resplandor verdoso, que es como decir, a no ser por la costumbre. De pronto el doctor me miró fijamente a los ojos, deteniendo la ingesta de fría y me gritó: -Vandalis, lleva de inmediato al car wash el peñón con ruedas que huele a noveno inning. Hemos sido contratados con exclusividad por Madmoiselle Lanuí. Luego te iré dando detalles.

El peñón con ruedas es mi carro, un muy resistente modelo Zástava del 88, color marrón y junto al bunker constituye parte esencial de nuestra oficina. Es el voiture en que traemos y llevamos urgencias y desventajas en pro de nuestras vidas.

Ante nuestros furibundos espíritus, ante nuestras mal llevadas costumbres, ante nuestra insoslayable existencia, se abría un caso que realmente acarrearía todo nuestro empeño, todo nuestro saber, todo nuestro Bunker, todo nuestro peñón con ruedas. En fin, se nos abría un caso que acarrearía realmente todo de nosotros.

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