Capítulo I (continuación)

Aventuras del doctor Alquitrán

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Homero PumarolSanto Domingo, RD

Ese aspecto infernal rojizo que había tomado todo mientras yo arribaba al búnker, se detuvo por completo tan pronto abrí la puerta principal.

El sabio doctor Alquitrán alguna vez había dicho que ese verde fluorescente de las paredes del interior del búnker, tendría alguna función. Ahora en agosto, es indiscutible que ese resplandor verde, abominable, refresca. ¿Y para qué negarlo? Uno termina cogiéndole cariño. Eso sí, sólo en agosto.

Doctor Alquitrán: -Vandalis, la orden del día la están dando esas paredes, hay que refrescarse.

A lo que yo puse de inmediato toda mi dedicación, llamando al Súper colmado Mister Moronga, ordenando unas cervezas. Cuando sonó el timbre del despacho, muy sorprendido por lo rápido que llegaron y veloz también yo, me dirigí a recibirlas.

-¡No es por ahí! Me gritó casi al oido una muy blanca mujer, vestida de blanco, alta y con la cara muy cubierta con unas enormes gafas negras. Banileja, pensé.

Luego de un silencio muy incómodo en que me dediqué a ignorarla, con el viejo truco de buscar algo en los bolsillos, mientras mentalmente reconocía que se trataba de una nueva cliente, la recibí y la hice pasar al despacho del doctor Alquitrán.

Tras casi una hora, salió escoltada por un doctor Alquitrán mucho más joven, sus ojos y su otrora opaca silueta, ahora resplandecían. Como todo un gentlemen, el doctor Alquitrán acompañó a la alta visitante fuera del Búnker.

Sólo hizo regresar para gritarme:

-Tenemos mucho trabajo Vandalis, acaba de una vez por todas de despertar, que esto de ahora es una gran oportunidad, aún no sé muy bien de qué, pero es indudable que es una oportunidad. Ah, y por cierto, termina de llamar a mister Moronta por las frías, que este calor de agosto no juega.

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