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Personas y palabras

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Homero PumarolSanto Domingo, RD

Las veces que alguien nos dice: -Tu eres igualito a… por milésimas de segundo, todo se detiene y nuestros cerebros y corazones ruegan de rodillas a todo lo que se pueda rogar, por piedad, que sea una comparación agradable, suave, que no me vuelvan a comparar con ese muñequito a blanco y negro de cuando cuca, es verdad que soy enano y que hablo todo el tiempo, pero ya es suficiente con decirme chichón de piso o radito de guachimán dañao. Además, que no se queden ahí la tarde entera y que sigamos bufeando con cualquier otra cosa.

Una tendencia muy fuerte entre las personas que se reúnen con frecuencia, es ponerse apodos, es parte del hecho de conocerse los unos y los otros, de tratarse. Hay quienes no toleran algo y a quienes eso mismo les parece un halago. En el proceso, se determina quién es cada quién y cual es su posición en el grupo, todo ello a través del lenguaje. El lenguaje define lo que somos.

Aprender a reírse de uno mismo es la clave, pues a fin de cuentas los demás, cuando hacen sus agradables o insoportables comparaciones verbales, te están viendo a ti y parten de ti, de algo que exagerando o minimizando, vieron en ti.

Ese grupo de personas está apropiándose de una forma de usar el lenguaje y en definitiva ello define a todo el grupo, a cada miembro del grupo, cómo es cada quien, cómo cada quién usa el lenguaje en ese grupo.

Digamos que el lenguaje nos pide que nos definamos a través de sí, de la forma que tiene cada quien, de usarlo, y pocas cosas nos definen mejor. Por más ontológico que parezca, es tan sencillo como cualquier objeto que usamos y que, al usarlo, nos define, habla de cómo somos.

Alguien podría decir que usar el lenguaje para hablar no es otra cosa que aprender a usar el silencio. Aprovecho la mención de ese señor a quien con el tiempo he aprendido a respetar. Y en este punto final, darle su lugar.

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