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“La ciudad leopardo”, de Subhro Bandopadhyay

Se comenta este poemario considerado entre las buenas lecturas del presente año

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Bileysi ReyesSanto Domingo, RD

Es interesante la manera en cómo las líneas fronterizas de las culturas se hacen más invisibles con el paso inminente de los avances de la civilización, pero resulta aún más fascinante darse cuenta de que esas líneas han sido más imaginarias que reales y que, a pesar de las lejanías, no somos tan diferentes los unos de los otros.

En La ciudad leopardo (2010), el paralelismo que explica el poeta en sus palabras introductorias se percibe en sus versos, que no constituye únicamente un diálogo entre los espacios de Soria-India-Unión Soviética y sus personajes, sino que se encuentra mucho más imbuido en un fuero interno (Yo lírico) y a la vez conectado con estratos de otros espacios, tal vez, desconocidos o intransitados por el autor.

Pero a pesar de que siento tan cercana a La ciudad leopardo, me resulta complicado quebrar las membranas de sus metáforas, deshojar sus pétalos, deshilvanar cada una de sus palabras y, a la vez, desprenderme de la basta conciencia que arropa todo el poemario.

Tal y como explica en la primera línea de su introducción, este libro está dividido en dos bloques que denomina «barrios», «El diálogo de los creyentes» y «La ciudad leopardo». En la primera parte, Subhro, conecta lo religioso, lo onírico —si se le pudiese llamar así a los aspectos relacionados a la mente humana—, lo cotidiano y lo lingüístico con lo erótico y resulta cautivadora la mezcolanza porque nos enfrentamos a una voz poética con una fuerza y un ritmo que podrían semejarse a un río tan caudaloso como el Amazonas:

De «El infierno de las letras»:

Queda inseparable el golpe, la fuerza de los movimientos y, en medio de todo esto, si se quiere gritar se ve la herida brillante como un río en la garganta.

De «Diálogo de los creyentes»:

Se nota que el diálogo entre Dios y el hombre flaco, con un pañuelo melancólico en su bolsillo, transcurre en las manchas negras debajo de los ojos.

De «El infierno de la lámpara»:

Nuestras muchachas altas hablaban siempre en voz baja, los himnos desconocidos con la sintaxis rota, poniendo los signos de puntuación sin sentido.

De «Un poema difícil»:

[…] Los senos de las muchachas se han vuelto más altos con la ayuda del tiempo […] Se despertarán escalofríos al tocar sus pezones. Las muchachas han empezado a refregarse con barro sus cuerpos desnudos. […] Sus senos pesados, los pezones, pasan frotando por el liquen de este tronco.

Considero, sin embargo, arriesgado, tratar de socavar estas conexiones: nada sencillo, pero absolutamente hermoso. Si lo vemos desde su conjunto, la primera parte, a pesar de resultar colectiva, se siente como algo singular, íntimo, relacionado al cuerpo: a la carne. Subhro, desde este punto, nos ofrece una perspectiva física, una perspectiva que, a pesar de contener elementos intrínsecos de su cultura, se parece demasiado a nuestro mundo interno.

En «La ciudad leopardo», nos presenta un panorama distinto, no solamente por las razones expuestas en la introducción, sino porque se percibe el desprendimiento de intimidad para concatenar con un objeto. Hay más de una forma de conectar con los objetos, el poeta, hace uso de ellas para evocar una imagen límpida y definida de aquello que pretende mostrar: lo observa, lo describe, lo delimita, pero también utiliza otros elementos igual de válidos en el plano sensorial y afectivo: proyecta imágenes —sean estas auditivas o gustativas—, maneja la sensibilidad, lo imaginativo, la fantasía:

La ciudad leopardo estaba brillando en la ventana / Estas inscripciones de cromo —los edificios altos, los semáforos— / ya tienen sus significados / en su suavidad, en su gramática.

Se oye el sonido de los coches pesados.

De igual manera, quedamos expuestos ante la belleza inigualable de un panorama que conecta con otras latitudes:

Está ardiendo Delhi islámica al lado de Nadir Shah / La iglesia de Santo Domingo / —todavía no han llegado los barcos españoles al Caribe— / viene la chica guatemalteca del mercado, de la guerra civil / Entonces me miro / Han crecido los cipreses sobre las líneas áridas del pensamiento.

Se conoce de antemano que aquel objeto se trata de Soria, lugar donde estuvo el autor durante su residencia artística en 2008, y desde la cual obtuvo el título del libro por la proyección, entre luces y sombras, de un leopardo sobre La Dehesa; a partir de esta imagen, el Yo lírico, percibe todos los estímulos del ambiente y los traduce, con versos en prosa, en densas fotografías que no son estáticas, que cobran vida a medida que el lector se inmiscuye entre las calles de esta enigmática ciudad:

Detrás de todo esto, hay una pluma, cayéndose

bajo la luz lunar —la ciudad

es como la espera de una mujer anciana—

¿vendrá alguien?

Me encanta reconocer que esta ha sido una de mis lecturas más singulares del año, por un lado, lo nuevo de conectar con una poesía cuya cultura literaria me parecía lejana y por otro, me ha parecido una obra con una fuerza increíble, pues utiliza el lenguaje sencillo y equilibrado para proyectar imágenes tan potentes como refrescantes.

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