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Leer y escribir, un nido de tormentos y una virtuosa tentación

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Ibeth GuzmánSanto Domingo, RD

La primera frase que yo aprendí a escribir fue “mi papá me ama”. La única oración con sentido propio que retengo de todo mi proceso de adquisición de la lectoescritura. Mi papá me enseñó leer y escribir antes de qué yo entrar al preescolar. Recuerdo que me ponía una plana para repetir del principio al final en una hoja de cuaderno Apolo siguiendo siguiendo el trazo exacto de su caligrafía. El no sabía, yo tampoco, que mi amor por leer y por escribir se estaba configurando en aquella plana repetitiva. Con los años esa hoja de papel se fue solidificando en un mandamiento que sea quedado en mi conciencia hasta hoy.

Siempre lo veía leer, periódico sobre todo, y así como en aquella plana caligráfica yo intenté seguir el trazo de su letra así también yo quería seguir el trazo de sus acciones. Lo veía leer, y leía como él; lo escuchaba hablar, y hablaba como él. Una vez tomé una de sus clases. Aprendí que el verbo es ante todo acción que se conjuga en un estado y que forma las oraciones que contarán nuestra vida. Además aprendí que la distancia entre el hacer y el decir debía ser casi inexistente.

Ya en mi adolescencia no buscaba en la lectura una manera de ser como mi papá, sino una manera de ser en la vida, buscaba en ella otros modelos de existir. Leyendo descubrí que había otros pueblos distintos a mi pueblo, otros hermanos distintos a mis hermanos y otras niñas que sentían y pensaba distinto a lo que yo pensaba y sentía.

Desde aquellos años hasta hoy, no he podido desprenderme del hábito de leer. A partir de allí, el libro ha sido siempre una virtuosa tentación, un misterio, un amasijo de tormentas, un camino por recorrer a pie y despacio, una vida por vivir con el placer de disfrutar cada momento, una historia para contar la tuya sin exponerte al ojo de la conciencia.Es un patrimonio universal conservado solo para ti y que hay que tragárselos en un sorbo repleto de eternidad.

A mí leer y escribir literatura me ha ayudado a categorizar y simplificar las emociones humanas. A elevar mis niveles de comprensión ante ellas y a buscar entre sus fisuras el misterio de sus complejidades. Eso me ha convertido en un ser humano; unas veces fuerte ante la mezquindad, el egoísmo y la perversidad; y otras, más débil ante la inocencia, el candor y el abandono. Sigo buscando entre los leves quiebres entre uno y otro, el balance y la sabiduría para distinguirlos con algún nivel de habilidad.

Hoy no sigo buscando en los libros que leo y escribo, ni formas de existir, ni relaciones con el resto de la humanidad. Todo lo contrario, busco construirme y reconocerme en ciudades que aún no existen porque nadie las ha podido edificar en la maravillosa solidez de las palabras.

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