Titanic particular
No sé si fue mi otro yo, pero alguien me subió al Titanic. Al de siempre. Al ingenuo. Al rey de los mares. Y ya estoy dentro. Sin darme cuenta, me involucré en su espacio, en el sube y baja por océanos silvestres. Disfruté de los glaciales sin mirar olas. Y hasta entré en la sala de calderas gracias a mi complejo demoniaco.
Era un crucero fantasma. Y no dejé que nadie saltara al mar. Mientras sobrevivo, voy atando urgencias y empeños ajenos, ahora míos. Me ha tocado el arte de chocar una y otra vez contra el iceberg. Y renacer. Y he llegado al fondo como el más remoto pez.
Ahora estoy en el Titanic. De vez en cuando subo a cubierta para tocarme la piel junto al frío borde de la proa. No caeré en la tentación de viajar en primera clase, ni serviré de cerco para hormigas. Acabo de descubrir que todos me observan. Y no debo llamar la atención. Seré como una ardilla incómoda.
He llegado al Titanic a cerrar extraños agujeros y debo sacar la piel del velocista. Estoy siendo visto por gentes que piensan. Solo tengo mis manos listas para armar.
Quiero seguir siendo visto y pensando a cada instante por gentes que me harán o no persona.
Lejos de la danza, la ética del canto y el lenguaje alucinado, me dejo observar por los demás: no he venido al Titanic a sacar divertimentos.
Debo concluir el ángulo mortal sin que nadie deje de mirarme.
Y me hundiré con ellos porque soy una manzana envenenada.