Italianos en la vida dominicana
Veloz Maggiolo hace una referencia histórica desde el descubrimiento hasta el siglo XX sobre los aportes que han los emigrantes azurros a la República Dominicana
No existe un trabajo de investigación sobre la presencia italiana en la vida dominicana. Los migrantes de principio de siglo, los del ingenio azucarero, los ingleses de las islas, los árabes y chinos, han sido, quizás, tratados como tema en mucho mayor escala que los italianos. De modo que este artículo es una simple guía y no pretende en modo alguno sino llamar la atención sobre una comunidad que ha sido fundamental para lo que fue la vida dominicana, su historia y su conformación nacional.
Lo lógico sería que algún investigador iniciara los estudios a fondo de la comunidad italiana en la isla de Santo Domingo desde la misma colonia, en donde se aprecia ya la presencia, de uno o de otro modo, de los italianos.
La influencia italiana en la República Dominicana alcanza varias etapas de su historia. Ya desde el llamado "descubrimiento" de la isla de Santo Domingo, la presencia italiana tanto desde dentro del territorio isleño, como desde las cortes, se deja sentir con la importante colaboración de italianos ligados a la hazaña del propio Cristóbal Colón. Vale recordar, en principio, que el Almirante y sus
hermanos, oriundos de Génova, confiaron en gran parte sus hechos a figuras del Renacimiento como lo fuera Pedro Mártir de Anghiera o Anglería, quien vendría a ser el cronista más cercano a la vida de la isla luego del propio Colón, y de algunos de los primeros viajeros que se refirieron al contacto de los primeros viajes, incluido el también italiano Gerolamo Benzoni, y Américo Vespucio, cuyas cartas a veces oscuras hacen suponer que sus tres meses y medio en la isla, luego de sus aventuras con Ojeda habrán dejado alguna huella en su literatura. De ese período oscuro son las notas del llamado Manuscrito de Ferrara, documento inédito dado a la luz por Laura Laurencich Minelli, una de cuyas páginas reproducimos el investigador José G. Guerrero y quien firma el presente y breve artículo con el que pensamos podría animarse algún historiador ante la presencia de tan vasto tema.
Vale decir que existe un modelo de estudio de este tipo en la obra L’ Esplorazione della Amazonia, concebida por Anita e Tullio Sepilli, en la cual se hace énfasis en la presencia italiana
Aunque Pedro Mártir de Anglería nunca visitó la isla, sus escritos y cartas se basan en las experiencias recogidas en la Corte, en donde tenía una alta posición política y en donde recibía informaciones de primera mano de los viajeros y del propio Colón, con quien le unía una amistad también cortesana.
Las Décadas de Orbe Novo, conocidas popularmente en español como Décadas del Nuevo Mundo, vinieron a ser el canal de propaganda más importante de comienzos del siglo XVI. Anglería se refirió, por tanto, a los acontecimientos más importantes de la isla de Santo Domingo, y sin dudas hasta 1517, año en el que Juan de Grijalva toca por vez primera las costas de Yucatán, el grueso de la información se refiere a la isla de Santo Domingo, la que con el paso del tiempo y los vicisitudes de la historia terminará albergando dos naciones de lengua y cultura diferentes: República Dominicana y Haití.
Se recuerda que la isla de Adamanay, territorio del cacique Cotubanamá, alcanza el nombre de isla Saona por honor que el Almirante Colón rinde a su amigo el savonés Michele de Cúneo. Savona, queda así integrada a la toponimia isleña de manera permanente. Con la fundación de la villa de La Isabela, luego de la destrucción del fuerte de la Navidad, dejado en 1492 por Colón como asiento español en la costa norte y devastado por los indios, comienza una etapa importante de la conquista. Debemos a un italiano, Niccolo Scillaccio, la única descripción cierta de la villa fundada por Colón.
Scillaccio nos describe una aldea con una sola calle y calles cruzadas, aunque sin dudas refiriéndose con mayor entusiasmo a las viviendas de techo pajizo y a simples espacios de vivienda inicial que en nada refieren la fundación de una
ciudad, sino de lo que en Italia se llamaba un "casale", palabra que no usa Scillacio, pero que surge en la mente del investigador cuando se describe la villa.
"Casale" igualmente llamó Fernández de Oviedo, el gran cronista, al modelo de cinturón costero que a lo largo del río Ozama se extendía como parte del puerto rústico de la otra ciudad fundada al sur, la de Santo Domingo, levantada como villa también en 1498, y trasladada luego ya en los albores del siglo XVI a la parte occidental del río, desde donde se instalara el primer gobierno ovandino, con sus ínfulas de grandes edificios y de altas torres almenadas. Fernández de Oviedo, el cronista por excelencia de la América colombina inicial, era hombre del Renacimiento, amigo de Da Vinci, admirador de las obras maestras del arte; él mismo, artista, puesto que se dice que era un magnífico creador de imágenes de papel con la tijera. La España conquistadora, entre medieval y renacentista, se nutre en mucho de la vida italiana al paso hacia América. El interés de los Médicis por los descubrimientos aúpa la propaganda y la imaginación europea, encabezada por los italianos, se dispersa en la propaganda sobre un "Nuevo Mundo" que erróneamente llevará y lleva el nombre de Alberigo Vespucci: América. Vale que nos detengamos un poco en una figura que parece fundamental, porque es representante de un alto concepto del renacentismo. Me refiero al obispo primado de América y de Santo Domingo Alessandro Geraldini, quien llega a la isla de Santo Domingo en el año de 1519, y de inmediato inicia la transformación de la iglesia principal de la villa, hecha de madera y paja, convirtiéndola en catedral de altos pilares, y de magnífico escenario, la que no llega a ver completa porque muere pocos años después. Amó profundamente a Santo Domingo, al punto de casi olvidar sus grandes méritos europeos de entonces. Oriundo de Amerino, el obispo Geraldini, se adelantó en mucho a Las Casas y a Oviedo escribiendo un libro en latín titulado Itinerario por las regiones subequinocciales, el que desde luego posee vasta información sobre la isla, sus gentes, los inicios de la construcción catedralicia en 1522, el estado de la colonia durante su obispado, ocupándose de la etnología al punto de enviar a la Corte española ídolos de algodón supuestamente obra de los últimos habitantes aborígenes de Santo Domingo. Sus restos descansan en la iglesia cuya construcción inició.
La relación hispano-italiana habla igualmente de la importancia de la ingeniería y de pedidos al ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli, quien hacia finales del siglo XVI (1597) presentaba los planos de la fortificación de la ciudad de Santo Domingo. Antonelli presentaba una propuesta que siguió siendo válida en épocas posteriores y que alcanzaba quizás las mismas dimensiones de lo que fueron las defensas de Cartagena de Indias en la actual Colombia.
Como he señalado antes, la isla de Santo Domingo se transforma empujada por
las diferencias de las potencias coloniales. El destino antillano ha estado, en muchas ocasiones, definido por políticas exteriores a su propia conformación étnica y a sus intereses particulares. Cuando Antonelli entrega sus proyectos a finales del siglo XVI, la presión internacional (Inglaterra, Flandes, Francia) sobre el arco antillano es creciente. La isla de Santo Domingo vive, en gran parte, del contrabando que realizan no sólo los habitantes de la costa Norte en relación directa con buques que son parte de flotas piratas, o de potencias como Francia e Inglaterra. El protestantismo se extiende y desde luego, el intercambio entre los habitantes de la costa Norte y los visitantes de origen protestante, preocupa a una España impotente para poder proteger sus intereses isleños. La idea de destruir las ciudades de la costa Norte de la isla para evitar la entrada de ideas protestantes y zanjar el problema del contrabando de pieles y el intercambio de apreciables objetos europeos como paños, sedas, y prendas, toma fuerzas al punto de que en 1605 y 1606, las villas de la costa Norte son devastadas, resumidas en el centro de la isla, abandonados los espacios, miles de reses también abandonadas, dejándose a los contrabandistas y piratas un espacio ideal para desarrollar su vida libre, usando como punto de partida la isla de La Tortuga, en la que desde aproximadamente 1530 hubo ya asentamientos normandos, franceses, holandeses y de otras nacionalidades, bien resumidos por Oexmelín en su famoso tratado sobre este apasionante territorio isleño. Resumimos este espacio de historia isleña porque sería de larga data y descripción lo acontecido entre los finales del siglo XVI y el mismo siglo XVII. España se queda sólo con la parte oriental de la isla, mientras que Francia se apodera de la parte occidental usando los territorios abandonados. El ejercicio de la esclavitud del negro, del cual el virrey italiano Diego Colón tiene la enojosa fama de ser uno de los principales cultivadores en el siglo XVI, ha continuado en las islas del llamado Nuevo Mundo. Francia acoge la plantación como mecanismo productivo. La parte occidental de la isla, tras luchas y tratados a veces inútiles, crea frontera: de un lado el Santo Domingo hispano, agrícola, ganadero, esclavista y dependiente, con lengua española como lengua base y esclavitud flexibilizada por la vida del hato ganadero que imponía ciertas libertades al negro para cuidar reses en territorios descampados; del otro, el Saint-Domingue francés, con medio millón de esclavos negros que producen azúcar y convirten aquel espacio de apenas 25.000 kilómetros cuadrados en la colonia francesa más importante.
Cuando los esclavos, a finales del siglo XIX se levantan contra Francia, y a pesar de la abolición de la esclavitud, dictada por la Revolución francesa, Napoleón Bonaparte da marcha atrás reinstaurándola, se completa el proceso independentista haitiano de 1804. La parte española de la isla es entonces cedida a Francia por España, y Haití, temeroso de una nueva toma de la isla por los franceses desde el territorio hispano, invade varias veces la parte española iniciándose así las diferencias entre los dos territorios. Del Piamonte, con las tropas napoleónicas vinieron a vivir a Haití italianos sobre cuya actividad
tenemos pocos datos. Con la cesión de Santo Domingo español a Francia parte de las tropas piamontesas pasaron hacia territorio del Este. Estas migraciones, poco estudiadas, se conocen brevemente en la historia dominicana. Aunque para algunos autores la llamada Francia dominó la parte española hasta 1809, cuando el general napoleónico Ferrand fue vencido por tropas dominicanas prohispánicas en la batalla de Palo Hincado, y el general Dubarquier sitiado en la ciudad capital, tuvo que capitular. Los prohispanos entregaron a España nuevamente una colonia que España no deseaba desarrollar. La llamada "rebelión de los italianos", puesto que uno de sus cabecillas era un piamontés, marcó un paso importante contra el gobierno de Juan Sánchez Ramírez. Los datos sobre si hubo más italianos en la misma no se tienen a mano. De 1809 a 1821, mientras el Haití republicano se desarrollaba, el espacio dominicano sufría un abandono total. En 1821 un dominicano con ideas libertarias en una sociedad esclavista decadente como la hispana, declaró un estado independiente de Haití Español. Por vez primera se declaraba la parte española de la isla República. Antes se habían hecho gestiones infructuosas para conseguir la protección de Simón Bolívar. En 1822, apenas un año luego de la declaración de independencia, los haitianos invadieron la parte española de la isla en un intento de unificación que marcó la nueva ruta de la historia dominicana.
El siglo XIX fue el siglo de la afluencia mayor de familias italianas a la parte llamada española. De Génova llegaron importantes trabajadores del mar, gente de experiencia en el armado de goletas y en la navegación misma. Algunos ya estaban en la República Dominicana antes del grito de independencia contra Haití producido el 27 de febrero de 1844. El comercio había crecido y una pequeña burguesía entre la que se encontraban italianos y familias de descendientes de italianos, alemanes, franceses, españoles e ingleses, se habían adaptado a una vida que ya no soportaba el peso de impuestos acordados por Haití con Francia para que la misma reconociera su liberación. En 1823 Jean Pierre Boyer, jefe de los ejércitos invasores haitianos y entonces presidente de Haití, había abolido la esclavitud e iniciado una reforma agraria, pero hacia 1835 la situación de la parte española acusaba un deterioro producto de un proceso de identidad nacional cada vez mayor en contraste con la identidad de Haití.
No llegaré a la presencia italiana en el siglo XX, que es numerosa y compleja, y como es el siglo XIX un siglo fundamental para nuestra identidad nacional; vale decir que la presencia italiana en las guerra contra Haití fue fundamental. Desde los levantamientos de marzo de 1844, dos importantes italianos, por demás genoveses, se unieron a las fuerzas de la independencia. Fueron los marinos Giovanni Battista Cambiaso, y Giovanni Battista Maggiolo Gemelli. En la lucha contra Haití pusieron a disposición del nuevo Estado sus goletas, es decir, sus pertenencias más queridas, puesto que con ellas comerciaban en las islas. Maggiolo perdió la María Luisa, en la guerra, y a pesar de su contrato con el
Estado, nunca reclamó el pago de sus pérdidas. Cambiaso estuvo más dentro de la lucha, tenía mejores recursos, era un avezado hombre de mar, y fue nombrado Almirante. En 1856 Maggiolo volvió a Génova, y desde Génova vinieron sus hijos a Santo Domingo fundando familias, Cambiaso, una vez terminada la guerra contra Haití, se quedó en Santo Domingo, sin involucrarse en la posterior guerra contra España, llegando a ser luego cónsul dominicano en Génova en 1886 .
De esa hornada de italianos y de su descendencia está llena la historia republicana. Vale señalar las familias Ravello y Pellerano, también de origen ligur. Documentos que me fueran facilitados por amigos italianos dan cuenta de la vieja relación entre estas familias desde la propia tierra de origen. Pellerano y Maggiolo habían sido socios en el negocio naviero. Luego, ya en los finales del siglo XIX, los Pellerano, con Arturo Pellerano Alfau, en 1889, fundan el periódico Listín Diario, cerrado durante la dictadura de Trujillo en el siglo XX, y hoy uno, sino el más, importante periódico del país.
De los Ravelo, Juan Nepomuceno, descendiente de genoveses, forma parte en 1838 de la sociedad secreta La Trinitaria, que encabezara el patricio Juan Pablo Duarte, tomando acción en nuestras guerras libertarias.
Descendientes, igualmente de italianos, los Billini, fueron importantes personalidades del siglo XIX, destacándose dos de ellos: Francisco Gregorio Billini, escritor, político y varias veces ministro, quien escribiera una de las novelas clásicas del siglo XIX, la titulada Engracia y Antoñita, considerada una pieza costumbrista de hondas raíces dominicanas. Por otra parte, Francisco Xavier Billini, quien abrazara la carrera de sacerdote y fuera un opositor rotundo de la dictadura de Ulises Heureaux, se considera el fundador de centros de beneficencia, y fue el descubridor en la catedral de Santo Domingo de la cripta en la que reposaban desde 1540 los restos de Cristóbal Colón.
Francisco Gregorio Billini, estuvo de 1884 a 1885, en la presidencia de la República aunque renunció forzado por Lilís, el descendiente de italianos Juan Bautista Vicini Burgos, lo fue provisionalmente en los comienzos del siglo XX. La familia Vicini ha mantenido sus relaciones con Italia, y con la zona de Umbria, donde aún poseen viñedos y pertenencias. Fueron y son importantes productores de azúcar e industriales en varias líneas de producción.
El siglo XX sería motivo de una profunda investigación que debería ser uno de los proyectos de la Casa de Italia, puesto que habría que hablar de la influencia de los músicos italianos en la vida dominicana de los años cincuenta, pero igualmente del arte, con pintores como Paul Giudicelli, de gran importancia en la plástica dominicana, Orlando Menicucci, y Carlos Sangiovanni. En el
periodismo se destacan comunicadores como Salvador Pittaluga y Víctor Grimaldi, entre otros. En fin, un recuento de las familias italianas y de origen italiano nos llevaría hacia todos los puntos de la vida nacional, incluyendo aspectos políticos relevantes, y el análisis de momentos en los que sacerdotes de nacionalidad italiana tuvieron importancia fundamental en el quehacer dominicano.
Para terminar y como dato curioso, debo decir que los dominicanos somos herederos de una tradición que como la de La Befana, se quedó entre nosotros nadie sabe cuándo, y que todavía vive entre la gente más pobre del país. En la República Dominicana se llama La Vieja Belén, una befana tropicalizada que no existe ni en Cuba, ni en Puerto Rico. Cuando pasan los Reyes Magos y no nos dejan juguetes, la esperanza se centra en que la Vieja Belén, pobre y bondadosa, vendrá con un saco al hombro a reparar las fallas de los Magos de Oriente.