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Capablanca: talento en tierra fértil

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Nelson Pinal Borges, MI & FIDE TrainerSanto Domingo

El cubano José Raúl Capablanca fue un genio del Ajedrez y como tal, poseedor de una capacidad intelectual extraordinaria que le facultó crear maravillosas situaciones en el tablero de las 64 casillas que le permitieron llegar a ser Campeón del Mundo en 1921 (en su carrera acumuló un total de 302 victorias, 246 tablas y 35 derrotas). Sin embargo, es indudable que su personalidad ajedrecística estuvo enriquecida desde niño por un ambiente muy favorable para poder cosechar su formidable talento para jugar ajedrez.

Las condiciones en La Habana para el desarrollo ajedrecístico de Capablanca eran excelentes antes de su nacimiento en 1888, no solamente porque su padre era un ferviente aficionado del ajedrez, sino, y esto fue fundamental en su formación, es que el ambiente ajedrecístico en la capital cubana desde 1860 era esplendoroso, sobre todo, después de las visitas de Paul Morphy en 1862 y 1864, los matches por el Campeonato Mundial entre W. Steinitz y M. Chigorin en 1889 y 1892, el match ese año entre I.Gunsberg – M.Chigorin y la simultánea a la ciega ofrecida por Harry N. Pillsbury frente a 16 jugadores en 1899, que el propio Capablanca pudo observar y según sus propias palabras “eso fue lo que encendió mi interés por el Ajedrez”.

Además de los acontecimientos señalados anteriormente, ya en agosto de 1876, José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba, saludaba desde las páginas de la Revista Universal la aparición de la primera publicación ajedrecística de México, La Estrategia, dirigida por su amigo y coterráneo Andrés Clemente Vázquez. Pocos años después, en 1885, Carlos Manuel de Céspedes, El Padre de la Patria, había traducido del francés “Las Leyes del Juego de Ajedrez” que publicó en el periódico El Redactor, de Santiago de Cuba.

Asimismo, en 1885 se fundó el Club de Ajedrez de La Habana, primero de América y famoso durante décadas. Este club desempeñó un activo protagonismo en el quehacer trebejístico de Cuba y pudo aglutinar en torno suyo a la incipiente afición cubana, amén de alcanzar una esplendorosa vida, ya que por sus salones transitaron celebridades del mundo del Noble Juego que unieron los siglos XIX y XX, entre ellos, W. Steinitz (1888, 1889 y 1892); M. Chigorin (1889, 1890 y 1892); I. Gunsberg (1890); J.H. Blackburne (1891), Em. Lasker (1893, 1906 y 1921), H.N. Pillsbury (1900) y F. J. Marshall (1913) entre otros reconocidos Maestros.

Bajo la regencia del Club se había celebrado el 2do. y 4to. matches por el Campeonato Mundial de Ajedrez; esto, unido a la brillantez y magnificencia de sus eventos, dado por la frecuencia y calidad de los mismos, motivó a Steinitz (el padre del ajedrez moderno) a bautizarlo con el nombre de “El Dorado del Ajedrez”. En 1897, por primera vez en la Isla, se efectuó en el Club un torneo donde se discutía el título de Campeón de Cuba.

Podemos afirmar que en 1888, a la par del nacimiento del niño que aprendió a jugar a los 4 años, el tablero ajedrecístico habanero era fértil y ya estaba listo para cultivar la simiente capablanquina, que ágil y diligente, se elevó en pocos años hacia la cúspide ajedrecística. Como podemos constatar, el genio existía en el joven José Raúl, pero las circunstancias para su superación fueron muy propicias: desde el adecuado entorno familiar, hasta los diferentes eventos realizados entre 1860 y comienzos del siglo XX, que fomentaron una excelente tradición ajedrecística, necesaria y fructífera para el desarrollo de Capablanca considerado por muchos el mejor ajedrecista de la historia.

Su última gran actuación fue en la Olimpiada Mundial de Ajedrez celebrada en Buenos Aires en 1939, donde Capablanca, con 51 años de edad y defendiendo el primer tablero del equipo cubano, ganó 7 partidas y entabló 9, sin conocer la derrota, lo que le valió conquistar la medalla de oro por el mejor resultado indivi­dual y por encima del entonces campeón mundial Alexander Alekhine. En la ceremonia de clausura de la Olimpiada -ganada por el equipo de Alemania-, Capablanca recibió quizás la mayor ovación de su vida, cuando todos los asistentes -excepto Alekhine que abandonó disgustado el salón- lo aplaudieron incesantemente mientras el Presidente de la Argentina le entregaba el premio.

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