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Ten fe, Margó

Margarita Torres Santana, conocida en su campo como Margó, se fue a vivir a Alemania con la maleta llena de sueños y el bolsillo vacío. Una gran oportunidad. Un mundo nuevo para ella y su familia. Medicinas para curar el cáncer de su madre. Esperanza.

Nuestra querida protagonista dejó tras de sí, el verdor y el sol de su tierra. Su gente. Su historia. Su raíz.

Cambió todo para un mejor futuro. ¡Quién sabe si en dos años puedes llevar a tus hijos!, le decían sus vecinas. ¡Quién sabe si en un año te puedes llevar a tu mamá para que la curen allá!, le insistían.

Y Margó creyó. Confiaba en la Virgen de la Altagracia en que ese viaje tan largo sería para mejor. En que vería crecer a sus hijos. En que su madre se salvaría.

Así, queridos negritos, pasaron los años. Margó trabajaba. Se esforzaba cada día por salir adelante. Limpiando baños. Cuidando enfermos. Fregando platos. Mandando dinero a su isla. Hablando por teléfono con sus hijos. Dándose cuenta de cómo su madre se ponía más flaca cada día.

Por alguna razón el dinero no alcanzaba. No era suficiente lo que ganaba. Era mucho el trabajo para ella sola. Todo resultaba tan difícil, pero Margó insistía. Y en medio del crudo invierno, soñaba que sentía el sol tostar su piel morena.

Los años seguían pasando. Crueles, como si se burlaran de ella.

“Ten fe”, Margó, le decía su madre para consolarla.

“Ten fe”, se repetía Margó mientras sentía que el frío le congelaba el alma.

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