Ventana

Los Pellerano en el Teatro Nacional

Bienvenida del Corazón de Jesús Polanco-DíazSantiago de los Caballeros

Los Pellerano forjaron una estirpe en la dramaturgia dominicana. Entre finales del siglo xix y las primeras décadas del xx se destacaron José Francisco Pellerano, Arturo B. Pellerano Castro, Isabel Amechazurra de Pellerano, Luisa Ozema Pellerano, Silvio Pellerano. Especialmente interesante fue la obra de Arturo Pellerano Castro, en la cual se encumbran varios títulos: Fuerzas contrarias, De la vida, Antonia, y De mala entraña. Este último título apuntaba hacia las nuevas corrientes atávicas del Naturalismo que constaban en la moda europea.

Las diversas formas del Realismo en el teatro español habían sido validadas con el otorgamiento en 1922 del premio Nobel de Literatura a Jacinto Benavente, autor de Los intereses creados. En Hispanoamérica eran los años veinte de los trances de conciencia —La mala sed, 1920, de Samuel Eichelbaum, Argentina; La serpiente, 1921, del chileno Armando Mook; en Venezuela Rómulo Gallegos escribía Doña Bárbara, un monumento literario a lo regional que se publicaría en 1929—. En territorio dominicano Fernando Arturo Pellerano Amechazurra –1889,1933– asumió como fiduciario la vena dramática de sus progenitores Isabel y Pellerano Castro al liderar el próximo paso del teatro nacional. Grandezas efímeras se estrenó en el teatro Colón en junio 18 de 1927 por la compañía Moncada-Fuentes.

En Santo Domingo estos años fueron asimismo prolíficos en compañías de teatro —generalmente desde España, México, Chile y Argentina— que itineraban llevando su arte a diferentes países al tiempo que actualizaban los gustos y modas literarias. Un aspecto importante de su presencia era la posibilidad de montar, a nivel de gran espectáculo, obras de autores nacionales en cada territorio visitado. Américo Cruzado relata la visita de la compañía Moncada-Fuentes que llevaría a escena Grandezas efímeras. “En este mismo año de 1927 nos visitó la compañía Moncada-Fuentes de la cual eran los artistas principales el actor Paquito Fuentes y la primera actriz Sol de Moncada. Agotaron una corta temporada en el Colón (…)”.

La siguiente pieza de Pellerano Amechazurra reafirmó una apreciable producción que incluía comedias —La hez, En la casa del loco—, piezas breves —La fuga de los árboles, Bueno es curar la pierna, pero…, Los defensores del pueblo—; y el drama Un cobarde. El más fuerte, dividida en tres actos en prosa, marcó la transición, en la literatura dramática nacional, desde los estertores melodramáticos del último Romanticismo, a las del Realismo moderno o Neorrealismo.

Las piezas neorrealistas debían convencer al público de que la acción en desarrollo puede tener lugar en la vida. Desde el punto de vista teatral era necesaria la superación de dos retos; primero alcanzar la elevación de espíritu y expresión, y en segundo lugar conquistar el efecto dramático sin descuidar la sensación de naturalidad. En este sentido los vestuarios y la escenografía de “medio cajón” tenderían justamente a proporcionar el resultado de la contemplación de algo que verdaderamente sucede. La acción de El más fuerte se desarrolla en el ambiente de oficinas de un ingenio de azúcar, los personajes dialogan en lenguaje de extrema sencillez y moderación con el que expresan una sicología común. La trama es mostrada con distanciada frialdad y coloca a los personajes en situaciones cercanas a cualquier espectador de la época: celos, conflicto matrimonial, ambición de ascenso por la posición laboral. Un componente de honorabilidad imprime la atmósfera a todo el argumento que se desenvuelve sin estridencias. Naturalismo, vertiente del Realismo.

Los siete grandes movimientos estéticos de la cultura occidental a partir de la Edad Media fueron, en relación con la antigüedad clásica grecolatina: Renacimiento, Barroco, Neoclasicismo, Romanticismo, Realismo, Parnasianismo, y Vanguardias.

La transición del siglo xix al xx había verificado en la literatura dominicana los mismos rasgos generales manifestados en otras latitudes; y fue, asimismo, la confluencia de tendencias lo que actuó, paradójicamente, como hilo conductor. El Realismo, que a partir de Zolá y Balzac se ampliaría con el desarrollo del Racionalismo y del Positivismo unía a la ideología la pintura directa de ambientes o el propósito de plantear y sostener tesis, generalmente de orden social, sobre la naturaleza del ser humano.

La captación fotográfica de los ambientes tan propia del Naturalismo –la vertiente principal del Realismo- se había perfilado en diferentes derroteros, desde sus inicios intimistas en el Realismo de Henrik Ibsen, a la proyección psicológica de Chéjov, Tolstoi o Dostovieski en Rusia. En el caso hispano se trataba de un puente desde la pieza Realidad –1892– de Benito Pérez Galdós, hasta el modelo de Los intereses creados de Jacinto Benavente estrenado en 1907. Mientras tanto se mantuvo actual una presencia de extraordinario cruce de influencias en todos los ámbitos del teatro: Las nuevas formas del ‘melodrama realista’ tuvo figura principal en José Echegaray. Su afán por conseguir aunar elementos en apariencia incompatibles —el Romanticismo exagerado, con el Positivismo y el Realismo latentes— le llevó a un tipo de drama que con frecuencia abusaba de las situaciones trágicas y patéticas; sus obras se caracterizaron en general por plantear un caso de conciencia, un problema ideológico enmarcado en tales formas.

El Naturalismo hispanoamericano por su lado, tuvo una síntesis propia, que no se ciñó exclusivamente a los principios dogmáticos trazados por los escritores del Realismo europeo encabezados por Zolá. Evolucionando a partir del Costumbrismo —Palma en Lima, Penson en Santo Domingo— nuestros escritores naturalistas dejaron de ser los reformadores sociales o los ideólogos, para convertirse en experimentadores que aspiraban a interpretar científicamente pero en forma particular esa misma sociedad que describían en el plano literario. 1903 había sido el año del estreno de Mi´jo el dotor de Florencio Sánchez seguido de éxito tras éxito por La gringa, y Barranca abajo, entre muchos otros títulos que exhibieron la tónica del momento marcando un protagonismo del teatro del Sur en toda América que se extendió hasta la llegada de Eugene O´Neill.

Las publicaciones periódicas dominicanas de los tres primeros lustros del siglo computaron rasgos de la huella constante de Echegaray en más de un autor y muy especialmente en Arturo B. Pellerano Castro –1865,1916–. Por otro lado la pieza de Ulises Heureaux hijo, titulada Alfonso xiii ,ofrece una muestra de este tipo especial de representación melodramática en moda.

Manuel de Jesús Goico Castro, el primer historiógrafo importante de la dramaturgia dominicana asentó el hecho de que ambas piezas más conocidas de Pellerano Amechazurra fueron recibidas con frialdad —y así lo reflejan los comentarios. que se registran—. La causa era la novedad de este tipo de teatro, al que el público aún no estaba acostumbrado; se mantuvo, sin embargo, a salvaguarda la estima por el joven dramaturgo. La revista Blanco y Negro – No. 378, 25 de junio de 1927- publicó que el autor “conoce los elementos del teatro contemporáneo, elimina los matices románticos y se abraza con decisión a las corrientes ultrarrealistas (…)”.

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