Ventana

“Agua en el asfalto”, de Roberto Ortíz

El primer poemario es siempre una esperanza. Obviamente, apostamos a las esperanzas porque la creación ha de bordear el fuego inmaculado de lo invisible. En este caso, el fuego se basa en el lenguaje como vehículo de la belleza. El primer libro es un festín gracias al nacimiento de una nueva visión.

La poesía es, quizás, la más solicitada y, a la vez, la más obsesiva en la búsqueda de nuevas fundamentaciones. El poeta que nos ocupa tiene admiración por Rimbaud del cual toma una cita del libro Una Temporada en el Infierno. En mi primer libro mostré la misma admiración por el poeta francés. No sé si Roberto se considera un poeta maldito. En aquel tiempo me consideré maldito. Pertenecer a la fila de estos poetas es un compromiso muy fuerte con el mal y la bohemia como experiencia vital. Sin embargo, me sorprende el hecho de que estamos orientados hacia una estética nihilista y laudatoria del vacío. Una cosa es llamar el diablo y otra verlo llegar.

Indudablemente, este momento se presta hacia la transición y el peligro, momentos de oscuridad y desaliento. Hoy importa poco la vida humana fascinada por la tecnología y la ciencia ficción. Nos han embaucado en el embrujo de lo desechable. Nuestro poeta tiene cierto respeto por la muerte, aunque con una salida desalentadora. No es el primero ni será el último. El Agua sobre el Asfalto me sugiere el devenir del camino. Es indetenible y fluye independientemente del sujeto. También simboliza lo erótico, aunque no es la dirección de este libro. El vacío para los occidentales tiene un sentido negativo que la emparentan con la muerte. En Oriente tiene un sentido positivo. En otras palabras, el vacío permite o hace posible la creación o la manifestación del Ser. En este lado, el vacío se desvanece en el no Ser. De ahí que seduzca la intrascendencia de la vida. Que todo ha de acabarse aquí. Cuando una cultura rinde culto al caos y la destrucción está muy enferma, pero no podemos crear un tabú sobre la muerte, ella forma parte de la existencia y, como tal, nos compete a todos. Ha sido ella motivo de muchas obras. El miedo es otra forma de contemplarla. Y qué mejor que meditarla en el poema, sin embargo, opto por el concepto de vacío para exaltar la vida que es lo esencial y prioritario. El poemario de Roberto Ortiz canta desde una soledad remota y bajo el temblor del aquí y el ahora. Vuestra esperanza logra despertar la angustia y el espectro de la nada. Poemas breves que te tocan, quizás, en ese lado en que nuestras ilusiones chocan con lo irremediable.

El libro contiene 33 poemas breves. La portada representa una estatua recostada en un espacio interior y húmedo. En la parte superior de la izquierda, una ventana donde se observa un paisaje matutino con el sol al fondo y un árbol en el centro. Es sugerente en tanto que se destaca la soledad que nunca ha de salir hacia la luz del paisaje. Que la vida está destinada a escudriñar el sentido de una vida angustiada y amarga. La estatua de la mujer representa la belleza. Este es el portal para la aventura de estar ante la muerte como el último atributo de vuestra existencia. Como dije antes el agua representa el devenir que todo lo corrompe y sobre el asfalto indica un sendero. Cierto, la vida como camino. Este devenir es una manera de encontrar la belleza.

“El río es un nuevo concepto de éxtasis.” Nos dice el poeta. Desde el río lograremos percibir y sentir la belleza y, también, desde el desierto (la soledad) es otra fuente del gozo estético. “El desierto es una fuente inagotable de éxtasis.” (pág. 36) Sólo el amor permite que no llore su muerte constantemente:

“Tienden con la velocidad del hechizo hacia montes perdidos mutilados por el hombre tal vez si no fuera por el amor el hombre lloraría su muerte muchas veces no hay un estanque de agua para el muerto” (pág. 46)

El poeta es un Orfeo por un mundo oscuro que desea conservar y que definitivamente ha de perderse. En tal sentido, el canto se torna amargo y elegíaco. No puedo en este espacio ver todos los aspectos de este canto que pulsa quedarse, a pesar del agua.

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