HOMO-BELLUA

Se refugia en su habitad: descansa de la luz. Sale al brotar las sombras. Parece que no hubiera nadie, o, al menos, los que ve son de otra especie pero seguros: ni hombres ni perros, solo buenos mamíferos contra los que puede ir sin peligro mayor, cuidando solo el salto sin ruido, movedizo el hocico, orientable. Entonces se sienta, observa su presa inerte, profiere un grito agudo contra la noche y comienza a beber, desde esa incisión perfecta, absorbiendo el líquido preciado, pero - ¿que es eso? – que inquietante ese ácido, dulzón, penetrante olor que llega. No es nada. Sigue metiendo su hocico en el pedazo de piel que también es dulzona, y chupa, absorbe profundo, pero tiene que detenerse, queda quieto aún sin levantar la cabeza, ese olor. Agita el hocico a los lados, se acabó la quietud; tiembla, ese olor es cierto. Mira otra vez su presa, deslumbra el rojo esparcido, el sabor está en su cabeza, solo que ahora no puede seguir, debe olvidar el acto de la supervivencia. La cabeza se mueve, sube y baja ágilmente buscando atrapar una orientación más segura de aquel aroma. El cuerpo se tensa, es algo que andaba por ahí, se parece, a eso, si, eso, hembra, ahora recuerda y corre, olvida los peligros, corre contra el viento y comienza a cambiar, el cuerpo le molesta, tropieza y cae luego de cada miembro transformado, vuelve a caer, convulsiona pero corre más fuerte ahora que tiene entre las piernas un cosquilleo creciente, un ardor que se redondea y enciende, está excitado, corre y tiembla a la vez, ya es otro, ya es él. Cae en una zanja, se recupera, trepa la ladera, hunde sus uñas en el barro y sube; ahora todo es llano, y un viento que nada interrumpe le trae el poderoso aroma. El cuerpo le duele, la cabeza le arde, pero hay que correr, aún lastimado contra las piedras, contra las ramas espinosas, no importa: corre. Y mientras lo hace trabajan sus gónadas, segrega sus néctares internos, se activan rincones que él no recuerda de su propia anatomía y se inunda de jugos interiores. No puede descansar, no puede detenerse porque el olor se aleja y puede perderlo. Hay que correr. Las gónadas trabajan. Y el néctar secretado toca sus fibras más sensibles, ya lo ve, ahí está: El rostro apareció, la… figura se descubrió - ¿Cómo puede describirla? – No sabe; no puede, no recuerda. Siente que es de su especie y a la vez desconocida, pero familiar. De repente ella profiere un sonido, algo que él conoce y que de repente no logra descifrar. Ella lo repite entonces él entiende, regresa; vuelve a ser.

- Amor, soy yo; vuelve a mí –

Se deslumbran sus ojos de carbón bruñido, se derrumba, abre su mano y cae un nudo de pelo grueso. Microscópicas partículas genéricas desprenden cargas eléctricas, que trepan por una arbórea red de contactos y en sus extremos se sueltan al fin sobre las formas, creándolas, recogiendo miseria y proyectando gloria hasta más allá de los cuerpos. Y los dos emanan algo que todavía es de este mundo.

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