Narrativa
El secreto de los peces amarillos
Este cuento demuestra las potencialidades narrativas de su autor, quien ya ha dejado de ser una promesa para convertirse en un valor de las letras dominicanas más recientes
Cuando vio la cabeza de su niña hundida haciendo burbujas dentro de la cubeta con agua, soltó todo lo que tenía en la mano, la haló por el pelo y ella volvió a llenar sus pulmones de aire. Le reprochó, le dijo que se podía quedar jugando dentro de la cubeta, que salpicara agua, que mojara su pelo y lo moje a él, pero que tenía determinantemente prohibido entrar la cabeza dentro del agua. El papá volvió a agarrar el paño y la manguera y siguió lavando su carro.
La niña miró como su papá rociaba las ventanas del carro quitándole la lluvia seca y la mugre de la carretera. Trató de llamar su atención salpicándole la espalda con agua, pero él no le hizo caso.
Los ojitos de la niña miraron el cielo azul sin nubes y frunció el ceño, volvió a mirar hacía abajo, y vio el reflejo de su cabeza y sus hombros que apenas cabían dentro de la cubeta. En sus pies estaba otra vez el pez amarillo dando vueltas. Le avisó a su papá y él, sin voltearse a revisar, felicitó a su hija y le dijo que lo atrape y que le pregunte como donde vive. Ella entonces intentó agarrarlo, pero justo cuando iba a cerrar el puño, el pez logró escaparse. Hundió la cabeza para tener mayor precisión e intentó de nuevo sin mucho resultado, el pez terminó por irse al fondo de la cubeta, ella tomó aire, se sumergió y encontró un pequeño hoyo por donde creyó haber visto la cola amarilla del pez abandonar la cubeta.
Entró al hoyo y nadó por una cueva oscura con paredes que se parecía a la piel de una lombriz. Nadaba como un sapo e iba tocando las paredes de piedra y estas, mientras más profundizaba, cambiaban a una textura viscosa por las algas que las envolvían. Vio un diminuto punto blanco que a medida que avanzaba se volvía más grande y brillante, había llegado a la otra boca de la cueva y al salir, la niña encontró un gigantesco tráfico de peces que iban a gran velocidad entre los arrecifes de coral. Había peces de diferentes colores, como si hubiesen sido dibujados con crayolas, arriba estaba el intenso sol de verano y abajo, mucho más abajo, se encontraba la arena con latas, caracoles, botellas de vidrio, pequeñas balsas forradas de algas verdes, anémonas, gusanos de tubo gigante, esponjas de mar, arrecifes de coral y otros artefactos humanos reconquistados por el océano.
La niña flotaba entre todo ese tráfico caótico del mar y le costaba concentrarse entre el cardumen de colores que iba a gran velocidad. Una vez acostumbrados sus ojos, vislumbró al pez amarillo que hablaba con una estrella de mar en lo que parecía ser un parque marítimo.
Empezó a nadar hacia el pez amarillo, pero antes de llegar este se percató y salió disparado sin mirar hacia atrás. Como ella no paraba de seguirlo, el pez la condujo entre anémonas, arrecifes, cardúmenes y otros obstáculos para ver si lograba hacerla estrellar. Por último, la llevó hacia las afueras de la urbanización marítima donde las aguas eran más oscuras y se sentían más espesas, y cuando se cansó de huir el pez se volteó enojado y le gritó que dejara de ser una niña tan necia, que no lo siga más y lo deje en paz.
A la niña se le desdibujó su sonrisa y los labios le comenzaron a temblar, esto hizo que el pez amarillo se pusiera triste y le aclaró que no era su intención herirla, pero la niña seguía sintiéndose mal. El pez le dijo que le enseñaría el secreto de los peces amarillos si ella prometía ponerse feliz, la niña asintió y él la llevo por unos caminos de piedras grandes que tapaban el sol, donde las corrientes se sentían frías y había un silencio como el que hacían los peces cuando aparecía un tiburón. La niña comenzó a sentir miedo, su pequeño cuerpo empezó a temblar, miraba de lado y lado buscando algún otro pececito, pero nadaba sola junto al pez amarillo, y justo cuando pensaba en devolverse, el pez le señaló con su aleta el pico de una montaña donde había más peces amarillos dando vueltas alrededor de una concha hermosa, y esta tenía dentro una perla que tintineaba e iluminaba las escamas de los peces y la arena del mar. A la niña se le calentaron las mejillas y volvió a dibujarse en su rostro una sonrisa, le dio un gran abrazo al pez que recibió con las cejas juntas ya que detestaba los excesos de cariño, pero de igual manera por dentro le calentó el corazón.
En el patio, el papá todavía limpiaba el carro; había quitado la lluvia seca de las ventanas, había pasado un paño en los asientos para hacer brillar el cuero y ahora pasaba una solución en la parte del frente del carro; un poco más apartado estaba la cubeta roja y el cuerpo de su pequeña niña con la cabeza sumergida, esta vez no hacía burbujas.