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Un libro posmodernista per se: “Exorcismos de Esti(l)o”

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Waldo González LópezEstados Unidos

A la memoria brillante narrador GCI, por los 23 años de la obtención del Premio Cervantes y a la actriz Miriam Gómez, su viuda.

Publicado por Punto de Lectura en 1976 y 1982, y reeditado por Suma de Letras, S. L. en 2002 (las tres ediciones en España), Exorcismos de esti(l)o es uno de los varios libros paradigmáticos que constatan el singular talento del escritor Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 22 de abril de 1929-Londres, Reino Unido, 21 de febrero de 2005), quien no fue, sino es —pues, como genuino creador, vive en su peculiar obra— un excelente narrador, un brillante periodista cultural y el mejor crítico de cine cubano, no igualado por ninguno hasta la fecha.

Integrante, junto a Severo Sarduy y Reinaldo Arenas, de la tríada fundacional del Posmodernismo en Cuba y Latinoamérica —a la que se aúna el relevante narrador argentino y, como Guillermo Cabrera Infante, guionista Manuel Puig, con sus novelas: La traición de Rita Haiworth (finalista del Premio Biblioteca Breve, Editorial Seix Barral, 1965, publicado en 1968) y Boquitas pintadas («folletín en dieciséis entregas», 1969)— prestigia lo que este crítico redenomina tetralogía de la narrativa hispanoamericana.

SOBRE EXORCISMOS...

Definido como:

“[…] un laberinto en sí mismo, rico en sutilezas semánticas, repleto de saber clásico y sarcásticas investigaciones literarias, y compuesto de piezas breves, secuencias incendiarias que despiertan la risa y la reflexión, estas «herejías» del lenguaje ponen en cuestión la inmutabilidad de géneros y convenciones: juegos verbales, parodias, intromisiones en el habla popular cubana».

En fin, un libro disfrutable desde el inicio hasta la última página, como pocos.

Acerca de la conjunción de «géneros» que dimensionan Exorcismos…, de veras un libro raro (v. g.: Los raros, de Rubén Darío), lo diré con las palabras del propio G. Caín —según el ingenioso seudónimo que, uniendo las dos primeras letras de sus apellidos, creara para estamparlo en su canónico libro de ensayos cinematográficos: Un oficio del siglo xx, cuya edición príncipe fue en La Habana de 1963; mas, en América Latina y Europa, sería reconocido como lo que es, sin duda: uno de los mejores libros de ensayos latinoamericanos publicados (hasta hoy: abril de 2020), por lo que sería incluido en la arriba mencionada antología de esta función, por decirlo con un término grato al maestro mexicano Alfonso Reyes—, quien entrevistado sobre Exorcismos…para un medio español, respondería:

“Se puede leer como Exorcismos de esti(l)o o Exorcismo de estío. Es un libro de fragmentos, de parodias, de pequeños poemas, de palíndromos, de alteraciones del lenguaje, de juegos con el lenguaje, con la literatura, con las formas de la interrogación… en ciertos tratados de preceptiva literaria, hay incluso un página para ser quemada viva. Y el libro está dedicado a una misteriosa Carolita Sesé que es, sin embargo, mi hija menor”.

No obstante, deja de mencionar otro recurso: el Calembour, al que dedica dos páginas en un apunte aclaratorio sobre Exorcismos…: «Pun no es onomatopeya». «Calembour, retruécano, paronomasia son las posibles traducciones. Calembour es una palabra francesa.»

Tampoco comenta que sus jeux de paroles (juegos de palabras) los realiza en español y en otras lenguas, como el francés y el latín. Mas, en cierto lugar, admite su adictivo gusto por otro de sus esenciales rasgos estilísticos: su sens de l’humour (sentido del humor). De tal suerte, desde la primera línea combinaría con humor: «jugando» con dicha y ducha, muchas y muchachas, como con nombres de actores, títulos de filmes, marcas de jabones y talcos, y datos históricos:

“Caín nació, qué dicha, en la ducha y fue el único crítico preparado para el cine odorante que tanto temió Chaplin. Sentada a su lado una de sus muchas muchachas, al par que miraba Esplendor en la yerba, observó que olía a Heno de Pravia” Era el talco que usaba nuestro crítico”.

“Pero Caín no murió en la ducha. Fue Janet Leigh quien hizo aguas letales en Psicosis. Murió de psitacosis, que es la enfermedad favorita de lores y de loros. Recuerdo que me dijo: «Si te digo que tengo la psitacosis y te quedas como si tal cosa». Es verdad, lo confieso, que permanecí inmutable, pero siempre creí que la frase no era su frase final, sino otra salida de tono al entrar al cine. Pero tal vez murió en el agua después de todo. Nunca fui nada de Caín. Ni siquiera Abel Gance para este Napoleón crítico. Pero hay otra versión de su nacimiento dada por Casiodoro de Reina. Dijo Reina: «... y dio a luz a Caín [y] después dio a luz a su hermano Abel». Esta revelación genética no es apta para mayores porque fue el cine el que dio a luz a Caín. Fueron los hermanos Lumière, Caín y Abel del cinematógrafo, los que dieron luz al cine y al siglo. Pero basta de metáforas literarias y que comiencen las imágenes críticas”.

Y en el «Epilogolipo» de su Exorcismos… —al que pondrá fin en la página 301— lo denomina potpourri en francés, idioma que, como el inglés, dominaba; pero desliza un augurio ¿autobiográfico? al aludir, sentencioso y poético, a la muerte… ¿Acaso presagiaba la suya, aún muy lejana, ya en la primera edición de Exorcismos…, de 1976?

De cualquier modo, resalta en estas relevantes páginas, como en toda su obra, su congénita capacidad de impertérrito y hondo lector (subrayo los adjetivos, pues en fotos suyas, tomadas en su hogar, aparece sentado rodeado de su enorme biblioteca, integrada por grandes libreros).

Además, como los mejores autores, GCI era un infinito veedor, un inclaudicable fisgón y un infatigable voyeur, pues —tal el Philipe Marlowe de Raymond Chandler— indagaba todo lo que podía servirle para su original creación, como guionista, narrador, crítico de cine y periodista cultural.

Por otra parte, el siempre sorprendente escritor cubano, por su rostro y carácter adustos, no anunciaba el asombroso humor, a veces corrosivo, que marca indeleblemente su poética. Acorde con ello, en TTT afirma: «[…] siempre soy así: reacciono contra lo que tengo enfrente, aunque sea mi imagen del espejo».

Y, sin duda, la seriedad confundiría, incluso a sus conocidos, según confesaran a este crítico dos de sus colegas de Lunes de Revolución: en La Habana de inicios del 2000 quien, desde los años setenta, fuera colegamigo y, desde el 2000, vecino de este crítico: Humberto Arenal: periodista, dramaturgo y narrador de El sol a plomo (primera novela publicada en 1959, a su regreso de los Estados Unidos, donde residiera entre 1948 y 1959); y, en la Miami del 2018, mi también colegamigo desde La Habana —donde tras su salida hacia Miami, lo sustituí en la emisora CMBF. Radio Musical Nacional: el periodista, dramaturgo y narrador de la novela La vida en dos, Luis Agüero. Ambos laboraron bajo la dirección de GCI en el equipo del recordado semanario cultural, que, en apenas su brevísima existencia de dos años y nueve meses (del 23 de marzo de 1959 al 6 de noviembre de 1961) devendría el mejor de la prensa cubana de todos los tiempos, pues GCI logró aunar, prolífico haz, lo más relevante de la intelectualidad cubana y latinoamericana.

Sobre este esencial semanario, el escritor y periodista francés Serge Raffy, en su magnífica biografía Castro, el desleal (Aguilar, 2004, p. 366) —cuya traducción portuguesa leyera este crítico durante su estancia de un mes en el Portugal del 2007—, subrayaría:

Cabrera Infante logró que en Lunes… colaboraran importantes escritores hispanoamericanos, además de cubanos. Así, Carlos Fuentes fue el encargado del número dedicado a México y Juan Goytisolo, del consagrado a la literatura española del exilio. Entre los cubanos que participaron en el suplemento, cabe destacar a Antón Arrufat, Edmundo Desnoes, Lisandro Otero y Virgilio Piñera, entre otros. ?

Sin embargo, a pesar del reconocimiento internacional y del sector intelectual y artístico de la capital, la supuesta arrogancia/pedantería de GCI, no se mostraría cuando definiera a Lunes…:

un suplemento literario que editábamos varios amigos y que entonces no era más que un semanario torpe, hecho entre el ocio y el sueño, de madrugada, rápida, chabacanamente y con técnica de aficionados (a pesar de la ayuda tipográfica de un taller con oficio y de la maquinaria distribuidora del diario oficial —Revolución— que lo envolvía cada lunes y lo introducía casi de contrabando en palacios y cabañas y en La Cabaña y en Palacio), medley, quincalla o potpourri al que el tiempo convertiría en pieza de convicción histórica.

En su ingenioso «Epilogolipo», de Exorcismos…, escribe el también Premio Cervantes 1997:

Desee Dios que lo que de monótono tiene este potpourri (que el tiempo recogió, no yo, y que incluye enxiemplos pretéritos que no quiero corregir, porque los escribí con otro concepto de lo poético) se muestre menos evidente que el disímil origen geopolítico o histórico de mis motivos. De los muchos libros con que se hicieron mis impresores, ninguno, creo, es mío propio como este colectivo y en desorden digesto de diversos ejemplos, y esto es como es porque insiste preciso en innúmeros reflejos y en entreveros. Poco me ocurrió y mucho he leído. Mejor dicho: pocos sucesos me ocurrieron menos dignos de olvido que el discurrir de ese filósofo teutón que fue enemigo perverso del sexo femenino o el son verborreico de los ingleses.

Un hombre se propone el empeño de escribir el mundo. En el discurrir del tiempo construye un volumen con trozos de pueblos, de reinos, de montes, de puertos, de buques, de islotes, de peces, de cubiles, de instrumentos, de soles, de equinos y de gentes. Poco tiempo previo del morir, descubre que ese minucioso enredo de surcos en dos dimensiones compone el dibujo de su rostro.

(Londres, 22 de Julio, en el comienzo del séptimo decenio del siglo veinte.)

Ya desde la dedicatoria o «Dedicace» —tal escribe en francés—, intuimos el disfrute que tendremos a lo largo de trescientas trece páginas con la insólita lectura de este inaudito jeu fou (juego loco) que al crítico evoca algunas obras dadaístas y surrealistas, de los movimientos vanguardistas del primer cuarto del siglo xx —tan significativos para el arte occidental— que lo marcaran hondamente: «A las comas, alegres, diversas, múltiples, minuciosas, salvadoras pero modestas, a todas las comas como comas bajas y altas, al coma y, sobre todo, a las comas recién venidas al mundo, que aquí bautizo como comas suspensivas,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,»

«Palabras liminares» es otra muestra de su rara raza (y no es un juego de palabras) de invencionero, ya que en apenas una página la corrobora, de tal suerte que los lectores informados intuirán dos de sus autores preferidos: Lewis Carroll (quien tanto influyera en los surrealistas, algunos de los que, a su vez, infiltraran TTT, en cuyo pórtico GCI estampara el epígrafe tomado de las primeras páginas de Alice in Wonderland, que él tradujo al español): «Y trató de imaginar cómo se vería la luz de una vela cuando está apagada», y Lawrence Sterne, por mencionar dos de sus narradores ingleses predilectos. (Otros preferidos, en virtud de su asidua mención en estas y otras páginas de su obra, son: Mark Twain, Quevedo, Cervantes…).

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