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“Quod Scripsi”, de Isis Aquino

La escritura bisoña es entusiasta y tremebunda. No hay duda. Un exceso de imaginación, aunque a gata en eso del aprendizaje. El primer ejercicio inicia con la lectura. Todo escritor debe ser un lector de profundidades. Por tanto, llegamos a ella (literatura) con la ebullición del asombro y preñados de proyectos. Ilusiones que se encarnan en necesidades de vida. Generalmente queremos trastocarlo todo, sin embargo, vamos tomando conciencia de las limitaciones. Obviamente, la juventud es asimétrica. Ella tiene gusto por lo desordenado y una pasión por lo misterioso. ¿Y qué más misterioso que la vida? El primer poemario es un atrevimiento, un riesgo, una tentación, un sacar lo de adentro con fervor. Traigo esta reflexión a raíz del poemario de Isis Aquino, Quod Scripsi. Este texto reboza de entusiasmo y aventura. Una búsqueda que da hacia el lado oscuro. Si, esa placentera oscuridad de los oráculos. Esa errancia nocturna por el Hades: la ciudad.

El poemario lleva por título: Quod Scripsi. Es una alocución que significa: “lo que dije, dicho está” …Es una expresión hecha por analogía con la de Pilatos en el Evangelio de Juan (19, 22) quod scripsi, referente a la frase de Jesús Nazarenus Rex Ludaeorum que había mandado a poner sobre la cruz. Obviamente, esto nos da el sentido de ninguna renuncia con respecto a lo escrito. Afirmación de riesgo y atrevimiento. Para alcanzar el silencio hay que atreverse a hablar. Hablo del silencio ganado, no el que se obtiene por otorgamiento. Este silencio es un acrisolamiento. Un silencio conquistado. El poeta debe tener puesto los ojos en él. Es la valentía del emisor y tiene que ver con la creación. Lo enunciado es. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios.” De la enunciación vino lo existente. En la escritura asistimos al mundo de la poeta.

El poemario está dividido en dos partes: Quod Scripsis y Vocación Nocturna. ¿Desde qué plataforma nos habla Isis en su búsqueda de Ser? Su mirador es el sueño, desde allí se lanza a experimental un mundo que, desde su escritura, conjura la vida. Lo primero en sentirse es el misterio. El hombre es un misterio y todo misterio implica una traducción del sentido de la vida. De ahí ese interrogar el tiempo, de buscar en la oscuridad el sendero del hombre, que no es, sino que va siendo en el quehacer que del vivir. De lo contrario, se enfrentará a la nada, y ésta tiende a despertar la angustia y habérsela con la autenticidad o inautenticidad existencial.

Isis se aventura en la oscuridad citadina como si recorriera el Hades, pues en la oscuridad está el sentido de esta vida absurda y el sueño es la atmósfera idónea que, al final, y a pesar de las imágenes románticas y malditas, hay un aliento de júbilo subterráneo.

El verso: “Somos Arquetipos” Nos conmueve saber que somos copias de un original perfecto que fulge de las ideas y, a la vez, como creadores del Dios de las infinitas posibilidades. Peregrinar es sabernos parte del retorno eterno que, en cierta medida, recuerda el lado de nuestras invenciones.

Me resulta exultante su peregrinaje por el Hades. Aventura del espíritu transitando por la noche con su piel de infinitud que el mortal puede intuir en la efervescencia del néctar de los dioses. Aunque no siempre son tan amables en nuestra decadencia. Los poetas hemos andado por el Hades. Siempre será una experiencia de embriaguez y dislocación. Exceso de vitalidad. En tal sentido, es un texto donde se palpa necesidad existencial.

El mundo de la poeta es onírico porque es donde puede conjurar sus razones de ser. Alcanza la ruptura deseada, y cuando despierta descubre la Realidad como un espacio de la nada, que despoja y revela su pequeñez en el cosmos En el sueño es la otra que es hija del dolor y la tristeza, sobre todo, del destierro. Aquí la rebelión no surte efecto. El absurdo es, en cierto sentido, el problema. ¿La absurdidad está en el mundo o el sujeto? En el sujeto cuando evoca la estación del delirio. Delirio que consiste en rabia, hastío, y dolor hasta la manifestación del odio como un ritual sagrado. El odio se caracteriza por la desaparición del otro o la necesidad de repugnancia lo cual desadjetiva toda sustancia.

Por último, Isis desea confirmar o intuir si este peregrinaje puede ser sentido y asumido por el lector. Lo provoca como Charles Baudelaire en la Flores del Mal.

Una mano

una daga

la persistencia de la rosa en las lápidas del tiempo…

no sé, no sé

no sé si tengo la culpa de este absurdo.

(Pág. 19)

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