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Literatura

Lo que trajo el mar, de Frank Báez

Figura: El más importante y conocido mundialmente poeta joven dominicano acaba de publicar un nuevo libro de poemas que es reseñado por el exitoso narrador colombiano.

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Darío Jaramillo AgudeloBogotá, Colombia

Casi diez años después de la publicación de la Antología de crónica latinoamericana actual me parece notable que ese género, que al momento de la antología estaba en su cenit, siga siendo ‘actual’ y haya mantenido –y aumentado– el aprecio de los lectores y el nivel de excelencia de sus mejores autores. En el momento de preparación de aquella antología, la abrumadora mayoría de los materiales estimables para ser seleccionados había hecho su primera aparición en papel; la búsqueda en la red fue exhaustiva y de ahí resultó el hallazgo de “Bob Dylan en el Auditorium Theater” del poeta dominicano Frank Báez (1978). No era extraño, reflexionaba en el prólogo, que una tan magnífica crónica en prosa viniera de un poeta que fue capaz, también, de hacer crónica con sus poemas, como en “Quita sueño”.

Perder una pierna trabajando De operario en una zona franca Duele menos que cuando los gringos Te donan una prótesis de plástico Que te pondrás para emborracharte en los colmados Y que apoyarás con fuerza en la acera Al retornar a casa Temeroso de que los perros del barrio Puedan morderla y arrancártela.

Ahora ese texto vuelve a aparecer en esta recopilación de crónicas, algunas notables, como esa entrañable memoria de su padre, muerto hacía poco: “Papa´ me ensen~o´ todo lo que se´. Podri´a durar horas mencionando las virtudes que me transmitio´, pero quiero enfocarme en dos aspectos que para mi´ han sido fundamentales: papa´ me ensen~o´ a leer y a escribir”. Recuerda a su padre leyéndole en voz alta La isla del tesoro y poemas: “en una de esas ocasiones, estaba leyendo un poema de Neruda y de pronto se detuvo y dijo que ese poema le recordaba otro texto. Fue a su biblioteca y retorno´ con un libro de Dylan Thomas. Antes de iniciar la lectura me explico´ que el autor tras beberse dieciocho copas de whisky seguidas en Nueva York cayo´ en un coma profundo que lo llevari´a a la muerte. Entonces leyo´ el poema. Al principio no me deci´a mucho, pero basto´ que leyera «la mitad del mundo es del demonio y la otra mitad es mi´a» para cambiarme la vida. Fue como si me alcanzaran las ondas expansivas de una bomba ato´mica. Ese verso reorganizo´ mi co´digo gene´tico y me convirtio´ en poeta”.

Esta cita me conduce a otra de sus crónicas, “Un libro de Dylan Thomas y yo”, un fervoroso acercamiento al poeta galés a través de una poesía reunida editada en 1974 y que acompañó a Báez como un fetiche durante varios años y trasteos. Son notables sus crónicas autobiográficas, empezando por las dos primeras del libro: “Karate Kid” –un testimonio sobre el bullying al que humor no le quita la dureza– y “Derretido” –un homenaje a la Barra Payán, que es para Báez la mejor sanduchería del mundo. Hay, también, crónicas de viajes a Costa Rica, a Alemania, a la isla de San Andrés, al Perú. Siendo testimonios autobiográficos, un registro en que el ego puede ser ahuyentador, en estos textos es notable cómo ese ‘yo’ nunca estorba, lo contrario, Báez tiene el poder de concitar la complicidad de sus lectores.

Merecidamente elegido en el grupo de Bogotá39 como narrador, Frank Báez es, ante todo, un excelente poeta: en la crónica dedicada a su padre cuenta que él murió el 23 de septiembre de 2016. “A la semana de su muerte escribi´ este poema”.

Antes de ir al hospital acompan~e´ a mi padre a recortarse el pelo y el barbero de brazos tatuados limpio´ el sillo´n con un trapo como si se tratara de un trono y mi padre con su barba y sus lentes dudo´ en sentarse, porque e´l odiaba cualquier privilegio y si iba a esa barberi´a donde los decibeles del reggaeto´n y de las salsas rompi´an los ti´mpanos de los clientes era porque se senti´a como en casa y las tijeras del barbero eran un pa´jaro que aleteaba sobre la cabeza de mi padre y entonaban una cancio´n que era imperceptible para los mortales. Era una cancio´n sobre la muerte y ese era el u´ltimo corte que se hari´a mi padre y eso no lo sabi´a el barbero, no lo sabi´a yo, no lo sabi´a nadie. Afuera brillaba el sol, avanzaba el viernes y los otros barberos trasquilaban con sus maquinitas las cabezas de sus clientes. A veces he pensado en ir a la barberi´a y contarle al barbero de brazos tatuados que mi padre ha muerto. O quiza´ no decirle nada y sentarme a que me recorte con esas tijeras que aletearon como un pa´jaro sobre la cabeza de mi padre. Entonces sabri´a el significado de la lu´gubre cancio´n que las tijeras entonaron, comprenderi´a y seri´a como siempre demasiado tarde.

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