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Banksy y el mercado del arte

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Rubén J. TrigueroMadrid, España

De pronto, una mañana cualquiera, en una enorme fachada aparece una pintura que, lejos de pasar desapercibida, se convierte de inmediato en un tema popular. Fotografías de esa pintura recorren internet, y es vista hasta en los lugares más recónditos del mundo. El lugar donde se encuentra se convierte en una zona de peregrinaje. Curiosos y amantes del arte se acercan hasta allí para contemplar la obra o para fotografiarse junto a ella. Adquiere valor, y se incrementa la seguridad para evitar robos o vandalismo. La obra ha sido elaborada por Banksy, y desde hace años, todo lo que toca, el mercado lo convierte en oro.

Banksy (pseudónimo bajo el cual oculta su verdadera identidad) nació en Yate, Gloucestershire, en 1974, y se crió en Bristol. Comenzó a experimentar con el arte en plena adolescencia, junto a otros artistas callejeros, plasmando sus primeras pinturas en muros y calles de Bristol. Con los años encontró su estilo propio, cargado de ironía y una mordaz crítica contra el sistema. Un estilo influenciado por la obra de Blek le Raty, tanto, que el propio artista diría: «cada vez que creo que he pintado algo ligeramente original, me doy cuenta de que Blek Le Rat lo hizo mejor sólo veinte años antes». Comenzó a desplazarse por diferentes ciudades del Reino Unido donde dejaría su sello, y más tarde empezó a viajar por otras ciudades del mundo, donde sus piezas alcanzaron popularidad y comenzaron a ser conocidas internacionalmente. La temática provocativa de sus pinturas fueron muy bien acogidas y empezaron a surgir seguidores de su obra y de su figura.

El mercado del arte, caprichoso y voraz, no tardaría en tentarlo, y Banksy en ningún momento se opuso a la mercadotecnia. En cuanto pasó de la calle a las galerías, toda su obra se revalorizó con rapidez. A partir de ese momento, al igual que ha ocurrido con otros artistas urbanos, su pintura callejera empezó a tener un precio relativamente alto y comenzó a peligrar. De hecho, algunas fueron robadas (como el homenaje a las víctimas de los atentados de 2015 en París, que realizó en una de las puertas de emergencia de la sala Bataclan). Pero no solo ante el robo peligraban sus grafitis, también existía el riesgo del vandalismo. En el arte callejero es normal la reinterpretación y una obra puede cambiar de la noche a la mañana, en cuanto otro pintor pasa por allí (y esto también es propio de Banksy), pero se enfrentaba a una posición delicada: sus detractores, antiguos seguidores que se sentían traicionados porque se había “vendido al mercado”, destruían sus obras. Ante este tipo de vandalismo, en un esfuerzo por preservar las más susceptibles, algunas se protegieron con pantallas de metacrilato y se incrementó la seguridad en la zona.

Con el tiempo, sus obras no han dejado de revalorizarse. Mantiene su temática crítica y provocativa, pero además, cada cierto tiempo se convierte en noticia por alguna de sus intervenciones. En una ocasión, en plena calle, puso a la venta pinturas originales con algunas de sus trabajos más conocidos. Una cámara oculta registró el paso del día, durante el cual, apenas un puñado de obras encontraron compradores. Otro claro ejemplo fue el parque temático Dismaland, toda una antítesis de Disneyland, situado en el complejo Weston-super-mare en Somerset, Inglaterra, que permaneció abierto durante cinco semanas. Este siniestro lugar albergaba obras del propio Banksy y de otros artistas de diferentes lugares del mundo, y en sus instalaciones se podía encontrar un castillo semiderruido, zonas con furgones policiales, mendigos, ratas, refugiados, una diligencia accidentada rodeada de paparazzis, etc. El parque tuvo una enorme afluencia de público. Mientras se mantuvo abierto, las entradas se agotaban con rapidez y era frecuente que a sus puertas se agolparan largas colas de espera de visitantes deseosos de recorrer unas instalaciones catastróficas.

La más sonada de sus extravagancias fue en Sotheby’s, durante la subasta de una de sus pinturas más emblemáticas: “Girl with balloon”. En plena subasta, justo cuando era adjudicada, la obra se “autodestruyó” después de pasar por una trituradora de papel que había escondido en el interior del marco. Este hecho sorprendió a los presentes y rápidamente se viralizó por las redes. En un principio, la casa de subastas dudó de que el comprador quisiera seguir adelante con la transición, pero más tarde, Alex Branczik, director de arte contemporáneo de Sotheby’s en Europa, lo confirmó: «Banksy no destruyó una obra de arte en la subasta, creó una nueva. Tras su intervención sorpresa, nos complace confirmar la venta del recién titulado “Love is in the Bin”, el primer trabajo artístico de la historia que se creó en vivo durante una subasta».

El mercado del arte está acostumbrado a este tipo de provocaciones, de las que además se nutre. Los coleccionistas no solo buscan obras de arte, sino que se hable, que las propias obras o el artista sean el tema de conversación. Banksy, que sigue cotizándose al alza, alcanzó el pasado 2019 un nuevo récord, al venderse por 12 millones de dólares “Devolved Parliament”, un lienzo de cuatro metros de ancho donde aparecía la Cámara de los Comunes del Reino Unido repleta de chimpancés.

A pesar de las críticas, el artista sigue creando con gran asiduidad, sumergido en la propia actualidad, que utiliza como marco temático para sus pinturas, como el caso de su cuarto de baño durante el confinamiento, el homenaje a los profesionales de la sanidad, la crítica al Brexit o más recientemente, el homenaje a George Floyd tras su asesinato.