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Poesía

Lienzo Antillano, de Virginia Sánchez Navarro

Lienzo,

el negro en mi llora,

el negro golpeado al silencio,

ahuyentado hasta esconderse, vélo amarrarse en la sombra.

Lienzo,

el blanco en mi llora,

el blanco empujado a escena,

se hace débil bajo el foco y la presión que lo ahoga.

Lienzo, ya lo esperas…

el taíno en mi llora

y ese llora sin ojos, no le quedan;

y me envía signos sin manos, con cuál boca?

Lienzo, ay, lienzo,

llora en mí el inmigrante del que tanto me hablan.

El que vino de oriente;

ay, pobre cubre-faltas.

Intenta hablarme, que cosa,

pero nunca me dieron sus palabras

y parece humillado

por no haberme cubierto la cabeza con ondas.

Lienzo.

Soy la vasija que anda el mundo, rodando.

(Y la vasija llora.)

Lienzo.

Soy el camino sin vuelta, sin pasado.

(Y solo avanzan mis horas.)

Lienzo.

Soy el samán que echó a andar sin ser sembrado.

(Nunca firmé por mi sombra.)

Lienzo.

Soy el cigüayo esperando aun con arco levantado.

(Y el enemigo en mis hojas.)

Lienzo.

Canta la historia que se borra y se borra.

Mira que pierdo el balance.

(¡Ay, se ahoga!)

El negro, el blanco, el marrón, la piel roja…

no saben quedarse en mí.

(¡Se desborda!)

Lienzo.

Háblales tú con tu idioma.

Tú que viste qué pasó y qué esconden estas lomas.

Y cuando no puedan más de dolor, (¡ay, memorias!)

déjalos morir en paz, que ya es hora.

Nacerán en mí otra vez. Ve la gloria:

la vasija que, al final, será casa, raíz, forma.

(Virginia Sánchez Navarro)

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