Ventana

Fotografía

William Klein: la calle como escenario

Rubén J. TrigueroMadrid, España

Alexander Liberman, artista que por entonces era director artístisco de la revista Vogue, se interesó por la obra de un joven William Klein que en apenas unos pocos años, estaba obteniendo cierto reconocimiento por sus creaciones. Contactó con él y le mostró interés por su trabajo, una iniciativa que desembocaría en la publicación de una serie de fotografías abstractas del joven artista. Liberman quedó tan entusiasmado con el resultado, que supo de inmediato que debía llevárselo consigo. Era un joven brillante, de gran talento y estaba seguro que podía ser un fotografo excepcional para la revista de moda. No importaba que apenas tuviera experiencia con la fotografía, a fin de cuentas, era una apuesta personal: si por algo Vogue se mantenía por delante de la competencia, era por su visión artística. No fue difícil convencerlo: un buen salario, y la promesa de que la revista correría con el coste del equipo fotográfico y de los carretes, convencieron a William de que debía abandonar París y comenzar su carrera como fotógrafo en la Gran Manzana.

William Klein nació en Nueva York, en 1928. Descendiente de una familia judía empobrecida debido al crack del 29, desde niño quiso ser artista, sin embargo, la oposición de su padre haría que finalmente se acabara decantando por la sociología, estudios a los que accedió con tan solo 14 años, que realizaría en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. En 1946, con apenas 18 años, se unió a la armada americana y fue destinado a Alemania como operador de radio. Durante aquella época, dedicaría su tiempo principalmente a la propia radio, a realizar dibujos e historietas para la prensa militar y a jugar al póker. Y fue en una partida donde conseguiría una Rolleiflex, su primera cámara de fotos.

Poco después, en 1947, se afincó en París, donde gracias a una beca, pudo estudiar en la Universidad de la Sorbona de París a lo largo de un año. En esa época conoció a Jeanne Florin, con quien se casó y convivió a lo largo de 50 años y quien colaboró en muchos de sus proyectos. Allí frecuentó los ambientes artísticos de la ciudad y tuvo como tutor al pintor y escultor francés Fernand Léger, quien no solo lo guiaría en sus primeros pasos en el mundo del arte, sino que además le daría una visión mucho más allá de las corrientes artísticas de la época. Por entonces comenzó a pintar y a realizar fotografías abstractas, que llamaron bastante la atención y le abrieron paso a las exposiciones y dio paso a que llegaran los primeros encargos.

Liberman no tardaría en recibir las primeras instantáneas de su flamante fichaje, así como una serie de facturas por la adquisición del equipo y material fotográfico (William compró la Leica M3 al mismísimo Henri Carter-Bresson) de una suma considerable, que el fotógrafo había cargado a la revista. Al verlas, quedó totalmente horrorizado, eran imágenes borrosas, movidas, oscuras… eran imágenes impublicables. El visionario director artístico, se preguntaba entonces cómo había podido ser que una misma cámara, pudiera sacar fotografías tan diferentes dependiendo de las manos por las que fuera utilizada.

Entonces Liberman citó a Klein para pedirle explicaciones, y de paso, darle un ultimátum: Vogue estaba invirtiendo demasiado dinero en él y todavía no había entregado ni siquiera una fotografía que lo justificara. Además de carrete ilimitado y presupuesto para el equipo, tenía a su disposición modelos, estudio, decorados, equipo de iluminación, maquilladores… pero él prefería las calles, prefería el mundo real. Así pues, sacó a las modelos de los estudios y comenzó a fotografiarlas en la calle. Fotografías de moda urbanas, donde los edificios, los transeuntes o el tráfico eran parte del decorado. Además de la calle, el uso de los espejos fue un elemento imprescindible en sus composiciones. Esas fotografías, llenas de dinamismo, fascinaron al director artístico que, en esta ocasión, las publicó encantado.

Una gran parte de las fotografías que en un primer momento fueron descartadas por Liberman, junto a otras que el fotografo realizó en sus vagabundeos por la gran ciudad, fueron recopiladas 2 años después en New York, la obra que, en una segunda edición publicada simultáneamente en París, Londres y Milan, lo encumbraría. Después del éxito obtenido por su primera obra fotográfica, Klein viajaría a otras ciudades para realizar proyectos in situ. Roma, Tokyo y Moscú serían los destinos por los que el fotografo deambularía retratando los lugares y a las gentes autóctonas con su estilo único, personal, como el mismo observava: «No tenía formación fotográfica, pero sabía lo que pasaba. Y trabajaba en contra de las tendencias imperantes. Eran fotos que podían hacer enfadar a mucha gente y pensaba que los que no se ofendieran podrían comprender mi aportación. Sabía que jugaba con el accidente, que subvertía los reglamentos de la cámara y la fotografía y experimentaba con eso. Muchos fotógrafos profesionales habrían tirado las fotos que guardaba, pero yo las hacía porque conocía la litografía, el dibujo y la pintura, en donde había más libertad».

Además de la pintura, la escultura y la fotografía, Klein también ha hecho cine, y ha dirigido las películas Qui êtes-vous, Polly Maggoo? (1966), Loin du Vietnam (1967) o Mr. Freedom (1969) entre otras.