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Un libro mal editado es una mancha que se debe corregir

Editar un libro es igual que enamorar a una mujer. Debe ser tocado con dulzura, con el tino de la gota de lluvia perfumada. El editor tratará de inventar el esplendor; sacar sus hojas marchitas y dejarlo en su más perfecto estado de belleza. Para hacerlo, deberá acudir tanto a la magia y a la razón.

El libro no sólo debe arder en pulcritud, sino debe embellecer como planta bien sembrada. Hay libros que dan gusto leer nada más que por la calidad de su edición. Mientras que hay otros de gran interés, pero envueltos con el sello siempre torpe de la imperfección editorial. La tarea siempre termina en manos del propio autor que, sin tiempo ni oficio, hace lo que puede para que su libro llegue a manos del lector con más o menos trauma. Es necesario aplicar la dimensión. Invoco el propósito fundador a los que escriben: reinventar el oficio de editor, de ese que marca lo que hacemos con el mismo aliento con que se enamora a una mujer.

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