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Séptimo Arte

Regreso al cine coloquial

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Ángel Alonso DolzAsturias, España

Se ha repetido que “no todo lo que brilla es oro” y es cierto; la parafernalia fílmica que reluce por fuera y no trae nada por dentro se difunde cada vez más, mientras películas intimistas, artísticas en su concepto y con el don de hacernos ver que tenemos un cerebro pensante, solo aparecen como en “Enamorado de mi mujer” en ocasiones excepcionales.

En medio de ese caudal de agitación política, violencia, criminalidad y otros tantos lastres de la sociedad con los cuales convivimos, nunca viene mal una película fresca, relajante, con buenos momentos para dejar de fruncir el ceño y hacernos reír un tanto, algo que nos ofrece “Enamorado de mi mujer”, muestra de la mejor tradición del cine artístico francés.

El cine europeo ha trascendido a través de la historia no de manera espontánea, sino porque en algunos países de ese continente, en particular Francia, siempre se ha preservado el criterio acerca de la necesidad de cultivar espectadores, de la formación desde la niñez de una conciencia perceptiva, que capacita al individuo para apreciar al cine como arte; por ello aún llegan a la pantalla filmes que no tienen por qué ser obras maestras, sino ser aportes de cultura interesantes.

La cinta viene de la mano de Daniel Auteuil, un actor y director francés nacido en Argel, que despega en el Séptimo Arte en 1980 y en la década de los años ´90 llegó a ser uno de los comediantes más relevantes de su país; en “Enamorado de mi mujer” (2018), como ya lo había hecho en sus dos anteriores películas: “Marius” (2012) y “Fanny” (2013), no solo actúa, también se desempeña en la ardua tarea de la realización.

No pocas personalidades consagradas de la cultura han trascendido por su obra, aún cuando puedan haber sido influenciados por las formas o el estilo de otros, caso típico es el del pintor Pablo Picasso, un artista que supo interiorizar las esencias ajenas, para luego lograr su obra única, personal e intrínseca; y algo similar es lo que se advierte en torno al director de “Enamorado de mi mujer”, al introducirnos en un filme donde se mueve como un espíritu la sombra de Woody Allen.

No es criticable que Daniel Auteuil nos lleve a rememorar al director de cintas como “Hannah y sus hermanas”; el aliento de Allen es un elemento a favor para reafirmar el valor del concepto artístico en el director francés, que nos trae en este -su más reciente filme- una riqueza en los diálogos y las fantasías oníricas, que amén de hacernos disfrutar de las situaciones reflejan realidades ante las cuales -casi siempre- preferimos mirar hacia otro lado.

“Enamorado de mi mujer” parte de un guión de Florian Zeller, joven novelista y dramaturgo francés, catalogado como un verdadero talento en su país; en esta película diseña una puesta en pantalla en la cual, con apenas cuatro personajes principales recrea los 84 minutos de la trama, algo que hubiera sido difícil y quizás imposible sin las estelares actuaciones de Daniel Auteuil como protagonista, en juego con Sandrine Kiberlain, Adriana Ugarte y Gérard Depardieu, quienes aportan brillantez a este filme que refleja un breve espacio de tiempo en la vida de dos parejas comunes, con sus más y sus menos, pero resaltándose en todo momento las fantasías eróticas de uno de ellos ante la mujer de su amigo.

El contexto es París, entre personajes de clase acomodada; Daniel, un editor de éxito, se reencuentra con Patrick, un viejo amigo suyo y de su esposa a quien se le ocurre organizar una cena para celebrarlo, todo parece bien pero surge algo inesperado y es que Patrick quiere asistir con su nuevo amor, un detalle sin importancia excepto para Isabelle, la mujer de Daniel, o al menos así lo cree a priori éste, quien abre el camino a sus sueños en contrapunto con la realidad, algo que viene a ser la idea central y la tónica humorística de una cinta donde el realizador hace vivir a los personajes, mientras a la vez, desequilibra de cierto modo a los espectadores; nunca estamos seguros de si una escena determinada se corresponde con lo real, o tan solo es una recreación mental de cuanto está sucediendo... o podría acontecer.

Desarrollar una obra con muy pocos personajes es común en el teatro, pero harto difícil en el contexto de una obra cinematográfica; por lo general los directores sucumben ante esas infinitas posibilidades que ofrecen las cámaras y las locaciones naturales, pero Daniel Auteuil supo tener presentes sus experiencias teatrales y no cedió ante las oportunidades del cine… por suerte para la película, porque precisamente en ello radica su sentido artístico.

La música es un factor a tener muy presente; las buenas ambientaciones sonoras en el cine son aquellas en las cuales sabemos qué se escucha, siempre que no pretenda robar el protagonismo a la acción, y eso es un detalle que el músico Thomas Dutronc lo sabe por experiencia; este francés guitarrista y cantante de jazz ha participado como actor en varios filmes, y desde el año 2002 compone bandas sonoras para el Séptimo Arte; en esta película cede el protagonismo a los solos de trompeta, que se difuminan con sutileza en el diseño de la orquestación general.

La fotografía de la cinta posee la cualidad de conducir al espectador como si éste flotara; se concentra en planos medios y americanos con mucha racionalidad en la utilización de primeros planos ocasionales; las cámaras reafirman la actuación de cada personaje y quien está tras las lentes, Jean-François Robin, demuestra su vasta experiencia tras casi una treintena de películas y el haber sido reconocido con el César a la mejor fotografía en 1998 por “Le Bossu”, un filme del célebre realizador Philippe de Broca.

“Enamorado de mi mujer” (Amoureux de ma femme) no es un filme para rebosar las taquillas, sino más bien una película coloquial dirigida a gustos sensibles, y ello es de agradecer porque las pantallas están sobresaturadas de sangre, sudor y lágrimas, así como de efectos visuales especiales concebidos para atiborrarnos de imágenes montadas en secuencias de planos cortos, con lo cual se ha venido dejando en un segundo aspecto la posibilidad de que los espectadores razonen, valoren, analicen y puedan terminar de ver una película sin el sentimiento de que cualquiera puede ser un heróico paladín del bien… o del mal.

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