Cinemateca
Tesoros conservados

La Historia del Cine reúne una cifra difícil de calcular de películas de toda índole, unas con sentido, otras con menos valores sin tener en cuenta géneros, realizadores, firmas productoras o países de procedencia; en la actualidad y desde hace unas pocas décadas, los espectadores -público en general y también especialistas- se sienten defraudados ante un elevado porciento de cintas anodinas, que luego de verlas dejan un sabor amargo, pero ello no significa que se desechen, como tampoco sucede con las obras artísticas, musicales y literarias, porque todo cuanto pueda conservarse -para bien o para mal- debe seguir ahí por ser parte de la historia.
Aún así, tal como sucede en las bibliotecas y centros de información -especializados o no-, definir valores y/o gustos es complejo; hay filmes como “Casablanca” (1942), en el que tras un análisis elemental, no destacan las cualidades sobresalientes que llamarían la atención de críticos y analistas; sin embargo, esa película del realizador Michael Curtiz se ha mantenido presente desde su puesta en pantalla y permanece en el recuerdo de muchos espectadores, aún cuando se trate de un filme comercial sin aspectos que le concedan el derecho a la celebridad que se ha ganado.
Para preservar las obras cinematográficas de todos los tiempos, sin que sea imprescindible aplicar tamices, se crearon los archivos fílmicos, hoy reconocidos como cinematecas.
Los más diversos países atesoran entre otras, obras cinematográficas de extraordinario valor; en sus archivos fílmicos aparecen títulos y directores que sin dejar de prestar atención al hecho de que el cine es también espectáculo, son también una muestra de que la cultura no está reñida con el entretenimiento; pero no pocas de esas instituciones dedicadas a preservar la memoria del Séptimo Arte adolecen de carencias, de falta de atención por parte de entidades oficiales y privadas, algo que hace peligrar su existencia y la desaparición de su legado.
En las primeras décadas del Siglo XX no faltaban amantes del cine interesados por coleccionar películas; algunos adelantaron la iniciativa de crear archivos organizados y documentados y en 1936 el francés Henri Langlois llegaba a una inteligente conclusión:
"El día que los centros de aquellos países que conservan películas comprendan la necesidad de proceder a intercambiar piezas de sus archivos, entonces podrá conocerse en verdad la historia del Cine.”
Langlois, uno de los fundadores de la Cinemateca Francesa, había intentado dedicarse a la realización de películas pero decidió dejar ese camino y emprender el de la conservación, un empeño que inició con apenas una decena de filmes proporcionados por particulares, que más tarde se multiplicó hasta alcanzar varios miles de cintas. Uno de sus méritos es haber sido suspicaz para comprender que el cine sonoro haría su irrupción en las pantallas en pocos años, y el caudal de películas mudas quizás no pasaría a la historia, sino a los incineradores.
Tenía mucha razón aquel pionero de las cinematecas y gracias a su dedicación, hoy se conserva un buen caudal de obras, que una vez copiadas se han diseminado por los archivos cinematográficos de todo el mundo.
A partir de las inquietudes entre otros de aquel visionario, en 1938 vio la luz en París un proyecto que venía gestándose desde 1934 y al hacerse oficial vino a llamarse Federación Internacional de Archivos Cinematográficos (FIAF); esa institución la integró en su génesis un pequeño grupo de entidades que fueron la Cinemateca Francesa, el Reichsfilmarchiv de Alemania, el British Film Institute de Gran Bretaña y el Museum of Modern Art Film Library, de Estados Unidos de América.
No deja de ser importante indicar que el archivo de filmes alemán fue inaugurado por Hitler en 1935, con una cifra que sobrepasaba las 1,200 películas; los nazis pretendieron arrogarse la iniciativa en cuanto a la conservación, catalogación y sobre todo el intercambio de cintas entre países, pero la realidad es que la FIFA no estuvo nunca sometida al Reich Alemán, y éste no tuvo más remedio que considerarse un co-partícipe más de la fundación de la misma, junto a las otras tres instituciones antes mencionadas.
Los inicios de esa organización internacional no fueron fáciles, ni las intenciones que dieron lugar a su instauración eran homogéneas; para los alemanes nacionalsocialistas el cine era un medio de propaganda ideológica, para los británicos venía a ser un instrumento para la educación, ajeno al interés artístico y cultural…
Según la idiosincrasia de los gobiernos, al tratarse de instituciones auspiciadas o sostenidas con presupuestos oficiales los filtros han estado presentes, la censura ha mutilado los archivos y con solo echar la vista atrás hacia el período soviético en Europa del Este, se comprende la preservación sobre todo en Rusia de obras maestras que responden a la ideología de la élite dominante; ejemplo evidente es “Potemkin”, realizada por Sergei M. Eisenstein en 1925, relevante para la URSS por su carácter revolucionario, en tanto se desechaba cualquier cinta cuando su mensaje resultara una piedra en el zapato del poder al frente del gobierno.
Los tiempos han transcurrido y desde luego, al desarrollarse la iniciativa privada y existir la disponibilidad de recursos científicos y técnicos para la conservación de filmes, se logró preservar de los incineradores un buen caudal de obras que en colecciones particulares o en instituciones oficiales se mantienen en archivo, al alcance de las actuales y futuras generaciones; a ello ha contribuido mucho el desarrollo del soporte, ya que al disponerse de posibilidades para cambiar de cintas a discos y luego a formatos completamente digitales, el Séptimo Arte tiene garantizada la preservación y difusión de su historia.
Hoy la FIAF (Fédération internationale des archives du film) tiene su sede en Bruselas, Bélgica y la integra como miembros y asociados un conjunto de más de 150 entidades de 77 naciones, entre otras Argentina, Brasil, China, Colombia, Cuba, España, Israel, Taiwan, y por supuesto República Dominicana.