Ventana

Crónica/Humanismo

Hualién: El hogar del amor y la compasión

En la ciudad taiwanesa de Hualién se encuentra la sede de la principal de la Fundación Tzu Chi. Es un hermoso edificio que alberga el templo sagrado, las oficinas principales, dormitorios, un amplísimo comedor, baños, instalaciones de servicio, almacenes, un área de trabajo y comunicaciones y múltiples campos sembrados de frutas, vegetales y víveres. También, por su importancia histórica, y por ser el lugar donde reside hoy la Gran Maestra Cheng Yen es un sitio que obliga al visitante a inclinar su frente.

La entrada principal y sus instalaciones relucen como palacios de amor y compasión. Fue diseñada por la propia maestra con la colaboración de voluntarios, especialistas en la profesión de arquitectura y laboriosas manos de hermanas y hermanos. Entre todos hicieron realidad el sueño de la Gran Maestra de construir ese sagrado templo al que todos los años acuden viajeros de todo el mundo para admirar las excelencias de la vida humilde, sincera y solidaria que sabe inyectar el aliento en quienes más lo necesitan.

Un detalle peculiar es la reproducción casi idéntica del hogar donde vivía la Gran Maestra en su juventud y que fue la sede principal de la Fundación en sus orígenes en 1966. Hecha de maderos, yaguas y con el piso de tierra, la morada es un símbolo en favor del tiempo: las grandes figuras de la humanidad han surgido precisamente de lugares humildes, donde primero se piensa en el bienestar de los demás antes que en el propio.

La Gran maestra no descansa.

Cuando las manecillas del reloj indican la 4.00 de la madrugada, los ojos de la Gran Maestra se abren casi por intuición. Para ella es ya una costumbre de muchos años despertarse a esa hora para ir al Gran Templo a orar a Buda por el amor, la paz y compasión del mundo. Poco después después desayuna junto a sus hermanas y colaboradoras y se prepara para asumir las tareas del día. Desde su niñez es vegetariana y ha sabido trasmitir la importancia de ese tipo de alimentación a todos sus seguidores como forma de salvar al planeta y al reino animal del peligro de destrucción que se cierne sobre ellos.

Muchas veces ella sale de recorrido por Taiwán con un pequeño equipo de hermanos y hermanas. Siempre viaja en el bus de la Fundación, nunca lo ha hecho en naves aéreas o marítimas. Conoce de memoria cada palmo de tierra como lo que es: la madre de todos.

Ante ella, la humanidad se inclina. La Gran maestra Chen Yen se ha ganado el respeto de todos los pueblos por hacer por obras que muchos gobiernos no pueden o no quieren. Su legado es reunir recursos entre los propios voluntarios para que ellos se trasladen por sí mismos a los distintos sitios donde ocurren los desastres naturales a llevarles no solo ropas, comestibles, frazadas o profesores para levantar nuevamente las escuelas, sino esa franca sonrisa que muchas veces es más necesaria que los propios bienes materiales. Es como dicen los hermanos: “La sonrisa Tzu Chi”.

Con 81 años cumplidos, la Gran Maestra parece renacer. Su memoria es prodigiosa e infalible. No olvida nada. Ni los rostros de cada uno de los millones de voluntarios que a lo largo del mundo la veneran y respetan, como tampoco los lugares a donde ha llevado su mano generosa para mitigar el sufrimiento de los más necesitados.

Junto a su ejemplo como líder y guía se encuentra su esmero por trasmitir sus conocimientos sobre el Sutra. para que estos estudios puedan ayudar a sus semejantes a encontrar el camino de la paz interior y la fortaleza espiritual con el propósito de ser mejores seguidores de su legado.