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Literatura

Ciudad que alucino, de Luis Reynaldo Pérez

Entró con los pies debajo de la mesa para ser partícipe del banquete con buena pasión. Hay pasiones que se desbordan, pero con el hakkai no es posible. La pasión se concentra hacia un fin indefinible. Captar el instante en su plena desnudez, es inefable. Las palabras se abisman para aproximarse a lo que Es.

En este poemario Luis Reynaldo Pérez busca otra cosa y, desde la aprehensión subjetiva, mostrar toda la nostalgia, la ausencia y la devastación existencial a la que estamos expuesto en el tiempo dentro de un espacio que designamos: Ciudad. No es la ciudad históricamente establecida sino, más bien, la ciudad ilusoria e interior que se sustenta en la pasión de residuos mentales que no necesariamente tenga semejanza a la ciudad real, pero sí con lo que siento de ella. Si la verdad poética tiene alcance a la verdad objetiva, entonces, no será un reflejo, sino, más bien, refleja un empirismo subjetivo a apriorístico. Veamos algunas definiciones de tal ciudad:

La ciudad lo ha engullido todo. (Pág.16)

La ciudad parece un pájaro decapitado. (Pág. 15)

Mi ciudad tiene luciérnaga en el horizonte. (Pág. 4)

No existe cartografía capaz de fijar este lugar. (Pág. 7)

A partir de estas definiciones sabemos que esta alucinación tiene un registro Berckeliano. Por tanto, existe por enunciación, pero, a su vez, subsiste en la conciencia del lector como una radiografía del sentimiento.

La ciudad es la gran señora que nos contiene. Somos sus reos, sus presas, su ausencia que ni si quiera la lluvia puede arrojarnos. Somos entes producto del mercado y el empleo, la rutina que va socavando los sueños y la pasión hasta ser parte del invernadero que cada día recorre las mismas calles, las mismas pesadas hojas que registran nuestros pasos con la silenciosa ironía que, tal vez, bajo el alcohol la sentimos inmoderadamente. El sopor de no llegar a ningún lado. Somos los alucinados a orilla del implacable pasar. Ella también envejece, pero, a diferencia, sus fechas conmemorativas dicen mucho sobre sus ciudadanos.

Reynaldo nos presenta la ciudad de donde nunca podremos salir, como en la canción de Pueblo Blanco de Serrat. Los objetivos se topan en las aristas, pero son diferentes. En la canción son los muertos que impiden que salgan del pueblo. Aquí es el agua. Agua que cuando fluye da vida, de lo contrario, muerte. Ciudad de una isla. Esta ciudad aísla, aunque no tenemos murallas como la ciudad de Jericó, tenemos las murallas del mar. Pero el poeta nos habla de la ciudad configurada como mujer, de la tarde, de los silencios, tal vez, del embrujo que, a pesar de salir de ella, somos prisioneros. Incluso, no se habla del Sol caribeño, más bien, de luciérnagas, moradoras nocturnas: Ciudad Onírica, llena de peces…submarina…

¨Mi cuerpo marchito se bifurca sobre el polvo

Como aguacero que trota sobre tus piedras.

Soy una migaja indefensa arrastrada hacia tu boca. ¨

(Pág. 30)

Es un poemario que mantiene el ritmo con cierta fluidez, aunque hay algunas adjetivaciones que retienen el verso como una acequia en medio del camino. Me gusta en tanto que mantiene la atmósfera del preludio y la desventura, del dolor y la ausencia. En verdad, estamos:

¨Despierto con el corazón podrido de pájaros

Me trazo garabato sobre la ciudad blanda. ¨

(Pág.74)