Cine de arte vs. cine chatarra
Lo que más produce la industria cinematográfica es algo que podríamos definir como "cine chatarra", parafraseando el calificativo que se aplica a diversos tipos de comidas.
Mucho se ha debatido acerca de la función del cine en la sociedad; para algunos el séptimo arte es un instrumento para transmitir el sentido estético de una obra y responder a los intereses artísticos del realizador; para otros es un medio para influir en la psiquis de los espectadores a partir de condicionamientos ideológicos, políticos, o de otra índole, y podriamos mencionar más intenciones que pertenecen por supuesto al llamado cine comercial.
De lo que no se puede dudar es del alcance de este arte-industria-espectáculo, para llegar a todos los estratos de la sociedad.
Si se acepta que la música es el lenguaje universal, no está de más entender que el cine es el producto cultural que más difusión consigue por sí mismo, en tanto se nutre de una base literaria que es el guión, del teatro por la participación casi siempre de actrices y actores, sin dejar fuera factores tan importantes como lo son por supuesto la música y la fotografía. No es gratuito que el cine se haya definido como "arte de artes".
En su faceta de arte de autor, sobran ejemplos de directores que han trascendido por las cualidades intrínsecas de sus obras; mencionar al italiano Federico Fellini, al soviético Sergei Einsenstein y al español Luis Buñuel, es solo una muestra de talentos capaces de identificarse con un modo de hacer cine, que aún cuando contenga determinados objetivos extra-artísticos en sí, adquiere relevancia precisamente porque los conceptos que pretende transmitir son moléculas que se encierran en ese superobjetivo que es la obra de arte.
Las pantallas de las salas cinematográficas, de los canales televisuales y del vigente recurso de ver cine en casa por medios propios, se sobresaturan con películas cuyo exclusivo objetivo es llegar al máximo número de espectadores a partir de un único interés, que es el de llenar los bolsillos de productores y distribuidores.
Lo que más se produce es algo que podríamos definir como "cine chatarra" parafraseando el calificativo que se aplica a diversos tipos de comidas.
Es posible que no se haya investigado lo suficiente, para establecer datos estadísticos que pongan en blanco y negro los porcientos de obras de arte cinematográfico vs películas anodinas que se conservan en los archivos de filmes. Y no es de dudar que las cinematecas aparten este último tipo de cintas, para mejor preservar lo que a todas luces es un tesoro cultural que dadas las carencias que casi todas esas instituciones padecen, requiere bastantes recursos.
Los filmes tienen en alguna medida un sustento de realidad, esa que muchas décadas después se revela tras los vaticinios de "Viaje a la Luna" (1902) de Méliés, como también en "Frankenstein" (1910) producido por Thomas A. Edison, y en otros muchos ejemplos no solo en la esfera de la ciencia ficción.
El cine artístico -como la buena literatura y las artes plásticas- permite a sus autores crear su propia realidad, como también recrear otra supuesta a partir de hechos constatables, en tanto mediante la obra cinematográfica cuyo objetivo es ideológico y/o político, se puede incitar a la transformación del individuo y de una sociedad, a cambiar la realidad, pero la captación de un mensaje requiere un receptor capaz de entenderlo y, a veces, descifrarlo.
La influencia y penetración psicológica del cine encuentra terreno fértil en aquellas personas con menos desarrollo cultural, con menor capacidad para el análisis y la reflexión crítica; los jóvenes que aún no han alcanzado una madurez que les haga capaces de evaluar los pro y los contra de las ideas que tienen ante sí en una pantalla, son caldo de cultivo para ese tipo de arte panfletario, mientras un espectador con el cerebro despierto es capaz de discriminar entre los valores y la escoria.
El cine estadounidense ha sido siempre experto en transmitir un modo de vida que entusiasma, sobre todo por pretender hacer creer que en el paraíso americano hay oportunidades para todos; no intenta despertar cualidades de transformadores en los jóvenes, no pretende que éstos intenten encontrar su desarrollo personal y el de la sociedad en su propio país, sino reafirmarles que allá arriba, en ese Norte, existe una supremacía que no tiene posibilidades de existir en las tierras de abajo.
Lo primero que ha vendido Hollywood es un patrón de vida idealizado en las costumbres, las modas... las comidas... y todo en función de provocar cambios en la personalidad. Cuando se generalizan esos arquetipos foráneos dentro de un país, se está produciendo un proceso de penetración cultural ajeno a la idiosincrasia y a las tradiciones autóctonas. Y todo sin perder de vista que están muy delimitadas las diferencias entre unos seres humanos y otros no por valores cualitativos sino de status social.
Y por supuesto no deja de estar presente en esa colonización cultural, que se recibe a través de las películas comerciales estadounidenses, el peligro de traumas psicológicos en aquellos individuos que se frustran al reconocer que en su contexto no les sería posible vivir en escenarios como aquellos que ve fascinado desde su asiento.
Cada vez se aprecia más, que sobre todo los más jóvenes adoptan un estilo de vida que no les es propio, hasta el límite de subestimar y despreciar lo suyo. Por supuesto en el Tercer Mundo existen carencias, necesidad de alcanzar un modo de vida digno y decoroso, pero estos factores negativos no se solucionan con el éxodo de los ciudadanos, sino con la búsqueda de desarrollo dentro de cada nación, mensaje este que salvo en contadas excepciones no es asumido por el Séptimo Arte.
En ese sentido, hay que recordar una película realizada en 1995 por el cineasta dominicano Angel Muñiz: "Nueba Yol, ¡Por fin llegó Balbuena!", un caso típico del individuo que no consigue en su país las condiciones de vida a las que aspira y decide lanzarse al paraíso norteamericano ilusionado porque allí las podrá encontrar.
Es una cinta con varias lecturas, porque unos espectadores solo captarán lo histriónico del filme mientras otros -con percepción desarrollada- se darán cuenta de que hay una crisis existencial en el protagonista, sublimada al tropezar con los variopintos obstáculos que se yerguen ante él en Nueva York, en ese paraíso que no es más que una ilusión proyectada en la pantalla.
Hollywood pocas veces se interesa por llegar a un público perceptivo, el arte no es su prioridad, su objetivo es vender a toda costa y para ello cada vez produce más "cine chatarra".