Entrevista
José Mármol: “No me gustaría cruzar por las puertas que conducen a la ingratitud, el egoísmo y la insolidaridad”
Para 2018 el autor publicará en Bartleby (España) un libro de prosa ensayística titulado “Miradas”, y debe entregar dos nuevos proyectos de poemarios a Visor,
A estas alturas de su vida ¿qué le dicen sus sueños?
JM: No me va bien la imagen del soñador. Tampoco tengo la dicha de ser iluso. Mi condición zodiacal de taurino me ata demasiado a la tierra, a lo concreto, a lo que hay que construir y no simplemente encontrar. Cuando empiezo a soñar, escucho al instante una voz que me dice: “Estás despierto”.
¿A qué le teme José Mármol: a la vejez, a la muerte, a la enfermedad o a lo desconocido?
JM: Tanto la vejez, la enfermedad, la muerte como lo desconocido son, después de todo, demasiado previsibles. Temo, porque están hechas de maldad e incertidumbre, a la ambición insaciable y a la orgiástica capacidad autodestructiva del ser humano. Somos, por la vía del progreso que hemos escogido, la peor razón de nuestro propio riesgo como humanidad.
¿Y a qué no le teme?
JM: No le temo al diálogo, por difícil que pueda parecer, en ocasiones, porque en su fundamento estriba la posibilidad ulterior de la salvación de la humanidad y la civilización. Tampoco le temo al humano acto de sentir temor.
¿Puede dormir tranquilo todas las noches?
JM: Absolutamente. Mis penitencias son tan ligeras y simples como pompas de jabón.
¿Por qué puerta no le gustaría cruzar jamás?
JM: Por aquellas puertas que en el mundo actual conducen a la ingratitud, el egoísmo y la insolidaridad.
¿Le ha temblado el pulso alguna vez?
JM: Pulso es sinónimo de percusión, de latido y tiene que ver con la expansión que la circulación de la sangre produce en las arterias al ser bombeada por el corazón. Estamos hablando de un acto eminentemente animal, humano. Lo importante en la vida no es atender a si tiembla o no el pulso, que es normal. Más importante es cuando, por ira o enojo, ese pulso se detiene y se convierte en bajos instintos. Esto último es lo que trato de evitar a toda costa.
¿Todavía ve las películas de Charles Chaplin?
JM: ¡Por supuesto! Y en cada ocasión, como si fuera la primera vez. Las disfruto con fruición y admiro su enorme e inigualable talento.
¿Qué le dicen estos nombres? Soraya... Gonzalo José.
JM: En el nombre de Soraya, y en su persona, se resumen algunos de mis primeros y más grandes descubrimientos como persona, desde mi adolescencia hasta hoy: el del amor, el de la esperanza, el del sacrificio, el de la paternidad, el de la compañía, el del calor del hogar, el de la tristeza, las alegrías y el de renacer. Nuestros hijos Yasser y Alberto imprimieron luz, armonía, ternura, responsabilidad, sueños y temores a todos aquellos sentimientos o descubrimientos, que, gracias a la visión familiar descansada en valores, exhiben con sus actos haberlos hecho suyos. Gonzalo José, nuestro primer nieto, ha sido la expresión del maravilloso don de la vida, con cuya hermosura, sonrisa, parloteo y gracia aprendí a disipar el dolor que me infligió la partida al infinito de mi querida madre Antonia. Porque amo a ese niño, y en él a todos los niños del mundo, siento angustia y desconcierto, por el mundo alocado que les estamos legando.
En esta etapa de su vida, ¿cómo mira al José Mármol que usted fue?
JM: He considerado mi existencia, en cada etapa de la vida, como un ser siendo, como un “ser in via”, según la expresión de Ortega y Gasset. Es decir, una fuerza de voluntad, una aspiración, un proyecto y estrategia vitales, un azar y una incertidumbre que quieren confirmarse en lo que prefiguran, en lo que sueñan, en lo que, guiados por la orientación al bien como eje de actuación, han querido llegar a ser lo que son. Mis padres, laboriosos, humildes y rebosantes de fe en un mundo mejor, colmado de solidaridad y amor, me enseñaron temprano que la vida es una tarea, un permanente cambio que solo el instante de la muerte puede retener, fijar y expropiar. Prefiero mirar siempre al individuo que habrá de llegar. Miro al porvenir tratando de entregar de mí, mi mejor yo.
Su tiempo libre es muy escaso. ¿Cómo puede seguir activo en la literatura en medio de sus responsabilidades?
JM: No es solo mi caso. El individuo de la modernidad líquida, evanescente, volátil en que nos desenvolvemos perdió el tiempo y el sentido del ocio. Murió el “Homo ludens” (hombre lúdico) de Huizinga. Ahora impera la condición del “Homo digitalis”, que se aliena en los artefactos y agoniza en la autoexplotación y el narcisismo. Vivimos en una sociedad orientada a la productividad incesante, la eficacia del superávit y el consumismo delirante, que no dan tregua; un tiempo distópico, atolondrado que procura en nosotros la condición de sujetos de rendimiento y de obediencia a una sociedad del cansancio y el dopaje, para emplear las categorías de Byung-Chul Han. Para imponer tus propósitos particulares y divorciados de las tendencias tienes que ser un fanático de la disciplina; tienes que asumir una disciplina espartana. Así, das a cada tarea, a cada compromiso el tiempo que precisen. Trato de que mi cuerpo y mi cerebro estén ocupados, al menos, 16 o 18 horas al día. He concluido a tiempo mi tesis doctoral, que defenderé en septiembre próximo en San Sebastián.
¿Qué satisfacción le produce su columna actual en el periódico El Día, Carpe Diem, cada miércoles?
JM: Vivir el tiempo presente, de forma compartida con los lectores, es el impulso que da vida esa columna. Escribir genera, al mismo tiempo, placer y dolor. He considerado siempre de alta prioridad la función del periodismo en la sociedad. Y si es periodismo de opinión, pues, mayor aun es el compromiso. Un periódico no solo debe informar. Debe también formar, educar. La función de columnista me permite expresar ideas mías, y de otros que hago mías, con la sutil, y a veces inútil esperanza de que algunos lectores, los más descontentos e inadaptados al ritmo díscolo de la sociedad de consumo, las hagan suyas. Escribo cada madrugada. Y trato de mantener vivo el dicho “Ningún día sin una línea” (Nulla dies sine línea), atribuido a Plinio el Viejo, al referirse al pintor de origen griego Apeles de Colofón, artista predilecto de Alejandro Magno, quien no pasaba un día sin plasmar un trazo.
En usted, ¿cuándo termina el poeta y comienza el intelectual?
JM: Desde mi humilde y tal vez equivocada óptica, no hay fronteras, no hay diques de contención entre el poeta y el intelectual. He apostado a la figura del poeta pensador que promovió Heidegger en Hˆlderlin, porque en el pensamiento radica la esencia de la poesía. El poema no solo siente; también piensa. El intelecto no solo piensa; también siente. “Piensa el sentimiento y siente el pensamiento”, escribe Miguel de Unamuno en su “Credo poético”. Porque, en definitiva, “Lo pensado es, no lo dudes, lo sentido”. Como ser humano, mis límites son los límites que acusan y condenan a la humanidad de hoy. Pero, te confieso, antes que en límites, pienso y lucho por los horizontes. Son otra cosa, más fértil, con más sentido de porvenir.
Usted es el poeta dominicano mejor ranqueado en España. ¿Qué nuevos planes editoriales suyos se avecinan en la Madre Patria?
JM: No suelo creer en los “rankings” ni en los cánones, querido Luis, con el mayor respeto a ti y Harold Bloom. Los posicionamientos no son, en cambio, producto del azar. Son el resultado de un trabajo, de unas metas, de una perseverancia. Por supuesto que el azar juega también aquí sus fichas. Ciertamente, las editoriales españolas Visor y Bartleby han acogido en buena lid varios libros de mi autoría.
Ya muchos de sus poemas se han abierto a otras tendencias estéticas, dejando a un lado el movimiento de la Poética del Pensar, que usted fundó...
JM: Para mí la poesía será siempre un acto de pensamiento fraguado en la palabra, sea oral o sea escrita. No se trató de una moda. Es una convicción. Todavía no he encontrado razones ni emociones suficientes que me hayan seducido para abandonar la concepción del poema como un hecho de lenguaje y pensamiento. Dentro de ese marco de la Poética del Pensar, que puede ser tan vasto o tan estrecho como lo sean la creatividad y el dominio del lenguaje en cada autor que la suscriba, he procurado que cada libro, cada poemario mío abra nuevas sendas y despierte nuevos horizontes. Cada libro ha de responder a una especificidad tempo-espacial y vital, en la que la relación del creador con su lengua y su entorno proyecten nuevas aristas, tonos diferentes, matices encontrados, sonidos inauditos, vocablos y giros idiomáticos insospechados, imágenes que provoquen la conciencia y el espíritu del lector.